Una población de 25.000 habitantes da el toque de atención sobre el fin de una etapa de entender el poder. La crisis es, precisamente, esto. Por Alfonso Piñeiro, editor de Confidencialba.
Lo más acertado en la convulsa situación político-sindical de la localidad de Villarrobledo es decir que se ha perdido el juicio. El de la coherencia. Se ha hecho por partes, si no iguales, sí al menos no excluyentes: todos "pringan", y todos la "pringan". Pero no tiene por qué ser algo malo. Puede, incluso, que permita extraer una lección magnífica de por dónde puede avanzar el mundo en los próximos años. Es el fin de un modelo de poder, y la escenificación de sus coletazos.
La burbuja no ha sido sólo del ladrillo. Ha sido de valores. Hasta que ha reventado. Y uno de los lugares por los que supura es, precisamente, Villarrobledo. Tomen el foco que prefieran: ¿incremento de sueldos en el organismo autónomo Miguel de Cervantes? ¿Desempeño de cargos que no corresponden a la formación? ¿Un catálogo de puestos de trabajo ad hoc? Justo enfrente: ¿un supuesto desvío de fondos desde la Cooperativa Vinícola hasta Martínez Solé, la empresa del que fue candidato por el PP a la Alcaldía, Tomás Cabañero? ¿250 despidos en dicha firma, sin que medie expediente de regulación de empleo?
Suma y sigue. Si descendemos al nivel de los hechos, el juego de alianzas se antoja imposible. A saber, y desde junio: UGT Albacete exige la cabeza del regidor de Villarrobledo, número dos de Diputación y peso pesado (sin chascarrillos fáciles sobre el físico, que a nadie interesan), del PSOE provincial, Pedro Antonio Ruiz Santos, a cuenta de un despido ganado en tribunales en el Miguel de Cervantes; subida de sueldos supuestamente "a dedo" en dicho organismo, el Miguel de Cervantes, y nuevo catálogo de puestos de trabajo, que pone en pie de guerra a los dos sindicatos mayoritarios y, faltaría más, al PP, que se apunta a un bombardeo; y de postre la dimisión del secretario comarcal de UGT, José Antonio González Rus, quien da a conocer que las subidas de sueldo antes mencionadas benefician, entre otros, al ex secretario provincial del sindicato, Segundo Camacho; el mismo que abandonó el cargo en 2007, oficialmente, por motivos de salud.
Casi al mismo tiempo, se gestó la crisis vinícola: el informe con las supuestas irregularidades, la petición de cuentas por parte del PP local y provincial, la turbulenta asamblea en la que los socios de la Cooperativa rechazaron la dimisión de la directiva, y el estallido de la crisis obrera-sindical en la empresa que supuestamente resultaba beneficiada con los desvíos de fondos. Crisis en la que CCOO acusa a UGT de estar con la empresa. Crisis que el Gobierno municipal utiliza para achacar al PP que utiliza el asunto del Miguel de Cervantes como cortina de humo. Crisis que obliga a UGT a desmarcarse de Ruiz Santos, y por exclusión ser "absorbida" por Cabañero, aun contra su voluntad. Crisis que, por tanto, permite a CCOO anotarse el tanto de las movilizaciones a cambio de aparcer como el aliado final, a pesar de todo, del PSOE provincial.
Como siempre, la obligación de un análisis es separar lo superficial de lo profundo. En este sentido, dictaminar si la posición mayoritaria de CCOO en las instituciones públicas le permite "meter mano" (no en la caja, sino en las influencias), o si el hermanamiento histórico PSOE-UGT es más fuerte que esos lazos, es una cuestión coyuntural. De marujeo político, pero marujeo a fin de cuentas. Como la comida de veteranos que celebraron socialistas y ugeteros, y de la que se cuenta que Eduardo Mayordomo, jefe de los segundos, intercambiaba miradas con José Bono, mientras Ruiz Santos le hablaba al oído, que echaban chispas. Vale. Bien. Bueno es saberlo, pero no es definitivo.
Lo profundo es otra cosa. Piénsese en todos los elementos que concita esta historia para ver si es posible dar un salto argumental, pero no lógico. Por un lado, tenemos a políticos metidos a empresarios, o viceversa (ambas intercambios de profesión son de mucho cuidado). Por otro lado, a sindicalistas en las instituciones públicas. Además, el mar de fondo incontestable de la crisis económica, el fin de las alegrías del ladrillo, sus comisiones y sus créditos fáciles. Y por si fuera poco, una batalla sorda entre los púgiles del sindicalismo, unos caballeros a la hora de negociar en la capital, pero mariscales de campo a la hora de jugarse la honra y los cuartos en la conquista de cada empresa, de cada comité, de cada liberado sindical.
¿Cabe pensar más allá? Empecemos por lo que está de moda, la crisis. La recesión económica no está causada por un repentino bajón en la capacidad de trabajo del tejido laboral y empresarial. No es que de pronto seamos más vagos o tengamos menos impulso emprendedor. El motivo ha sido la pérdida de confianza del sistema en sí mismo. Se ha bloqueado la dinámica de la acumulación de capital, la capacidad de inversión y reinversión, y se ha tomado en cadena la decisión de poner los pies en polvorosa: el más grande deja de pagar, el menos grande corta dos o tres suministros, o cinco, o los que necesite para cuadrar a martillazos las cuentas, el mediano despide al diez por ciento de su plantilla, el pequeño cierra el chiringuito... y llegamos a los 3,7 millones de parados.
Esa es la consecuencia de más de una década de poder de directivos cuya única misión ha sido incrementar unos puntos el margen de beneficios, caiga quien caiga. Compre el piso, que le ponemos los muebles y el coche. Conclusión: ciudadania adormilada, poder político complaciente, y tráfico de intereses en las más altas esferas por hacerse con unos contratos. Por eso quien a estas alturas piense en echar la culpa a Zapatero o a Rajoy es que vive en la inopia hace tiempo. Y hará bien en callarse la boca, o lavársela con jabón, para que no se le note el atrevimiento de su ignorancia.
El fenómeno es mundial, con la particularidad en España del apalancamiento en una forma de entender el crecimiento. Durante diez años (1997-2007), dos tercios del incremento del PIB se debían, única y exclusivamente, al motor inmobiliario, con unas ramificaciones en las que las turbinas municipales tienen mucho que decir. Lo primero ya se sabe por mucho que se negara en la época de bonanza, lo segundo sólo se intuye. Sobre la base de la fiesta del crédito inagotable, alimentado y contaminado por productos financieros basura, brotaron empresas, y con ellas los impuestos, y con ellos los cargos de confianza, el clientelismo y los estómagos agradecidos.
Ahora todo ese proceso se ha dado la vuelta. Y están "pringados" desde la General Motors hasta la cooperativa vinícola, la de Villarrobledo o la de Cotillas, si es que existe, que tiene sólo 163 habitantes, y ninguno de ellos pensó que la globalización iba a ser tan puñetera. Ahí es donde la clase política y los líderes sociales de Albacete aun no han espabilado, y en lugar de coger el toro por los cuernos se están defendiendo como gato panza arriba. Mientras no cambien de actitud la desafección de la ciudadanía para con ellos será creciente, y dejarán el paso para movimientos sociales y políticos residuales, marginales o de nuevo cuño. Por tanto, más tenderán a defenderse y a dar coletazos. Se insiste en ello: salvo que espabilen.
Hace falta otra forma de gobernar. En el fondo, Zapatero o Rajoy sí tienen la culpa, pero no a la manera en que se lo achaca el populacho. Cambie el lector a Zapatero por Ruiz Santos, a Rajoy por Cabañero, y le saldrán las cuentas. El oGov u open Government que tratan de implementar iniciativas como Autoritas va por ahí. Los viejos modelos de política-policía verán en esos proyectos una amenaza. Pero si se retiran, los nuevos valores de los viejos partidos sabrán ponerlos a buen recaudo. ¿Están dispuestos a ello? Esa es la crisis. Y hemos tenido que viajar hasta Villarrobledo para entenderla.
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