Mi empresa, la que vende el seguro de coche mas barato anunciada por el mejor ciclista de todos los tiempos, I LOVE PUBLI aunque sea encubierta, se cambia de sede. Del centro sevillano, testigo de embrujos, encantos y encantamientos, al Parque Tecnológico de La Cartuja. Permítame usar la circunstancia como excusa para hacer una pequeña retrospectiva y, de paso, para dar una vuelta al agonizante tejido profesional español.
Una mudanza equivale a un trauma, según dicen. Hay pocos episodios comparables: las obras, los cambios de ciudad, los divorcios y las pérdidas de seres queridos. "Si ves a algún amigo hablando solo por la calle es que tiene albañiles en casa". También es la gran oportunidad para soltar lastres innecesarios, revolver en los papelotes -que ocupan un espacio cada vez más escaso- y tirar sin piedad a la papelera la mayoría de ellos, cruzando los dedos para que ninguno sea requerido en el futuro.
Uno de los primeros espacios de trabajo que ocupé, prestigiosa multinacional del sector financiero con logotipo en forma de llama, estaba en constante estado de mudanza parcial. Cambié -primero de mesa, luego de despacho- unas doce veces en once años, llegando a estar situado en todas las alas de todas las plantas del edificio, y repitiendo en algunas de ellas. Llamaban "la profecía de NosTrasladamus" a aquel ambiente de móvil perpétuo de primera especie. Sin embargo, el trato recibido de los logísticos competentes fue siempre impecable.
Nunca más volví a participar en mudanzas "en tercera persona". Todos los cargos que desempeñé -una vez que abandoné aquel lugar en busca de aire fresco y aventuras- me obligaban a participar de un modo u otro en el proceso de migración. Las mudanzas en las empresas suelen conllevar movimiento de líneas de teléfono, conexiones de datos, ordenadores, impresoras, faxes, servidores y demás zarandajas.
Y, casi siempre, en el proceso del movimiento tienes la oportunidad de convivir con profesionales liberales. Porque llegas al lugar cuando todavía están los pintores, o los que montan los muebles de cocina, o los del cableado. Gente de vida muy distinta a la que transcurre en el entorno del oficinista medio. Más anárquica, más movida, con muy poco margen para la rutina, pero enriquecedora por contraste.
Llego a donde quería llegar. Crawley, cerca de Gatwick, en Inglaterra, UK, solamente hace tres o cuatro años. Pujante empresa de desarrollo y comercialización de software de gestión de sistemas. Oficina de silenciosos informáticos. Se requiere concentración. Tiempo habrá para las risas al final de la jornada, en uno de los pubs cercanos, con enormes pintas de cerveza que hacen palidecer al españolito que escribe.
Se suelta una persiana, haciendo un poco de ruido y quedando colgada por un lateral. Los que están cerca se apartan rápidamente del lugar. Alguien llama a Mantenimiento. Viene presto con un taladro el profesional competente. Al primer ruido de broca, se vacía la planta en silencio con carácter inmediato. Me lo explican. Cada uno a su casa porque el lugar no reúne las mínimas condiciones de trabajo.
Un año después, Madrid, España, institución financiera de parecido prestigio. Oficina de silenciosos informáticos, otra vez. El edificio ya tiene unos decenios, y es menester darle un lavado de cara. O mejor una ducha de alta presión con salfumant y estropajo de aluminio. Es decir, dejar la estructura, los forjados y las fachadas, tirando lo demás y haciéndolo nuevo.
A algún genio del absurdo se le ha ocurrido hacer obra en la mitad de cada planta, separando con plástico "bolsa gigante de basura" la parte en obras de la que está en uso. El mazo, la radial y la violenta caída de tablones de madera hacen imposible la concentración. La radio a toda pastilla, casi siempre cadena dial, tampoco ayuda. Los dolores de cabeza son frecuentes e intensos.
Algún encargado del Banco pide tímidamente al chispa que apague la radio. Éste responde que sin música no se puede trabajar. "Si ustedes quieren me voy ahora mismo. Y no me pidan que vuelva, porque tengo cinco obras esperando". Del otro lado del plástico, los jefecillos donnadie -se denominan "mandos intermedios" en la terminología oficial- miran con cara asesina, como si fueran los dueños del banco, a cualquiera que se queje tímidamente de las inaguantables e irrespirables condiciones de trabajo.
Las ovejas de oficina agachan la cabeza en su inexorable camino al matadero. Es un camino aburrido, pero lleno de certidumbre. Los lobos de alicate no se dejan domesticar. No van trajeados ni pueden tener las manos limpias, pero su nivel de dignidad no se toca. Cada cual tiene lo que se merece.
Hoy, en plena crisis, las ovejas marchan masivamente al INEM para su sacrificio y despiece. Los lobos ya no tienen cinco obras esperando, pero alguna que otra les sale. Su fortuna es desigual, porque depende de lo asfixiados que estén por su nivel de inmersión en el mundo del ladrillo. Sin embargo, son resistentes y sacrificados. Tienen costumbre de sufrir. Saldrán adelante.
Los profesionales liberales, los del autoempleo, los de la PYME que es más PY que ME, componen el único tejido empresarial que funciona decentemente en España. Nos sacarán de esta crisis en la que las multinacionales nos han metido, salvo que el Gobierno siga impidiéndoselo al dictado de los lobbies poderosos. Y pondrán radiolé a todo trapo si les da la gana.
Brindo por ellos. Y disculpen que no siga escribiendo. Me vuelvo a mi mudanza.
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