La Columna del Editor dominical de Confidencialba. Por Alfonso Piñeiro
Asisto atónito al último espectáculo que creí poder llegar a ver: una pelea entre María Patiño y Carmen Pardo para ver cuál de las dos es más periodista
y se permiten el lujazo de darse consejos sobre periodismo, sobre dignidad profesional, sobre ética y deontología. Las redes sociales de Internet padecen una hiperinflación de participantes preocupados por el futuro del periodismo
y la cuestión es que la mayoría de quienes hablan son periodistas. En todo el país se cuentan por miles los periodistas despedidos
lo que no les hace diferente al resto de los trabajadores, salvo por el hecho de que su caso es el que nunca es noticia. Faltaría más: ninguna empresa desea arrojar piedras sobre su propio tejado.
Y no puedo quedarme al margen. Ni permanecer callado, aun a riesgo de alimentar el ruido sin aportar claves nuevas. Una de las profesiones en mayor riesgo de extinción no puede consentir que se legitime, por la vía de la audiencia fácil del morbo y la pornografía rosa, un falso debate en torno a cuestiones que nada tienen que ver con las que de verdad amenazan a este oficio.
No, Pardo. No, Patiño. Lo que ustedes defienden no es periodismo. Es crónica amparada en los capos de los pases VIP, en la mafia de los representantes, en la perversión de los cachés desorbitados. Negocio de escándalos prefabricados, ilusión de celebridades fugaces y entrevistas pactadas, ya sea para encumbrar al personaje de turno, ya para crucificarlo. No pretendan convencer al resto de la humanidad de que sus desvelos son la libertad de expresión y la dignidad en el trabajo. No se lo consiento. Y no digamos ya cuando les da por largar sobre la violencia de género, la crisis económica o las nuevas tecnologías. A lo suyo: al chismorreo. Y punto.
Pero la pornografía rosa no es lo único, ni lo más principal, que amenaza al periodismo. Asisto a ruedas de prensa donde en el turno de preguntas nadie pregunta, y si alguien lo hace es fácil que en dos minutos sólo queden en la sala el periodista osado y el interpelado. Así es Albacete. Ignoro cuántas provincias más. En Madrid el grito de guerra es justo el contrario: los periodistas desean preguntar y los portavoces muchas veces cuelgan el no hay preguntas al final de su intervención. Un grupo de Facebook creado expresamente para impedir el abuso de la fuente unidireccional suma varios miles de seguidores. Ignoro cuántos son periodistas. Cuántos son de esta región. Cuántos son de esta provincia.
Un clásico de esta profesión es que una rueda de prensa debe ser un mar de brazos. De periodistas que quieren preguntar. Tanto si no les dejan, como si cejan en el empeño, la prensa libre muere. Y con ella su misión. Y el desencanto de la audiencia, de las audiencias, se multiplica, se refuerza, se retroalimenta. Hay algo todavía más grave: los periodistas quedan reducidos a secretarios cualificados. Levantan acta, resumen y dan fe. Para eso no hacen falta carreras universitarias, que además, en la mayoría de las titulaciones de comunicación, ofrecen una calidad pésima, tanto lectiva como de capacitación profesional.
Es decir, no hacen falta periodistas. Mucho menos si son veteranos y han desarrollado criterios. Cuanto más jóvenes, más inexpertos y más despreocupados por la res pública, mejor: más baratos, más manejables, más ignorantes y por tanto más orgullosos. Desconocen, en su vanidad, que cuando reivindican su título y su profesión, generan a sus espaldas más de una carcajada. A lo sumo un gentil desprecio. Muchas veces entre sus directivos. Y gracias. Sobran ejemplos, pero permita el lector que no dé nombres.
Mientras, una verdadera legión de veteranos de la información vive una triple desesperación. Primero, trabajar inmersos en corporaciones industriales que nada quieren saber de información: lo que dice la fuente basta y no es necesario contrastar, sobre todo si es cliente y buen pagador. De ahí el juego macabro de la publicidad institucional que tantas veces se traduce en falta de independencia: quien paga, manda, decide, orienta. Claro que
¿hacen falta periodistas para copiar, pegar y resumir notas de prensa, cortes de voz o teletipos de agencia? Ustedes mismos.
Como no hacen falta profesionales, los veteranos se ven cada vez más abocados a quedarse en la calle. Es su segunda desesperación. No interesan, sus criterios no casan con el proyecto empresarial, y son caros. Son prescindibles. Son jóvenes abuelos cascarrabias, que no hablan el mismo lenguaje de sus jefes, ni el de los recién horneados en las facultades de Periodismo. Sobran. Sólo tienen dos salidas: quemarse, o considerarse herederos de la tierra. Ninguna de ellas les garantiza el sueldo. Ni la felicidad.
En realidad sobran todos, jóvenes y mayores, agudos y mentecatos, pornógrafos de lo rosa o ágrafos de todos los colores. Después de años de prostituirse, o ser prostituidos por otros, la crisis les hizo la cama. A muchos se los follaron, y los que se quedaron fue a cambio de saber callar y agradecer salarios raquíticos y condiciones de trabajo ínfimas. El daño en provincias, con estructuras mínimas y muy jerarquizadas, es ya irreparable. Queda la rebelión en las grandes capitales.
Tome el lector nota de que si también caen las grandes ciudades (con la amenaza de la pornografía rosa, que se apropia de espacios indebidos como el informativo), sólo quedará Internet como refugio para una prensa libre. Un territorio demasiado inhóspito para cimentar un negocio. Internet se multiplica y abarata costes, la comunicación es multidireccional y hoy cualquiera puede contar su propia historia, su drama, su alegría, su proyecto, su noticia. El periodista del futuro corre el serio riesgo de no poder dedicarse a ello de forma profesional, sino por mera vocación. Esa es la tercera desesperación de los veteranos. Y no les falta razón.
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