El pasado domingo se anunció el ganador del prestigioso premio Pritzker 2008: el arquitecto francés Jean Nouvel. Dentro del mundillo arquitectónico muchas voces se elevan, discretamente eso sí, contra la concesión de este tipo de premios. Normalmente las de todos aquellos que no resultan ganadores, que, como es lógico, son legión. Recurren a los más variados argumentos: que si resulta inaceptable el olvido de fulanito mientras que se ha premiado a menganito; que si la arquitectura es una labor de equipo y no tiene sentido en estos tiempos señalar a un único individuo como responsable de la calidad de una obra colectiva; que si son premios creados por y para los medios de comunicación, dirigidos a seguir alimentando un star-system que en nada beneficia a la calidad de la arquitectura; etc.
Jean Nouvel ante la maqueta del Louvre de Abu Dhabi.
En todos ellos, un poco de verdad, bastante desconocimiento y mucha envidia. El propio Nouvel, en un alarde de sinceridad casi excesiva, cuando le fue comunicado su premio confesaba: "Es la vanidad lo que me hacía relativizar la importancia y la notoriedad del galardón que no me habían concedido, y que ahora, por supuesto, sí le doy". Lo cierto es que, dejando de lado opiniones personales más o menos fundamentadas, y admitiendo la comprensible y deseable heterogeneidad cualitativa de la lista de los treinta premiados desde el año 1979, la gran mayoría de los arquitectos galardonados son enormes personajes con una influencia decisiva en la evolución de la arquitectura de las últimas décadas.
El jurado ha destacado de Nouvel su capacidad de innovación en cada proyecto. A pesar de este lenguaje algo críptico frecuente entre arquitectos, creo que la valoración es bastante acertada. Me explico. Una actitud frecuente y desde luego lícita de cualquier arquitecto es la profundización sucesiva en determinados conceptos o formas de hacer que le son propias en los distintos proyectos que va realizando a lo largo de su trayectoria. Desde esa redundancia en los mismos conceptos, se convierten en virtuosos de esa porción de la disciplina y sirven de modelo y referencia de esa forma de entender la arquitectura. Limitándonos a la lista de los premiados con el Pritzker, este puede ser el caso de Gehry, Meier o Zaha Hadid, con su búsqueda, casi desesperada, dentro de su propia familia de formas en cada proyecto; o de Foster, Rogers y Piano (con matices diferentes cada uno) investigando en lo tecnológico y lo constructivo; o Murcutt, que inicia, todavía en una escala menor, el interés por lo sostenible y ecológico.
Maqueta de la Filarmónica de París.
Esta sistemática recurrencia a los propios demonios particulares de cada arquitecto produce aquellas obras que algunos despectivamente denominan "arquitectura de marca"; o, aún más peligroso, "estilo de cada arquitecto". No es este el caso de Nouvel. Desde hace algunos años, una de las primeras clases que impartimos cada curso en la universidad consiste en intentar definir con un mínimo de precisión qué es un arquitecto y qué es un proyecto. No es fácil. Además de otros símiles parciales más comunes como el director de orquesta o el director de cine, manejamos una imagen para acercar la figura del arquitecto que creo se ejemplifica muy claramente con Nouvel: El cazador de contextos (la expresión es de Javier Boned durante nuestra experiencia docente en Málaga). Un personaje siempre alerta, dispuesto a cazar, en cualquier momento y desde cualquier campo, un estímulo instantáneo que desencadene toda la fuerza de la obra.
Nouvel no es un especialista, no tiene convicciones profundas, no adquiere compromisos eternos. Flirtea con muchos contextos posibles para desencadenar sus instantáneas imágenes. Escudriña con la intensidad del depredador el entorno físico, las características del cliente, la filosofía y el arte, lo tecnológico y lo ecológico, lo local y lo global, a la búsqueda de aquel único elemento que le permita cazar a su presa. Es rápido. Una vez detectada la pieza, olvida las demás, y la construye de forma implacable. Esta es la causa de que sus proyectos sean tan diferentes entre sí. No existe un estilo Nouvel, como podríamos decir de Gehry o Foster. En cada proyecto parte de un punto diferente. La rapidez en la decisión, rozando en algunos casos la falta de reflexión, también explica lo desigual del resultado en cuanto a calidad se refiere. Para un barcelonés la magnífica Torre Acbar justifica ampliamente la concesión del Pritzker, mientras que para un humilde madrileño que contempla la Ampliación del Reina Sofía, este reconocimiento a Nouvel sigue siendo un misterio. Y es que Gaudí es mucho Gaudí.
Un único denominador común encuentro en Nouvel: El fondo negro. Desde sus dibujos, hasta las fotografías de sus proyectos terminados, siente la necesidad de presentar sus obras siempre sobre un hermético fondo negro, quizás para recordar aquella primera oscura noche en que cazó la imagen en su cabeza.
*Diego Fullaondo es arquitecto y uno de los directores del estudio IN-fact arquitectura.
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paseo con frecuencia por la ampliación del Reina Sofía y no me resulta ningún misterio el reconocimiento de Nouvelle +
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