Con mis mejores deseos para el 2010.
- ¿Tú crees que se puede estar enamorado de dos mujeres al mismo tiempo?
- Depende de lo hermosas que sean.
Quien había hecho la pregunta era Luigi Greco, romano de cuarenta años recién cumplidos, y prestigioso ginecólogo en la Ciudad Eterna. Frente a él y quien había respondido la pregunta, se encontraba Giorgio De Luca, conocido hombre de negocios, algunos más bien turbios, según se desprendía de lo publicado por la prensa local en repetidas ocasiones. De hecho, había estado envuelto en varios juicios comprometedores, concretamente por intento de corrupción y relaciones con organizaciones mafiosas, habiendo salido no obstante airoso e inmaculado de todos ellos. Con apenas cincuenta años, De Luca era sin duda uno de esos hombres a los que tener como amigo para recurrir en caso de apuro. De cualquier tipo de apuro.
- Te lo digo en serio Giorgio –prosiguió Greco visiblemente preocupado-; llevo mucho tiempo sin poder dormir por culpa de este tema que ahora siento que se me ha ido de las manos. Tú sabes que yo estoy felizmente casado con Angelina. Tenemos nuestros hijos que da gusto verles crecer día a día. Pero por otra parte está Jessica. Ella me ha regalado dos años en los que he vuelto a sentirme como si tuviera quince años. Y de verdad, no sé si he llegado incluso a enamorarme de ella, por eso te lo pregunto. Pero el problema es que aunque así fuera, yo no puedo permitirme abandonar mi status social dejando a Angelina como Jessica me pide. ¡Es absurdo! ¿A qué viene esto después de dos años en los que siempre le fui sincero en nuestra relación? ¡Joder!, ¿por qué tienen que estropearlo siempre? ¿Cómo se le ha pasado por siquiera por la cabeza amenazarme ahora con irle a Angelina con lo nuestro?
- ¿Puede hacerlo?
- ¡Claro que puede hacerlo! Otra cosa no, pero a Jessica lo que le sobra es carácter. Desgraciadamente debí de darme cuenta antes, pero estaba obnubilado con su belleza y juventud. Ahora ya es demasiado tarde para arrepentirme, y lo que tengo que hacer es solucionar esto cuanto antes. Hoy mejor que mañana. Y por eso te he llamado.
En ese momento uno de los camareros del restaurante donde ambos habían quedado para comer, se acercó para traerles la carta.
- Siempre es un placer tenerle aquí de nuevo señor De Luca – dijo inclinando la cabeza para saludar a su ilustre invitado.
- Gracias Gino. Tomaré lo de siempre. Y para él lo mismo.
- ¿Tomará también su vino de siempre señor De Luca?
- Sí, gracias.
El camarero se alejó dejando a ambos amigos de nuevo a solas con su conversación apenas iniciada. En realidad, no había sino otro par de mesas ocupadas en el comedor, y ambas se encontraban en la parte opuesta del mismo. Estaba claro que el señor De Luca al efectuar la reserva, había requerido máxima discreción para él y su invitado.
- Me pides un favor muy grande, y tú lo sabes –le dijo De Luca entonces.
- ¡Claro que lo sé! Soy perfectamente consciente Giorgio, ¿pero a qué otra persona podría recurrir? Estoy desesperado. No creas que para mí es un plato de buen gusto venir a pedirte esto. Y no te imaginas cuánto lo siento por ella, pero no me deja otra opción. He intentado razonar con ella pero ha sido del todo imposible. Ya sabes cómo son las mujeres cuando se les mete algo en la cabeza. Ella sabe que la quiero pero no se da cuenta que tengo mi vida, mi carrera, y que no puedo renunciar a ella. ¡Dime que me ayudarás!, ¡por Dios te lo pido!
- De acuerdo. Tú me ayudaste con lo de mi hija y somos además buenos amigos. Haré lo que me pides. Mándame su dirección y una foto. Hazlo a este número de móvil que aquí te apunto.
- Lo haré ahora mismo –se apresuró a decir Greco agradecido-. Lo tengo todo en mi móvil. ¡Mira, ésta es su foto! Es preciosa, ¿verdad? Es casi clavada a Angelina cuando tenía también sus mismos veinticinco años. El tiempo hace burla de nosotros, ¿no crees?
- Seguramente.
- Sé que no es necesario preguntarlo Giorgio, pero, ¿será todo muy limpio, verdad? Habrá que eliminar además cualquier rastro que ella pudiera tener mío en su apartamento. Y tampoco me gustaría que sufriera inútilmente. ¡Joder!, prefiero no saber nada.
- Descuida. Me ocuparé de que sea alguien de máxima confianza y no habrá nada de qué preocuparse. Y ahora disfrutemos de la comida. Mañana podrás decir aquello de que a año nuevo, vida nueva.
El camarero dispuso sobre la mesa una enorme fuente de prosciutto y mozzarella fresca, con unas rodajas de melón en el centro y les sirvió a ambos una copa de vino.
- Sorì San Lorenzo, un vino excepcional, ¿no te parece? –le preguntó De Luca a Greco apenas lo hubo degustado.
- Óptima elección Giorgio. Óptima elección. ¡Feliz 2010! –brindó Greco alzando su copa.
- ¡Feliz año! –respondió De Luca repitiendo el gesto.
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- ¿Quién es?
- ¿Vive ahí la señorita Manfredini?
- Sí, soy yo, ¿quién es usted?
- Le traigo un sobre a su nombre, ¿puede abrirme?
- Le abro; suba.
¡Qué extraño!, pensó Jessica. Un sobre. ¿Quién podría enviarle un sobre en un día como aquel? Bueno, tal vez fuera alguna sorpresa de Luigi. En el fondo no esperaba nada de él y menos después de la discusión que habían mantenido el día anterior. Pero hoy era Nochevieja, y seguramente querría hacer las paces. ¡Quizás fueran unos billetes de avión para escapar juntos como ella le había pedido!
El timbre de la puerta sonó y Jessica corrió a abrir. Se miró antes en el espejo del pasillo y disimuló en parte el escote de la camisa que llevaba puesta, abrochándose un botón más. Al abrir la puerta la reconoció inmediatamente: era Angelina Greco. La había visto en fotos de revistas donde aparecían ella y Luigi cuando él la llevaba a sus innumerables fiestas con la alta sociedad romana. A ella nunca la había llevado a ninguna. Prefirió no obstante fingir no saber quién era.
- ¡Hola!, buenos días. ¿Trae un sobre para mí, ha dicho? –se limitó a decir.
- Si no le importa, me gustaría pasar para entregárselo y explicarle el motivo de su contenido –respondió Angelina.
Jessica comprendió al instante que era inútil seguir con aquella farsa puesto que Angelina estaba claro que lo sabía todo y por algún motivo, hoy había venido a verla. Dudó no obstante por un momento si aceptar dejarla entrar, pero al final, su curiosidad por saber qué quería aquella mujer a la que durante tanto tiempo llevaba envidiando, le llevó a dejarla pasar a su casa.
- Tienes un apartamento precioso, Jessica. Perdona, ¿me permites que te tutee? –dijo Angelina nada más entrar.
- Gracias; claro, puedes hacerlo.
- ¿Puedo sentarme? – preguntó Angelina a la vez que ya se disponía a hacerlo en el sofá beige del salón donde Jessica la había conducido.
- Por supuesto.
- ¿Sería mucho abusar pedirte un café?
- Tendré que hacerlo; esta mañana no lo he preparado.
- No te preocupes, no tengo prisa. Espero que tú tampoco.
- No, claro que no. Lo preparo entonces.
Jessica salió del salón para irse a la cocina. Estaba realmente nerviosa y más ahora con la actitud tan extraña de aquella mujer. ¿Quién en su sano juicio iría al apartamento de la amante de su marido y se sentaría a pedir café como si de dos amigas de toda la vida se trataran? ¿Y qué demonios contendría aquel sobre que no había aún visto? Pensó en enviarle un mensaje a Luigi, pero había dejado el móvil posado en la mesita del salón. Sólo faltaba que ahora él la llamase y que lo cogiera su mujer.
Mientras esperaba por el café, Angelina miraba con detenimiento todos los detalles de aquel apartamento que desde su posición podía llegar a ver. Así que este era el apartamento que su marido le llevaba pagando a aquella mujer en los dos últimos años. Ella sabía lo de su marido con Jessica prácticamente desde el primer momento, pero en los últimos meses la situación había llegado a unos extremos que ya no podía asumir, ni siquiera por sus hijos. Era precisamente por ellos que estaba resuelta a cumplir lo que había decidido llevar a cabo esa mañana.
- ¿No vas a acompañarme? –le preguntó Angelina al ver aparecer a Jessica con una única taza.
- Pensaba desayunar con unos amigos con los que he quedado en una hora en Piazza Popolo.
- ¡Venga! No me gusta tomar el café yo sola. Y por un café tampoco vas a dejar luego de desayunar –insistió.
- No, claro. Voy por una taza.
Jessica pensó que era mejor no llevarle la contraria a aquella mujer. Empezaba a sentirse angustiada con su presencia. Tal vez sería mejor esconder en el bolsillo de su pantalón un cuchillo de la cocina, por si la cosa se ponía fea. ¡Quién sabe! Tal vez ella escondiera en su bolso una pistola. Intentó tranquilizarse mientras volvía al salón, ya con el cuchillo en su bolsillo. Esperaba que no se notara aunque hubiera tomado la precaución de sacarse la camisa por fuera del pantalón para disimularlo en parte.
- Aquí está mi café. Y ahora si no te importa, me gustaría saber qué has venido a hacer a mi casa –preguntó Jessica con forzada serenidad.
- Claro Jessica, es justo. Verás, Luigi como comprenderás no me ha hablado nunca de ti, así que bueno, quería en primer lugar conocer personalmente a la amante de mi marido; porque a fin de cuentas, una amante es como alguien de la familia, ¿no crees?
Jessica no respondió. Por su cabeza pasaban de forma desordenada cientos de pensamientos. ¿Qué decía aquella mujer de su familia? Todo aquello era muy absurdo, pero al mismo tiempo, muy violento. A cada segundo que pasaba con aquella mujer sentía que su corazón se aceleraba más y más. De forma inconsciente pasó su mano por el bolsillo donde tenía escondido el cuchillo.
- ¿Me podrías traer un vaso de agua, por favor? –pidió de nuevo Angelina.
- Claro, voy por él, disculpa.
Mientras veía cómo Jessica salía de nuevo del salón, Angelina sacó de su bolso un pequeño frasco de cristal. No había sido demasiado complicado conseguirlo para alguien con sus contactos. Fulminante e indetectable, le habían asegurado. Una variante del jugo del loto negro, aún más mortífero que éste. Vertió todo su contenido en el café de Jessica y esperó a que ésta volviera.
- Aquí tienes. Es del grifo. Disculpa, pero no tengo agua embotellada –le dijo Jessica mientras le ofrecía el vaso de agua.
- Es igual cariño, está perfecto así. Luigi y yo siempre tomamos agua del grifo. ¿No te lo ha dicho? –le preguntó Angelina con una sonrisa burlona mientras apuraba su café-.
- No sé, creo que no –respondió perpleja Jessica al tiempo que bebía el suyo casi de un trago- En serio, me gustaría saber a qué has venido –se atrevió de nuevo a preguntar-. Y qué es eso del sobre que me has dicho. ¿Lo has traído de verdad?
- No, no he traído ningún sobre cariño.
La taza se rompió en añicos cuando Jessica cayó desplomada en el suelo. Angelina apenas le prestó atención y se dirigió a la cocina para comprobar satisfecha que tal y como había descubierto gracias a una simple llamada, en aquel apartamento había cocina de gas. Abrió entonces los cuatro fogones al mismo tiempo, y el gas comenzó a inundar rápidamente con su olor toda la cocina. Se cubrió entonces la cara con una pequeña mascarilla que había traído en su bolso como parte del plan, y se fue al salón. Arrastró el cuerpo de Jessica que yacía aparentemente muerta y lo condujo hasta la cocina. Al hacerlo, el cuchillo se escurrió de su bolsillo. ¡Maldita zorra!, pensó Angelina al verlo.
No tenía tampoco mucho tiempo, así que apenas dejó el cuerpo de Jessica en la cocina, no hizo sino contemplar por última vez la escena, antes de dirigirse rápidamente hacia la puerta del apartamento. En cualquier momento, aquello podría saltar por los aires. Cuando la policía encontrara el cadáver, pensarían o que aquella pobre fulana se había suicidado o que simplemente se trataba de un accidente más de aquellos que salían cada cierto tiempo en los noticiarios. Nadie podría relacionar además a aquella mujer con su marido. Y para ella, a partir de mañana, sería más cierto que nunca el que a año nuevo, vida nueva.
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El señor De Luca le había entregado en un sobre la dirección del apartamento junto con las llaves del mismo y una foto de la persona a la que tenía que visitar. Las instrucciones eran muy claras. Se trataba por otra parte de un trabajo sencillo, mucho más que algunos que había tenido que realizar para el señor De Luca en los más de diez años que llevaba trabajando a sus órdenes. Pero por complicados que hubieran sido, nunca le había fallado, y lo más importante: nunca la policía había sido capaz de llegar a él ni al señor De Luca. Por eso era su preferido. Él era el número uno y el resto de la gente que trabaja para el señor De Luca lo sabía y le envidiaban por ello.
Llegó puntual según lo previsto a aquel portal de Corso Francia, donde se encontraba el apartamento en cuestión. Abrió con una de las llaves la puerta del portal y se dispuso a subir las escaleras. El apartamento estaba en la primera de las cinco plantas que tenía el edificio. No era necesario coger el ascensor. Cuantas menos huellas mucho mejor. De todos modos llevaba los guantes negros como de costumbre. Los mismos guantes negros heredados de su padre que llevaba utilizando todos estos años. No era sentimentalismo: era pura superstición.
Al llegar delante de la puerta del apartamento señalado le pareció oír que desde dentro alguien se dirigía de forma apresurada a ella. Sin darle tiempo a introducir la llave en el bombín de la cerradura, la puerta se abrió. Fue cuestión de apenas un segundo el que con la otra mano sacara la pistola y disparara contra la mujer que desde la puerta le miraba desconcertada por lo imprevisto de la situación. Al ruido sordo del disparo amortiguado por el silenciador le siguió una enorme explosión y en sólo unos segundos, medio edificio cayó desplomado, transformado en un amasijo de escombros bajo una nube inmensa de polvo.
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No había podido soportar la presión de los primeros interrogatorios y el ginecólogo Greco lo había confesado todo salvo el origen del brazo ejecutor. Declaró que había sido un encargo suyo personal y directo. El 1 de Enero lo pasó así ya en los calabozos de comisaría. Sin embargo, el señor De Luca estaba convencido que treinta años de cárcel era tiempo más que suficiente para pensar en muchas cosas, y no podía correr el riesgo de que su amigo Luigi acabara por comprometerle y delatarle con el fin de acortar su castigo. La policía seguro que sospechaba que alguien más poderoso se escondía tras aquel desastre en el apartamento de Corso Francia.
La decisión estaba tomada. Apenas Greco llegara a su celda definitiva, se encargaría de dar instrucciones precisas para que alguno de sus esbirros que se encontraban cumpliendo condena en la misma prisión, dieran cuenta de él. ¡Pobre Luigi! Seguro que ahora desearía haber seguido con su antigua vida. Año nuevo, vida nueva. No por mucho tiempo, pensó el señor De Luca mientras apuraba su copa de Sorì San Lorenzo.
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