¡Vuelve, Morocho del Abasto!

Su nombre: Julia, 36 años, administrativo. Seis días en el paro y sumando. Novena entrega. entrega de la serie Sra. Crisis, míreme a los ojos, de Confidencialba

Juia, en la puerta de las oficinas de empleo de la calle Cid, en Albacete

Todavía está para cantar tangos. Porque en verdad seis días no es nada. Cosa distinta es si fueran 20 años gardelianos, pero por ahora la cosa no es tan grave. Una semana apuntada en el paro, y algo de tiempo por delante para repensar dónde y cómo se reubica. Bastante es que no le haya tocado antes, a ella que ha visto cómo se deshojaba la margarita en el sector de la construcción, y que sabía que antes o después, hablando en román paladín, nos íbamos a dar una leche. Y una releche también.

Administrativo de profesión, sabe que los contratos de sus colegas y los suyos propios van cada vez a menos: menos tiempo, menos salario, menos de todo, salvo exigencias, que de eso siempre hay tiempo de pedir más. Julia no necesita mirar a su alrededor ni hablar en tono confidencial para echarle la culpa a quien cree que hay que echársela. Que no es a otra que a “la avaricia del sistema financiero”. Tiene bemoles, permita el lector y la lectora esta interrupción, que la mano que mece la cuna del capital, haya caído a su vez en un pecado capital. Capital-capital, columna griega de mucho capitel para tan poca base. Y nos explicamos, doña Julia mediante.

“La culpable ha sido la avaricia del sistema financiero, en el sentido de que han dado a todo el mundo un dinero que no existía, sin contar con la repercusión que podía tener en un futuro, para generar una economía totalmente especulativa, que luego ha derivado en otra totalmente sumergida”. Por si se han perdido ustedes algo, y tratando de emular a Leopoldo Buendía –no será la única vez que se le cite en este seriado dedicado a la Sra. Crisis–, se hace necesaria una versión de andar por casa. Que el Wall Street Journal nos coja confesados.

Lo de Illinois, a brochazos
Allá vamos: Rodrigo Durante, nombre ficticio, y empleado de la Caja de Ínsula Barataria, prestó a Mauricio Currante, también nombre ficticio, unos dineros que creía que su caja tenía. Pero en realidad no los tenía, porque se los había gastado en comprar algo que un banco de Illinois se había inventado para dar hipotecas a quienes no tenían ni trabajo, ni propiedades, ni ingresos. Los de la caja de aquí se dejaron engañar, no sabemos si adrede o sin querer –y vaya usted a preguntar qué es peor–, y soltó a troche y moche anticipando el dinero que, decían, iban a anotar en la cuenta de resultados gracias al invento del de Illinois. Cuando sacaran su tajada, cuando les llegara el turno. Esta es la parte especulativa.

Entonces, el de Illinois, llegó un día en que descubrió que la mayoría de sus clientes ninja –por sus siglas en inglés, no incomes, no job, no assets–, no le pagaban ni un dólar. Y no insistas, Rockefeller de postín, que no tienen ni para embargarles. Así que de repente su invento se fue al carajo, y los de aquí se vieron más pillados y con más dolor que lo que se gasta el castizo para el cierre de la tapa del piano. Las deudas sustituyeron a las inversiones, los impagados al crédito fácil –y toma 20.000 para el coche, nos decían, que van de regalo, de nada colega– y el sistema entero se colapsó. Como nadie da un duro por nadie, se ha esfumado el prometido Eldorado, hay que cuadrar las cuentas a martillazos y echar a la gente a la calle, lo siguiente es trabajar de lo que salga. Si sale. Y como salga. Esta es la parte de la economía sumergida, que a pesar de lo sumergida que está, oiga, sube como la espuma en este 2009.

Con emprendedores a otra, bonito
Bien, regresemos con Julia, que no tiene pecado alguno en haber forzado la explicación anterior. Regresemos con Julia y con la “suerte”, así, entre comillas, que ha tenido hasta ahora. Suerte de no haber sido despedida antes, a pesar de que se esperaba la situación. “Trabajaba en el sector de la construcción, y empecé a notar el bajón hace dos años, tarde o temprano iba a llegar. Sí me esperaba que fuera de este calibre”. Si mujer previsora vale por dos, que alguien tome nota de su consejo inicial para capear la crisis. Ahí va: “aguantar la recesión, intentar mantenerse y todo volverá a su lugar, despacio, poco a poco, pero volverá”.

Y eso, aguantar, resistir, calarse el casco, apretar los dientes y abrirle otro hueco al cinturón, es lo mejor que se puede hacer. Los sueños aventureros del emprendedor, por mucho que el “autoempleo” quede a las mil maravillas en el discurso prefabricado de los líderes sociales, no son la mejor opción. Y Julia sabe de lo que habla: “toda mi familia son empresarios, y no me apetece tener quebraderos de cabeza. Cuando las cosas van bien, van muy bien; pero cuando van mal, van muuuy –estiramiento literal de la “u”– mal”.

Por eso también sabe ver la otra cara, la de la empresa, cuando escucha que el tira y afloja entre patronal y sindicatos viene por cuenta de un posible abaratamiento del despido. Porque aunque decirlo es políticamente incorrecto, según qué sector, la experiencia de su familia pasa por el “improcedente” como sambenito de cualquier despido, por más que esté justificado. Así que toca “aguantar” a aquellos cuyo despido supone una indemnización “muy alta, independientemente de si es eficiente o no en su trabajo”.

Toca un correctivo
Será que, entonces, la avaricia no ha sido sólo una enfermedad de la banca, aunque la haya potenciado hasta límites insospechados. Quizá ha estado también en la propia sociedad, trabajadores y empresarios unidos por una misma causa tan común como destructiva: echar mano al bote e hinchar el saco; da igual con qué, pero todo lo que se pueda, al saco. Porque lo de Illinois, Rodrigo Durante y Mauricio Currante, se dio en todo el mundo “desarrollado” a la vez. Y en algunos lugares hasta se cebó la presa echando carnaza financiera a los amigotes de los poderes locales y regionales de turno. No por nada esta sección de la Sra. Crisis se apellida “míreme a los ojos”. Verbigracia: Hernández Moltó, Mariano Rubio, etc.

Toca el correctivo. Toca restarse gramos, si no kilos, si no toneladas, de avaricia. Si es necesario, trabajar menos tiempo a cambio de menos salario, y repartir el mercado laboral. “Iría en beneficio de mi tiempo, siempre y cuando pudiera mantener mis gastos”, repara Julia, consciente de que muchos trabajadores van al límite con su mensualidad. Y un recado también para la vertiente sindical de la avaricia: también hay que “valorar” las consecuencias que tienen las relaciones laborales para la empresa. “No en todos los casos, por supuesto, pero los sindicatos son bastante ciegos con el punto de vista de la empresa”.

Se trata de ver. De anticipar. Como hizo ella, que sabía que vivíamos del cuento, el de la lechera, con mucho pan ficticio para hoy y bastante hambre probable para mañana. Se trata de ver. De resistir para planificar, y de jugar con fuego real, no con onanismos financieros diseñados entre clase Business y Mercedes Clase E. Que son muy necesarios, seguramente, pero en esta ocasión sus usuarios habituales nos han hecho un siete que ya quisiera un buen tango arrastrao… de 20 años. ¡Gardel, Carlitos! ¡Vuelve, Morocho del Abasto!

Ficha completa

Nombre Julia
Edad 27 años
Profesión Administrativo
Tiempo en desempleo 6 días
Empezó a trabajar 16 años
Duración último contrato 6 meses
Contrato más largo Casi 2 años
Clase social Media
Créditos últimos 10 años Sí, 172.000 euros
Último despido Finalización de contrato
Cargas familiares No