Oportunidades de empleo

Pensando, pensando, se nos ha ocurrido que el negocio de cobrar deudas tiene que ir bien. Cuando hay crisis, ya se sabe, hay morosos. Y lo digo con conocimiento de causa: si no encontramos curro en un par de meses, a ver quién paga el alquiler. Total, que nos hemos puesto a mirar por internet y al llegar al sitio del Cobrador del Frac, el Vladimiro ha visto la luz. Los tíos ponen un retrato de Cervantes y dicen que si no hubiera sido cobrador de deudas, que por lo visto lo fue, no habría podido escribir el Quijote. Al Vladimiro, eso le ha llegado al alma. El chaval es de esos que sueñan con escribir un novelón y hacerse famoso. Yo no le he visto en mi vida escribiendo nada, pero eso es otra cosa.

(EFE)

¿Se casa la duquesa?

El Vladimiro, que para según qué cosas es muy lanzado, ha decidido pedir empleo en El Cobrador del Frac, y ya esta mañana se ha puesto manos a la obra. Quería que fuéramos los tres, pero el Ahmed ha dicho que no pensaba disfrazarse, y a mí, la verdad, me parece que lo de perseguir morosos me deprimiría bastante. Estaba el Vladimiro saliendo por la puerta cuando se le ha ocurrido una idea: presentarse en las oficinas de la empresa ya vestido de faena, para que sus nuevos jefes comprobaran sus ganas de trabajar, su espíritu de superación, su identificación con los objetivos corporativos y toda esa mandanga.

Ay, hemos pensado. El Ahmed hasta lo ha dicho: ay. Porque nos conocemos al Vladimiro. Ha pasado un buen rato y casi nos habíamos olvidado de la movida, entretenidos en mandar sms a los colegas para ver si saben de algo (nada, pero nada de nada), cuando ha vuelto el Vladimiro. Bueno, lo que ha vuelto ha sido un pingüino deshidratado. Bajito y rechoncho como es, y con esas piernecillas, el frac le sentaba como el culo. Además sería un frac de invierno, y el hombre sudaba a chorros. Habría dado pena, si no hubiera dado tanta risa. Ojo, que nos la hemos aguantado: ya se le veía en la cara, pobrecillo, que no estaba para bromas.

Más de 200 euros se ha gastado en alquilar el traje fúnebre, para nada. Entre que no sabe conducir, que no da la talla, que es extranjero y que, para qué negarlo, ni con una escopeta cargada acojonaría a un moroso, no le han admitido la solicitud. Encima, en el metro de vuelta se han metido con él unos chavales y ha tenido que salir por piernas. Así ha vuelto a esto que llamamos casa, que estaba a punto de asfixiarse. Se ha bebido no sé cuántos vasos de agua, le hemos ayudado a quitarse el disfraz de pingüino y le hemos dejado tranquilo. Ahora está en el sofá, leyendo una revista y enterándose de si la duquesa de Alba se casa o no se casa. Lleva un buen rato en esa página, y me imagino lo que barrunta esa cabecita: ¿no se casaría esa señora con un mozo de su tamaño, con acento caribeño y, además, con el traje ya a punto para la boda?

No sé si acercarme y darle una colleja preventiva, antes de que nos salga con la idea de emparentar con la aristocracia, o esperar a que nos cuente el plan, y dársela entonces.