Los monjes tailandeses, ¿en crisis?

BANGKOK (TAILANDIA).-  Cuando hace un par de años la estrella del tenis mundial tailandesa Paradorn Srichaphan rapó su cabeza y sus cejas y lo dejó todo para ingresar en un monasterio budista, vestirse con una túnica azafrán, levantarse al alba, ayunar y meditar, no es que hubiera renegado de una vida de lujo y éxitos al estilo Cat Stevens. Estaba siguiendo la popular tradición tailandesa de retirarse temporalmente a un templo para ganar méritos.

Carmen Gómez-Menor

Una tradición

En Tailandia y otros países budistas de la zona, un hombre no se considera del todo completo hasta que no ha pasado un tiempo viviendo como monje en un templo, ganando méritos para uno mismo o sus familiares y, especialmente, para sus madres, para quienes está vetada esta práctica. Hacer méritos tiene un significado clave en la filosofía budista, ya que se cree que los méritos y la bondad determinan el nivel de existencia del individuo en un momento dado (lo que se conoce generalmente como karma), y que la felicidad y el sufrimiento que se experimentan a lo largo de la vida serían el resultado del karma de una vida anterior. Este concepto está muy arraigado en el estilo de vida de los tailandeses.

Es por ello que, una vez cumplidos los 20 años, no es extraño que un joven tailandés deje de lado sus estudios, su trabajo y su familia y se retire unos meses a un templo en las afueras de las grandes ciudades a estudiar la vida de Buda, el príncipe que dio la espalda a los bienes materiales para buscar la 'iluminación'. Algunos se retiran incluso cuando ya han formado una familia, como una forma de fortalecer el espíritu y mejorar su karma. Y hay quien repite la experiencia durante periodos difíciles.

En el caso de Paradorn, el retiro sólo duró siete días, pero generalmente suele ser de tres meses o incluso más, según los méritos que deban ganarse. Una vez en el templo, deben observarse una serie de principios (alrededor de 250), entre los que, cómo no, se incluyen la castidad, el ayuno hasta el mediodía, los rezos y la meditación, además de labores de limpieza y otras tareas en función del monasterio.

Los monjes son una figura muy respetada en la sociedad tailandesa y desempeñan un papel ideológico y de influencia política muy importante, en un país en el que el 94% de la población (de 64 millones de habitantes) se considera budista. Pero últimamente, al igual que sucede en otras religiones occidentales, esta institución no está atravesando sus mejores momentos. En un artículo publicado recientemente en el diario local Bangkok Post se ponía de manifiesto el acusado descenso en el número de monjes en los últimos años. Si en 1963 había un monje por cada 118 personas, esta cifra ha caído a uno por cada 200, casi la mitad.

Carmen Gómez-Menor

Los escándalos

Por otro lado, escándalos sexuales, de dinero e incluso de drogas, en los que se ven involucrados los monjes salpican la prensa local desde hace ya tiempo. La tradicional costumbre de hacer ofrendas a los monjes para que estos ganen méritos ha desembocado en algunos casos en ofrecimientos más sustanciosos y en una vida que poco tiene que ver con los principios ascéticos en los que se fundamenta. Desde que en 1995 saltara a la luz que el venerado y carismático monje Yantra Ammarobikkhu no sólo había engendrado un hijo sino que pagaba los servicios de prostitutas en sus viajes al extranjero con tarjetas de crédito - lo que le obligó a colgar los hábitos definitivamente y a exiliarse en la ciudad norteamericana de San Francisco - en la sociedad tailandesa se desayuna con cierta frecuencia con noticias sobre los dudosos comportamientos de sus monjes. O el polémico caso del monasterio de Dhammakaya – cuya gigantesca pagoda tiene forma de platillo volante - en el que su abad pedía cuantiosas donaciones a los fieles para garantizar su salvación, dinero que presuntamente se gastaba en propiedades inmobiliarias y joyas.

Hasta la fecha, el peor de todos ha sido el caso de Yodchat Suephoo, un monje que en 1996 confesó haber matado a una joven mochilera británica a la que, además, intentó violar. Yodchat alegó haber cometido el crimen bajo el efecto de las anfetaminas, a las que era adicto desde sus días en la cárcel. El ex-convicto, como muchos otros en Tailandia, ingresó en el templo al salir de prisión.

Más recientemente, en marzo de este año, las autoridades apelaron a los monjes a dejar de utilizar las redes sociales de internet para flirtear con mujeres, después de que un monje de 23 años fuera pillado 'in fraganti' en su dormitorio intentando violar a una mujer a la que había contactado a través de la red. El ministro Jakrapob Penkair hizo un llamamiento a los usuarios de la popular red de contactos Hi5 para que invitaran a los monjes a abandonar el sitio si se cruzaban con ellos en el ciberespacio.

Muchos achacan este declive espiritual precisamente a lo arraigado de esta tradición: "Los tailandeses entramos voluntariamente en el templo para cumplir con la tradición, pero algunos entran en el monasterio sin un compromiso serio", comentaba recientemente a la Alianza de Prensa del Sudeste Asiático (SEAPA, en sus siglas en inglés) el senador Oompol Poumanee, miembro del comité de asuntos religiosos del Senado tailandés. Y es que en demasiadas ocasiones el hábito no hace al monje, y éste se ve incapaz de resistirse a las tentaciones del mundo moderno.