¿Hasta dónde puede llegar la responsabilidad de los padres sobre la conducta de sus hijos? ¿Qué motivos son los que llevan a un menor de edad o adolescente a comportarse de forma vandálica o asocial?
Siento que me ahogo en un mar de complejos y frustraciones. A veces trato de diagnosticar la causa de mis dolencias y para ello vuelvo atrás en el tiempo por ver si pudiera haber habido algo en el pasado que haya creado en mí un trauma irreparable.
Para empezar nací en el seno de una familia modesta, católica por más señas, lo cual ya no puede ser bueno. Nunca me faltó nada pero mis padres hasta donde recuerdo, me enseñaron desde muy niño que el dinero no crece en los árboles, por lo que los caprichos que me concedían eran los justos y siempre bajo la condición de que hubiera algo por mi parte que hiciera que los mereciera. No acabó ahí su crueldad y falta de psicología infantil, sino que además no se les ocurrió mejor cosa que meterme en un colegio de curas. Estoy convencido que trece años educado en la fe católica y en sus valores tiene que ser dañino para un niño más tarde adolescente, que necesita poder expresar sus inquietudes con total libertad, sin estar sujeto a ningún tipo de rigor, exigencia académica o reglas establecidas. Los cachetes (en ocasiones guantazos en toda regla) que me llevaba en el colegio por mis tímidos intentos de rebeldía, lejos de ser motivo de airada protesta y litigio contra el centro por parte de mis padres, servían para que en caso de enterarse éstos, al llegar a casa recibiera una dosis extra de cachitrina, no fuera que la del colegio hubiera sido escasa.
Creo recordar que el primer par de tetas (en realidad era una sola) que vi en la televisión fue en un anuncio de desodorante y tendría yo unos doce años. Y es que mis padres, maniáticos de los horarios, no me pasaban una, y llegada la hora de irse a la cama no había llorera que valiera para evitarla. Al contario, lo único que conseguía en caso de montar el número, era irme para la cama más calentito.
Por supuesto no supe de Internet y de sus maravillosas posibilidades hasta mi época universitaria. Resulta normal por ello hasta cierto punto que haya crecido transformándome en ese ser raro e insociable que ahora soy, al haber carecido de Youtube, Google o Facebook. En este punto en particular, diría que mis padres no tienen la culpa, pero seguro que podrían haber hecho algo para que mi núcleo de amistades no se hubiera reducido a tres compañeros de aula, con los que me he visto obligado a convivir desde los cuatro años hasta hoy en día en que sigo sufriendo su compañía. No sé, tal vez pagándome un viaje al extranjero con la excusa de aprender inglés. Bien que podían haberse estirado un poco más, digo yo.
Toda esta educación recibida por mis padres en definitiva, me ha hecho convertirme en una persona malograda, cohibida por los valores inculcados del respeto a los mayores, a la autoridad y a todo aquello que merezca ser respetado, como la propiedad ajena.
Tal vez ese sea el motivo por el que nunca podré divertirme ni realizarme celebrando un botellón como es debido: bebiendo hasta reventar, tomándome alguna pastillita que otra, lanzando piedras contra la policía, destrozando mobiliario urbano rompiendo cabinas o escaparates y quemando unos cuantos contenedores, aunque la hostia tiene que ser ya cuando lo que consigues que arda es un coche patrulla
No tengo dudas: la culpa de que sea lo que hoy soy es de mis padres. Nunca se lo podré perdonar. Ojalá no cometa yo el mismo error con mis hijos. Ante todo quiero ser un colega para ellos.
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