He vuelto a Barcelona después de dos años. He visitado el recinto del Fórum. No soy sospechoso de comulgar con ingenuas ideas nacionalistas, tristemente tan de moda en estos tiempos simplones. Pero me tengo que preguntar qué es lo que hace tan abierto, tan sugerente, tan rico y tan cambiante el urbanismo en la capital catalana, frente a nuestro estéril y paupérrimo crecimiento madrileño.
Cúpula de Herzog & de Meuron
La operación urbanística del Fórum fue acusada de especulativa, de ser una cortina de humo diseñada para enmascarar intereses bastardos. Seamos serios: tal y como está estructurada la propiedad del territorio y la calificación urbanística del suelo en este momento en España, es imposible evitar la especulación. En palabras de Rem Koolhass, no se puede luchar contra las olas; hay que surfearlas. Lo que sí se debe exigir es que la planificación genere un trozo de ciudad nuevo, moderno, acorde con el tiempo en que le tocará ser soporte de la compleja vida urbana, en lugar de repetición de viejos modelos de zonificación que ya han demostrado su fracaso.
Afirman sus detractores: el recinto del Fórum sigue vacío. Sí, pero menos. Como brotes de hierba en el desierto, comienzan a aparecer las más diversas actividades urbanas en el complejo escenario diseñado para la feria. Bajo el triángulo flotante de Herzog y de Meuron, pequeñas salas de exposiciones cristalinas; áreas de diseño para niños nunca vistas en la capital surgen espontáneamente en las plataformas más cercanas a la Diagonal; la federación catalana de vela ha colocado sus instalaciones bajo la magnífica placa fotovoltaica de Martínez La Peña; un puerto deportivo repleto ya, ha colonizado la bahía (por cierto, con el crucero más bonito que he visto en mi vida); ciclistas y patinadores hacen piruetas en la olas de Zaera; instalaciones temporales se posan en la explanada central; corredores, paseantes, pescadores, amantes y turistas aparecen, solitarios aún, por cualquier esquina.
Se podría haber apostado por una solución más tradicional. Se podría haber explanado toda el área y haber proyectado una rígida malla geométrica sobre todo el ámbito. Nuestras suaves inquietudes de modernidad se podrían haber salvado realizando un par de edificios 'emblemáticos' y ubicando cuatro o cinco usos diferentes en el perímetro de la zona de actuación. Pero no. Se han realizado edificios singulares -el triángulo azul flotante me sigue pareciendo magnífico-. Pero el acento singular de la operación se puso en la nueva topografía urbana, abrupta a la vez que accesible.
Se optó por dibujar un soporte definido por sus límites, abierto, dubitativo, vacío y expectante. No se yuxtaponen cuatro tipologías edificatorias para generar una falsa ilusión de complejidad, sino que se superponen físicamente todas las posibilidades de la vida urbana moderna. El resultado es lógicamente distinto: en lugar de una rígida estructura que nace ya esclerótica, se ha creado un sustrato vegetal rico, ávido de recibir y alimentar esa nueva zona de Barcelona. El proceso no ha finalizado aún. En lo abierto siempre está la posibilidad del fracaso. Pero la ciudad prefiere asumir ese riesgo, que, por otra parte, siempre existe, a la seguridad de repetir un modelo que ya no funciona, y que después, durante decenas de años, deberá ser objeto de cientos de modificaciones y actuaciones puntuales para adaptarlo mínimamente a lo que la ciudad demanda.
Su condición de espacio límite y la determinante importancia de la línea del horizonte marítimo pueden ser dos explicaciones, entre otras muchas, para esta diferente manera de abordar los amplios desarrollos urbanísticos en las dos ciudades. La poderosa línea horizontal del mar parece liberar al hombre de la necesidad de explanar la tierra para tranquilizar su espíritu, para tener una cierta sensación de control de su destino. Le libera, y la ciudad se inclina, se pliega y se superpone. Y ahora sí, responde a sus límites, con el mar, con la Diagonal, con la industria, con las nuevas dotaciones. Ahora sí puede dar una respuesta diferente en cada espacio y cada tiempo. Una respuesta arriesgada, dubitativa, progresiva y abierta.
*Diego Fullaondo es arquitecto y uno de los directores del estudio IN-fact arquitectura.
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