Son muchas las esperanzas puestas en la tecnología para frenar el calentamiento terrestre. De hecho, como muestra el reciente discurso de George Bush sobre la estrategia de EEUU frente a este fenómeno climático, algunos países han escogido este camino casi como única opción.
Central eléctrica de Neurath, en Alemania.
Sin embargo, hay que tener cuidado: no se puede jugar todo a la baza del desarrollo tecnológico. Existen dos argumentos principales para considerarlo así.
El primero es que tampoco podemos esperar tanto de la tecnología. Existe un debate apasionante, iniciado por Simon y Ehrlich, cuya última contribución por parte de Paul Krugman defiende que, en los últimos 35 años, el avance tecnológico en materia energética ha sido claramente inferior al esperado. El segundo radica en que no debemos confiar ciegamente en las soluciones tecnológicas si antes no se cambia el modelo de consumo, porque de otra forma sólo estaremos retrasando el problema.
En todo caso, y a pesar de estas cuestiones, la magnitud del problema hace necesario, a la vez que se tratan de cambiar los comportamientos, realizar un despliegue masivo de tecnologías bajas en carbono para poder alcanzar los objetivos de reducción de emisiones de efecto invernadero (GEI). Esta necesidad de incluir a la tecnología en la ecuación se ve reforzada por artículo reciente de 'Nature', según el cual la escala de cambio tecnológico que hará falta para reducir las emisiones de CO2 a un nivel suficiente puede ser mayor del que consideraba el IV informe del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC).
Una posible solución de compromiso a este aparente conflicto entre la necesidad de hacer avanzar la tecnología y a la vez cambiar los comportamientos consiste en tratar de concentrar nuestros esfuerzos económicos, tecnológicos y políticos en el ahorro y la eficiencia energética, tanto por el potencial que aporta en cuanto a la reducción de emisiones como por sus bajos costes comparado con otras alternativas (la International Energy Agency (IEA) dice que representa un 40% del potencial de reducción de emisiones).
Evidentemente, otra opción es seguir impulsando las energías renovables y su desarrollo tecnológico, si bien esta muestra menos eficacia. A este respecto, deben diseñarse instrumentos de apoyo económico más eficientes, ya que la reducción de costes para el consumidor contribuirá positivamente a su difusión. Además, también resulta esencial diseñar esquemas de conexión a red adecuados, que permitan aumentar su contribución sin consecuencias negativas para la seguridad de suministro. Otro aspecto importante a considerar es que la biomasa debe jugar un papel muy significativo a corto y medio plazo, y para ello será necesario incluir aspectos tales como la política agraria, o la creación de una nueva industria, que hasta ahora no han sido tratados adecuadamente.
Tanto el ahorro y la eficiencia como las energías renovables constituyen las opciones no sólo bajas en carbono, sino también más sostenibles. Sin embargo, pueden no ser suficientes, y quizá sea necesario recurrir a la captura y secuestro de carbono o a la energía nuclear.
La captura y secuestro de carbono no representa una solución definitiva, tiene algunos riesgos y no es totalmente sostenible, pero, siendo realistas, ahora mismo representa la única posibilidad para evitar que todas las plantas de carbón que se están construyendo, y en especial, todas las que se construirán en países en desarrollo, sigan emitiendo CO2 a la atmósfera. Con todo, esta opción tiene un coste elevado. El movilizar la financiación necesaria resulta difícil, y el establecimiento de programas conjuntos de demostración como los iniciados por la Unión Europea parece una vía adecuada. Además, también hará falta un marco regulatorio especial, sobre todo en lo que se refiere al transporte y almacenamiento de CO2.
En cuanto a la energía nuclear, y también a pesar de sus problemas ampliamente conocidos, parece que puede desarrollarse sin dificultades en mercados liberalizados de países desarrollados, pero para ello hace falta un consenso político y social previo que reduzca el riesgo regulatorio a límites tolerables. Si esto sucede, lo que no resulta fácil, tal vez no haga falta un régimen especial para esta tecnología. Sin embargo, resta la cuestión, bastante complicada, de cómo extender este modelo a países en desarrollo.
En todo caso, la clave para asegurar las inversiones en tecnologías bajas en carbono está en proporcionar un terreno de juego equilibrado con el resto de tecnologías, y sobre todo, dar seguridad a los inversores. Y además, en enfocar estas inversiones con una perspectiva global: las nuevas tecnologías desarrolladas o comercializadas deben llegar a los países en vías de desarrollo, para que se consigan reducciones significativas de emisiones de GEI. En estos países, por ejemplo, el potencial del ahorro y la eficiencia energética es aún mayor que en los países desarrollados; y el uso de carbón a gran escala en países como China o la India hace especialmente interesante la utilización de tecnologías de captura y secuestro de CO2.
Sin embargo, debemos ser realista sobre las opciones de los países en desarrollo: aunque sus posibilidades de reducción son enormes, sin un apoyo financiero y tecnológico de los países desarrollados, no se conseguirá mucho. Aquí está posiblemente la clave del futuro acuerdo internacional sobre cambio climático, y también de la evolución de las emisiones de GEI en nuestro planeta: Si queremos reducir emisiones de forma significativa, resulta necesario pagar por ello y transferir la tecnología adecuada a los países en desarrollo, que son en los que se producirá el mayor aumento de consumo energético, y por tanto pueden conseguirse mayores reducciones.
[Este artículo recoge la interpretación del autor, profesor de la Universidad Pontificia Comillas, de las conclusiones del reciente Foro BP de Energía y Sostenibilidad. El objetivo del Foro ha sido analizar las perspectivas de los reguladores, académicos y de las empresas respecto a las políticas más interesantes y efectivas para promocionar las distintas tecnologías energéticas bajas en carbono, como componente de la estrategia global de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. Un informe detallado de las conclusiones estará disponible en la web de la Cátedra BP de Desarrollo Sostenible, de la Universidad Pontificia Comillas el 10 de Mayo].
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