Vicios públicos, virtudes privadas

Hace unas semanas pudimos ver como en el Mercado de la Boquería las prostitutas mantenían relaciones sexuales con sus clientes a plena luz del día. En este artículo, tomamos como punto de partida ese hecho para analizar la presencia del sexo en lugares públicos y la actitud de la sociedad ante los colectivos que lo practican.

Hace unas semanas, unas fotografías del diario El País desataron la polémica. En dichas fotografías, por si no saben a qué me refiero a LAS fotografías, se mostraba claramente como algunas parejas practicaban sexo en pleno mercado de la Boquería a plena luz del día. Se informaba al lector que las mujeres, aparentemente extranjeras y en su mayoría de raza negra, eran prostitutas.

Nadie está tan ciego como para negar la existencia de prostitución en sus ciudades e incluso barrios. En la forma de prostitución callejera, piso o club. No era, por tanto, nada nuevo: en Barcelona se ejerce la prostitución en plena calle. Lo que llamó la atención en un primer momento fue el hecho de ver gente practicando sexo a plena luz del día. Eso fue lo que llevó la noticia a ser la más visitada durante días en elpais.es. Observar dichas fotografías me llevó a reflexionar sobre la presencia del sexo en nuestras calles y ciudades. A priori, el sexo pertenece a la esfera íntima de cada persona y es de esa forma como se cree que debe vehicularse: preservando la privacidad y la intimidad de los oficiantes.

Sin embargo, no siempre es así. Hombres y mujeres, homosexuales o heterosexuales, solos, en pareja o en grupo mantienen relaciones sexuales en lugares públicos de forma más o menos indiscreta. Si analizamos el fenómeno, podemos comprobar como estos individuos adaptan distintos espacios que en un principio estaban destinados para otros usos para mantener encuentros sexuales. Una mirada rápida nos lleva desde aquellos que buscan un rápido desahogo practicando cruising en los baños de ciertos centros comerciales o en el metro a las parejas jóvenes que buscan acomodo en las zonas más aisladas de los parques púbicos. De las parejas que se entregan al dogging buscando mirar o ser vistos y participación ajena a los encuentros furtivos en los baños de una discoteca en un fin de semana.

Los lugares que dan cobijo a estas prácticas son asímismo bastante heterogéneos desde el campo, hasta un vehículo covenientemente aparcado. De una sauna a la estación de Atocha. Si analizamos todos estos lugares, observamos algo en común: todos estos colectivos han tenido que improvisar, que reinterpretar un lugar para poder dar rienda suelta a su deseo. Y la sociedad no mira, por supuesto. Y como la sociedad no mira, pues esos lugares no existen y esas necesidades tampoco. Sin embargo, como en el tema de la prostitución que no miremos no quiere decir que no exista. Y que decidamos por ellos que el sexo debe practicarse en el domicilio, en el hotel o en el meublé no quiere decir que ellos se deban dar por aludidos.

Desde el punto de vista de la arquitectura, resulta interesante plantearse como ejercicio desarrollar hipotéticos espacios para estos colectivos. Esta es la pregunta que lanzaban al aire hace poco Cristina Díaz Moreno y Efrén García del estudio Amid architectura y que recojo en esta reflexión. La creación o la ordenación de espacios para estos colectivos choca, por otro lado, con el puritanismo de la sociedad. Si bien aparentemente vivimos en una sociedad abierta en la que el sexo tiene una presencia pública cada vez más en aumento,por otro lado, la sociedad cierra los ojos ante aquello que no le gusta. "Mi niña no tiene sexo y mucho menos de ciertas formas" resume bien esta filosofía. No queremos que existan esas cosas pero existen. Como la prostitución.

No se planearán espacios para estos colectivos porque simplemente no queremos que existan o preferimos no enterarnos. Que cada cual lave su ropa en casa. Aunque todos sepamos bien donde se puede ver tendida.