Parece ser que en un par de meses se iniciarán las obras del 'Obelisco Móvil' que la Fundación Cajamadrid y Santiago Calatrava han tenido a bien "regalar" a la ciudad de Madrid, que sufría la inaceptable deficiencia de no contar con una de las obras del valenciano universal. Es un detallito nada más: un pequeño pisapapeles, casi cilíndrico, de cerca de cien metros de altura y un diámetro que oscila entre cinco y siete metros, que se instalará en la pobre Plaza Castilla. Se me olvidaba: la obra se mueve; con unos motores, supongo que también insignificantes.
Cuatro consideraciones iniciales en torno al "regalo" que nos hace don Santiago a los madrileños:
'Columna sin Fin' de Brancusi.
Pero lo cierto es que a los niños les encantan estos regalos desproporcionados en tamaño. Pintados en colores llamativos ejercen sobre ellos, el primitivo y elemental magnetismo que produce el contraste de escala con sus otros juguetes. Solo en determinados casos, acompañados por un aumento del grado de madurez y criterio de los miembros más avispados de la prole, se contrasta la aparente grandiosidad del regalo con otras de sus características fundamentales: cuánto pesa, qué hace de verdad, para qué sirve, etc…
'The Spine', obra de Calatrava en Chicago.
Las decepcionantes respuestas a estas preguntas, hacen que el otrora magnífico regalo, se convierta en blanco de los más variados actos vandálicos: diana para lanzamiento objetos contundentes y/o punzantes, soporte de expresiones artísticas underground o, por su gran volumen y escaso peso, balón en partidos de fútbol alternativos.
La Plaza de Castilla es un lugar verdaderamente curioso de Madrid. Objeto de infinidad de concursos de arquitectura e intervenciones a lo largo de su historia, parecía que con la construcción de las Torres Kío había encontrado por fin una configuración más o menos estable. Las cuestionadas torres (a mí me parecen mucho más que aceptables) están permitiendo abrir nuevas vías, recolocar monumentos, hacer intercambiadores y demás obras, sin desestructurar la plaza completamente como antaño. ¡Hasta el depósito del Canal de Isabel II parece haber encontrado su emplazamiento en nuestra memoria urbana!
O mucho me equivoco, o el obelisco móvil de Calatrava pretende dotar a la plaza de una centralidad que no tiene; destrozará la escala de la ciudad que también ahora había encontrado excelente respuesta lejana en las cuatro torres de la Ciudad Deportiva; y partirá nuestra personalísima e inclinada puerta de Europa en dos mitades idénticas y simétricas, tan del gusto del ingeniero.
No sé qué tal es Calatrava como ingeniero de caminos. Me faltan conocimientos técnicos para valorar sus puentes y estructuras. Se habla de cables que no trabajan en el Alamillo, pero, como no sé, prefiero no decir. Como arquitecto, reconozco la espectacularidad y la singularidad de sus óseas estructuras. Siendo más preciso, de la primera de ellas, que no sé cuál fue, porque a partir de ahí son todas iguales. En demasiadas ocasiones sus edificios son exclusivamente naves industriales elaboradas: Repetición hasta el infinito, o hasta que se acaba el solar que lo mismo da, de una única sección constructiva; o estructural mejor dicho. Como variante a veces nos presenta cavidades torácicas, simétricas por supuesto, delimitadas de nuevo por un único elemento-costilla modificado proporcionalmente a su distancia del centro, que también se repite eternamente.
Fotogénica pero falsa complejidad que, en el mejor de los casos, solo da respuesta, bastante elemental en su concepto, al problema estructural de la arquitectura. En los términos muy clásicos en que se manejan sus edificios, firmitas; solo firmitas. De utilitas y venustas, nada de nada. Y no hablemos de las cuestiones en las que se debate hoy en día la arquitectura.
Hasta ahora nadie le ha encargado ningún edificio en Madrid y nuestro río en miniatura bloquea la posibilidad de hacer un puente como Dios manda. Así que Calatrava ha recurrido a su tercer registro: artista. Para muchos una necesidad vital; para otros un estigma o una maldición eterna con la que conviven con dificultad; otros lo sienten como una misión divina. Para nuestro héroe, un hobby. Eso sí: grande, muy grande.
Presencié en mi época de estudiante en la Escuela de Arquitectura de Madrid la conversación entre un ilustre catedrático de proyectos y un voluntarioso ingeniero de caminos, que exponía sus croquis iniciales para el proyecto fin de carrera. Las propuestas, completamente erráticas, oscilaban, sin estadíos intermedios, entre el racionalismo más severo y purista, y la extrema complicación aparente, plagada de trazados curvos y retorcidos (siempre repetidos y seriados, eso sí). El fecundo ingeniero exponía con idéntico tono y argumentos todas sus soluciones. El desconcierto del profesor era total, pues cada uno de sus comentarios era contestado con la fórmula: "Sí, claro, ya lo había pensado yo. Mire aquí por ejemplo …". Al cabo de media hora de inapelables pero infusionables peroratas del ingeniero, el catedrático, agotado, solamente acertó a decir: "Respóndame a una sola pregunta más: ¿por qué usted, siendo General de División, quiere ser un simple Coronel?"
*Diego Fullaondo es arquitecto y uno de los directores del estudio IN-fact arquitectura.
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no sería el primer cachivache urbano que ponemos a caldo al principio y después terminamos convirtiendo en símbolo de la ciudad. +
El gran Fisac lo tenía claro, los edificios deben ser diseñados para el uso y el lugar al que están destinados. En Calatrava eso suele fallar. +
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