Tempus fugit

Carpe diem, tempus fugit: vive a cada instante cada momento, porque el tiempo nunca se detiene.

Lo admito: me obsesiona el transcurrir impertérrito del tiempo. Más que el pasar en sí mismo de los días, los meses o los años, lo que de verdad me horroriza es la posibilidad de que cuando deje este mundo, pocos o muy pocos sean los que recuerden mi presencia en él. No se trata de pasar a la historia universal cual conquistador romano o descubridor de la pólvora, sino de haber aportado algo que de verdad merezca la pena ser recordado, aunque sea sólo por una modesta minoría, más allá del grupo de familiares y amigos que como siempre, recordarán en tu sepelio lo bueno que fuiste en vida y la pena que sienten por tu muerte.

El poeta y filósofo cubano José Martí fue quien escribió aquello de “hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro”. Desconozco los árboles que plantaría José Martí en su vida, sé que tuvo descendientes y es obvio que escribió un buen número de libros, pero sin duda todos le recordaremos precisamente por esa cita sobre el sentido que toda persona debería ser capaz de dar a su vida para que cuando ésta apure su último segundo, no desaparezca en ese preciso instante cualquier rastro de nuestro caminar por ella.

Si me dieran una ínfima cantidad de dinero por cada uno de los que llevan tatuado en su cuerpo la locución latina Carpe diem, sin ninguna duda sería millonario y tal vez pensaría yo también menos en el Tempus fugit y más en ese Carpe diem que se regenera a cada segundo que pasa y que para muchos se ha convertido en una forma de vivir y de entender la vida, sin importarles lo que ésta pudiera depararles en un futuro, y no digamos ya, lo que venga después de ella. Para mí resulta imposible: mi obsesión se hace cada día más intensa, y en mi cabeza un tic tac martillea de forma continua atormentándome inmisericorde para recordarme que el tiempo nunca se detiene, y que sigo sin árbol, hijo o libro que legar a quien quisiera recibirlos.

Ayer al acostarme era sólo un niño con miles de sueños y esperanzas que creía reales en mi imaginación. La noche con sus pesadillas me hizo despertar como adulto al que apenas le quedan ilusiones o que prefiere no cultivarlas por miedo a tener que verlas luego marchitas. Contra esta indolencia que pretende adueñarse de mí vida, Carpe diem me recetarán algunos. A todos ellos le respondo: Tempus fugit  amigo mío. Y a cada momento más rápido. También para ti. Tempus fugit.