Estoy en Barcelona y debería ser fácil escribir un blog de diseño estando en la capital del diseño de España (¿o ya no?, pero eso es otra historia). Un principio bueno es empezar comentando la exposición de Richard Hutten y Piet Hein Eek en la galería Room Service. Pero lo holandés me aburre. También podría correr a ver la recién estrenada obra del francés Dominique Perrault (Clemont Ferrand, 1953) —cobija el Hotel Meliá en Barcelona—pero su rascacielos en la distancia, una torre con un cuerpo colgante añadido, me produce otro bostezo. Entre ensoñaciones, decido que no estoy en esta ciudad para dormitar y me pongo en marcha.
El 'dos palillos'.
No abandono el Raval y busco el último proyecto de Camper, que no es un nuevo par de zapatos más sino un restaurante: dos palillos. Paso dos veces por su fachada y dudo (ver foto inferior). Estoy frente a él y es dificil de imaginar que tras esta fachada de bar 'caña y tapa' se esconda el proyecto culinario más ambicioso del chef Albert Raurich (aclamado discípulo y compañero de Adriá).
El local está dividido en dos espacios totalmente diferenciados. La entrada, con la típica barra de cualquier bar, cajas de refrescos de plástico apiladas haciendo las veces de banquetas, su máquina de café... Nada que lo distinga de un bar de barrio, bueno, nada si no tenemos en cuenta que ha sido diseñado desde cero para que aparente ser un bar por todo un premio nacional de diseño y fundador de Vinçon, Fernando Amat. No había barra, no había máquina de café y no había fotos del equipo de fútbol del barrio. Todo es nuevo, deliciosamente artificial y con un toque patrio muy conseguido, vamos, 100% diseño.
Cruzar la cortina que separa el bar del comedor es atravesar la puerta de otra dimensión. Ahora estamos en Asia, en algún lugar indeterminado y algo chic. Una enorme barra asiática hace las veces de mesa y de cocina. Los comensales disfrutamos del espectáculo de ver cómo preparan los platos que hemos pedido y, mientras tanto, los cocineros-camareros nos explican cómo se comen y bromean con nosotros entre complicidad y buen rollo. Se lo pasan bien y nos lo hacen pasar bien.
Al final, no sé qué me ha gustado más, la comida (verdaderamente buena), la decoración o el ambiente.
Si la fusión fuera una religión, ésta sería su catedral. Pero no de la comida, aquí es 100 % asiática servida en tapas y en barra de terrazo. Para abrir boca: Tomates Cherry en tempura, Navajas Thai con curry rojo y jengibre, Temaki de toro deconstruido, Huevo a baja temperatura con soja y dashi... Mientras digiero el largo menú, una pregunta me ronda por la cabeza... Esta buscada imagen cañí, ¿es diseño o antidiseño? La respuesta... para volverse loco.
Pie de blog: Mis nuevos amigos de la revista 'Apartamento' me dieron una lista con los sitios más recomendables de la Ciudad Condal. Para comer: Shunka (japonés tradicional —nada de fashioneo— al lado de la catedral), Agullers (para el mediodía —pescado fresco, ambiente casero, para comer en 15 minutos por 12 euros y auténtico en la calle Agullers —), Santa María (rico, rico —para cenar— en la calle Comerç), Escribà (para los amantes de la paella en la Ronda Litoral, 42) y Tantarantana (para cenar en la calle del mismo nombre). Para copas y algo más: Dry Martini, Belvedere, Negroni y Apolo. Y algo que ver: Olafur Eliasson en la Fundación Miró.
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