Comer o no comer mozzarella, esa es la cuestión

Cuestionar la calidad de un producto ya es suficiente para que los consumidores lo descarten en el acto. Las dudas sobre la mozzarella que la CE acaba de zanjar aceptando la promesa de Italia de retirar las partidas sospechosas, ya han afectado a un negocio que mueve 200 millones de euros al año.

Quesería en el mercado de la Paz.

'Ya han venido varios clientes preocupados por la mozzarella esta mañana. Como la cosa no se aclare, devuelvo las bolas porque es un producto muy perecedero y se me va a estropear si no lo vendo". Miguel Ángel Alonso, el dueño de Alimentación Alonso en el Mercado de la Paz de Madrid, está preocupado desde que se ha enterado de que Francia ha prohibido la comercialización de mozzarella de la región de Campania por temor a que pudiese presentar índices de dioxina altos.

Son las 13 horas del mediodía y en una de las galerías de alimentación con mayor oferta de calidad de la capital no se puede decir que haya cundido la alarma. Excepto en este establecimiento, en las otras dos queserías especializadas no han notado una disminución de la demanda. En el nutrido local regentado por los Hermanos Guerrero, la presencia de mozzarella es testimonial. Las clásicas bolsitas a 2,60 euros se enfrentan a la competencia de las bolas a granel de producción nacional que se pueden adquirir por sólo 0,90 euros la pieza. Por ahora nadie le ha planteado dudas. Al francés que regenta Bon Fromage, la polémica de esta semana tampoco le ha afectado demasiado. Lo que sí ha notado es una reducción paulatina en la venta desde finales de enero hasta hoy que no sabe cómo explicar.

En Italia, sin embargo, las pérdidas en los últimos días ascienden ya a 30 millones de euros debido a un descenso del 60% del consumo, según los productores. Con más de 25.000 trabajadores, la mozzarella mueve un total de 200 millones de euros al año, de los que 48 corresponden a exportaciones. La Campania es el sello de denominación de origen presente en el casi 90% de las bolsas de mozzarella, que se corresponde con la región meridional controlada por la Camorra, en donde se elabora este popular manjar lácteo. En esa tierra, en la que campan y se alimentan las búfalas de las que se extrae la leche para la fabricación de mozzarella, están enterradas ilegalmente toneladas de deshechos tóxicos. Ese otro negocio, controlado por la Mafia, es el responsable de que las dioxinas de la zona anden por las nubes, incidiendo de manera directa en el desarrollo de cáncer por encima de la media nacional.

Claro que el asunto no es una novedad y tampoco existen pruebas fehacientes sobre la magnitud de las bolas afectadas ni de su destino. La Comunidad Europea se ha conformado con la promesa de Italia de retirar las partidas sospechosas. Por ahora, en las 130 factorías de mozzarella analizadas, se han encontrado dioxinas en 26 muestras de queso y se han cerrado, en prevención, 83 granjas de búfalas. En seguida surge la inevitable reflexión sobre la toxicidad de cada uno de los productos que ingerimos. Comer se ha convertido en un acto de fe. La información, incompleta, tampoco permite hacerse una idea clara sobre la conveniencia de relegar algunos alimentos al mundo del olvido. Al final, la decisión responde a la intuición. Una argumentación inconsistente.