¿Cuántos kilómetros ha recorrido la comida que comes hasta llegar a tu plato? Basta darse una vuelta por el supermercado para comprobar que las estanterías están llenas de productos de la otra punta del planeta: Una manzana de origen chileno de las que tanto se consumen en España habrá tenido que viajar más de 10.000 kilómetros.
El Gobierno británico lanzó hace unos meses una iniciativa para que el etiquetado de la comida haga referencia a su impacto ambiental, en función de un concepto cercano al de 'food miles' (kilometraje de los alimentos). Pero, ¿qué es este tipo de medición? Algunos autores consideran que puede ser demasiado simplista.
Aparte de las cuestiones de responsabilidad social derivadas de los procesos de producción, este flujo de alimentos a escala planetaria tiene grandes costes ambientales (como las emisiones de CO2). Para medir estos impactos, el doctor Tim Lang, profesor de la Universidad de Londres, acuñó el término Food miles' (kilometraje o recorrido de los alimentos) que estima el número de kilómetros que han recorrido los alimentos hasta llegar al consumidor para estimar su consumo energético final.
Según datos de un informe publicado por Veterinarios Sin Fronteras, la importación de alimentos en España creció un 66% en los últimos diez años. Por ejemplo, un 36% de las manzanas que consumimos proceden de Chile y un 60% del arroz de Tailandia. En base a datos del Instituto Nacional de Estadística, este mismo informe afirma algunas paradojas del sistema de distribución alimentario en España. Véase: En el año 2003, España importó 1,3 millones diarios de kilos de patatas de Francia y exportó 275.000 kilos diarios a Portugal. Cada día importamos unos 3.500 cerdos vivos y exportamos 3.000. Importamos 330.000 kilos de carne de pollo (21.000 kilos procedentes de Brasil) y exportamos 205.000 kilos de carne de pollo.
En los países anglosajones estas cuestiones han movilizado a la opinión pública y se han realizado diferentes investigaciones sobre los kilómetros que recorren los alimentos. Un reportaje del periódico británico 'The Guardian' aseguraba que en el Reino Unido cada alimento fresco viaja una media de 8.000 km. Asimismo, una entidad de investigación de Estados Unidos, el World Watch Institute, ha estimado que en este país la comida viaja de media entre 2.500 y 8.000 km. Esta misma institución ha advertido que el tonelaje del mercado global de alimentos se había cuadruplicado desde 1961, mientras que la población mundial en ese mismo periodo se había duplicado.
Basándose en este concepto de 'Food miles', el Gobierno británico reveló el pasado verano su intención de poner en marcha un plan para obligar a etiquetar los productos alimentarios a la venta, con información sobre la 'huella de carbono' de los mismos. La iniciativa pretende que en las etiquetas se muestre la cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero generadas, no sólo en el transporte de los alimentos, sino también en el proceso de producción y puesta a disposición del público de los productos. En marzo de 2007, el Reino Unido lanzaba la 'Carbon Reduction Label' (etiqueta de reducción de CO2) a través de un programa piloto.
Este concepto ha promovido incluso, nuevos movimientos sociales, como los denominados 'locavores' o practicantes de la 'dieta de las 100 millas': comer sólo productos que tengan su origen en un radio de 100 millas.
Sin embargo, otros autores afirman que este concepto es demasiado simplista. Argumentan que es necesario un examen exhaustivo y más complejo sobre la procedencia de los alimentos. El Departamento de Medio Ambiente del Reino Unido (DEFRA) concluía en un informe de 2005 que "tener en cuenta el recorrido de la comida como un indicador único de sostenibilidad es inadecuado».
Según este informe de DEFRA, un cargamento de alimentos procedentes de agricultura orgánica importados, podría suponer una menor huella de carbono que productos similares cultivados de manera intensiva en nuestro país, si en su producción se han debido utilizar fertilizantes, que suponen un mayor uso de combustibles.
El hecho de que todos nuestros productos estén etiquetados con información acerca de las emisiones de gases de efecto invernadero podría suponer un proceso de años, puesto que se debe tener en cuenta todo el ciclo de vida del producto (método de cultivo, envasado, transporte, etc). Por no hablar de la imposibilidad de calcular la energía gastada una vez el consumidor ha adquirido el producto (refrigeración, modo de cocinarlo, etc.) En Gran Bretaña comienza a ser una realidad que todos los consumidores conozcan las emisiones de gases de efecto invernadero de los productos cotidianos. ¿Crees que será importada esta costumbre a tierras ibéricas?
*Vanessa Sánchez es ambientóloga y trabaja en la Fundación Global Nature
(Las conclusiones y puntos de vista reflejados en este artículo son responsabilidad únicamente de su autor y no representan, comprometen, ni obligan a las instituciones a las que pertenece).
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