Antes, mucho antes de que el alcalde de Madrid colapsara la ciudad celebrando bicentenarios con la "esperanza" de ser "el rey" de la fiesta, otro alcalde, de nombre Carlos, de apellido Tercero, había impuesto un gusto por lo francés. Al llegar a Madrid en 1759 se encontró con un palacio a medio edificar, a medio decorar y una nobleza cortesana que le contestaba "s'il vous plait".
Goya retrató al ilustre Ministro don Gaspar Melchor de Jovellanos en 1798, rodeado de los muebles que hacían furor en la época (una silla Luis XVI y una consola barroca).
Primer decreto, las nuevas estancias debían emular a Versalles. Lo francés se impone. ¡Qué duros debían de parecerle los austeros bancos de los 'Austrias'! Luego, el descubrimiento de Pompeya, hace que el gusto huya de las volutas y dorados del barroco y busquen referencias en estilo de la antigüedad clásica.
Hubo sobredosis de coronas de laurel, guirnaldas, liras... y elementos egipcios (esfinges) junto a otros de inspiración arquitectónica. Nace el Neoclasicismo que tiene a su 'Paris Hilton' y a su 'Posh' de la época, en la Duquesa de Alba (la de Goya, no la del 'Hola', no confundan) y en la Duquesa de Osuna, que rivalizan, sin necesidad de Visa, por ver quién tiene la más amplia colección de piezas de las excavaciones.
Pero hemos ido muy deprisa, Carlos IV, después de tener que vender todos los muebles y enseres de su padre para pagar las deudas del fallecido monarca debe de empezar de cero. Por cierto, nadie sabe si consiguió vender la cama del rey que hizo fabricar con un lecho tan duro como una piedra cuando quedó viudo, aunque sí es seguro que encontraron comprador de espejos de 160 pulgadas (léase 368 cms) que el antiguo rey de Nápoles mandó construir. ¡Un hito de época! Carlos IV, con el taller que tiene bajo su protección, se rodea de muebles rendido a los pies del encanto latino y del gusto por las proporciones y orígenes clásicos. Los cortesanos, le siguen y se lanzan a comprar el estilo Luis XVI. Y en esas estamos...
Cuadro de Luis Paret y Alcázar (1775). Carlos III comiendo en el Palacio Real. Aviso: la escenografía es inventada, aun cuando se asemeje a alguna estancia del palacio.
Llegan los franceses y se encuentran como en casa, al menos en palacios y mansiones porque la cruda realidad es que el pueblo vivía en simples casas de paredes encaladas de suelo de barro cocido, donde me cuentan, si existía una habitación de matrimonio, era donde se recibía a las visitas. ¡Agua va!... Se escuchaba en las calles de Madrid, y desde los balcones y ventanas se vaciaba (no antes del grito de alarma) el bacín o vaso de noche.
Hace 200 años (como si alguien a estas alturas no lo supiera) iniciaron la revueltas contra los franceses. Ellos se fueron, pero su gusto, sus muebles, se quedaron. Sus dictados nos persiguieron con el "fernandino" (la adaptación española del «Imperio» francés de formas, eso sí, más solidas y ostentosas) y el "isabelino", mas de lo mismo pero con materiales cada vez más pobres. Lo que antes era caoba ahora es pino chapeado de maderas nobles.
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