Y yo con estos pelos

Como está la cosa. Resulta ahora que pasear careciendo de rumbo definido por la calle, guiados únicamente por el anárquico timón de la indiferencia y sin más brújula que nuestro corazón errante, nos puede llevar directamente a la trena, sin pasar por la casilla de salida ni cobrar las veinte mil pesetas –regla básica del Monopoly-. Que se lo digan si no al viejo Dylan, quien fue detenido el otro día en Nueva Jersey por gastar una estética según parece no acorde con los gustos de los maderos de la zona.

Pero si tengo buena pinta

El mítico músico caminaba bajo la lluvia, sin cantar, eso si, pensando en sus cosas, por un barrio de Long Branch, cuando el joven policía de veinticuatro años Kristie Buble le dio el alto, y acto seguido le pidió el santo y seña. El pobre Dylan, seguramente concentrado en la letra de alguna próxima coplilla, se quedó pasmado y le escupió al impertinente mozo algo así como ¿Esto que es lo que es? El poli, sin darle un instante la espalda a aquel viejo pelanas con aspecto de indigente, le dijo que los honrados vecinos de la zona le habían dado un toque sobre su presencia porque no se fiaban ni un pelo de ese extraño tipo que caminaba errante con esas pintas. Igual surgió un diálogo parecido.

Bob Dylan: ¡Sapristi! Que soy Bob Dylan.
Policía: (rascándose la cabeza) ¿Bob Dylan?
Bob Dylan: Sí, Bob Dylan. De los Dylan de toda la vida, hombre.
Policía: (quitándose la gorra y tirando de Amanece que no es poco –igual la había visto doblada) Mire usted, yo soy un ser primario, apenas pienso. A mi lo que me gusta es beber y (haciendo el gesto pélvico)… con putas, eso si.

Total que a Dylan no le sirvió su legendaria fama y se lo llevaron al cuartelillo donde los superiores de aquel intelectual que lo había detenido le pusieron al día de la trayectoria del músico que caminaba cerca de la casa donde Bruce Springsteen compuso el increíble Born to Run, seguramente para visitar lugares para él importantes, como antaño hizo visitando las casas donde vivieron John Lennon o Neil Young.

Esto de que personajes famosos luzcan un look ¡Y yo con estos pelos!, una especie de andrajo-casual-perroflauta, no es nuevo, y más de uno se ha visto sorprendido por anónimos paparazzi que inmortalizan su aspecto para que luego sea mostrado al mundo tras cobrarlo al mejor postor. Así tenemos casos como el del malogrado Heath Ledger, al que se le vio con un aspecto lamentable en el metro de Nueva York, quizá en el inicio de su caída hacia el infierno. Lo mismo le ocurrió al antaño guaperas de Nueve semanas y media, Mickey Rourke, que tras dejar el cine durante un tiempo y volver al boxeo de sus inicios, estuvo un tiempo casi en la indigencia, viviendo en un cochambroso apartamento de Los Ángeles y luciendo un aspecto deplorable. El caso de Terele Pávez, la mítica Régula de Los Santos Inocentes, nunca quedó claro, si echaba un rato con los mendigos de la plaza de Santa Ana de Madrid, como algo habitual, o bien se trataba de un hecho puntual. El caso es que poco después resurgió de sus cenizas cual ave fénix y se dejo ver en las televisiones con un aspecto totalmente opuesto al visto unos días antes.

Es quizá el gusto por el vaso, los palos de la risa, y demás sustancias estupefacientes lo que ha llevado a muchos de los famosos a mostrar un aspecto nada acorde con la imagen que usualmente se tiene de ellos. Ahí tenemos a Nick Nolte, el rubiales grandullón con el que disfrutamos en Hombre rico, hombre pobre, o en Límite 48 horas, al que le gustan tanto los copazos que más de una vez ha sido detenido por la pasma en estado etílico y luciendo unos grasientos y desordenados pelos que lo alejaban años luz de su pinta de tipo cascarrabias pero bonachón que nos tenía acostumbrados. Algo así le ha ocurrido más de una vez a Mel Gibson o Whitney Houston o Josele Román, aquella chica graciosa, de voz peculiar y belleza diferente, que salía siempre de chacha o pilingui en las pelis españolas de los sesenta y setenta.

La otra causa de dejadez en el vestuario de nuestros famosos ha sido desgraciadamente por motivos mentales. Así le ocurrió a Peter Falk, Colombo para los amigos, al que la policía encontró desorientado y con aspecto dejadísimo por una calle de Beberly Hills. Posteriormente se le incapacitó al descubrir que tenía demencia senil. También sufrieron males de la mente nuestra musa erótica de la transición Nadiuska, convertida un tiempo en indigente e internada en un centro psiquiátrico, o Tina, la de las Grecas, que también pasó por la indigencia y terminó sus días en un centro de acogida de Aranjuez.

Como último caso citaré a Joaquin Phoenix, que abandonó el cine para dedicarse a ser cantante de hip hop, con dudoso arte y éxito, amén de lucir una estética a lo Eugenio el de los chistes venido a menos, es decir, traje negro, poblada barba y gafas negras, y mostrar un extraño comportamiento que no pinta nada bien para el futuro. Una muestra la tenemos en la entrevista que le hizo David Letterman en su programa, y que faltó poco para que lo sacara del plató por las orejas, cansado de las contestaciones monosilábicas con que le respondía el ahora cantante.

 Entrevista a Joaquin Phoenix