Vuelve el Fringe: 504 horas para echarle teatro

La próxima semana Edimburgo será la sede del hervidero teatral más grande de Europa. La ciudad estará tomada por centenares de artistas callejeros que buscan el estrellato en cualquiera de las esquinas de la capital escocesa.

En la calles se mantiene vivo el espíritu independiente del festival (FLICKR: DrGaz)

Albert Camus daba los últimos retoques a La Peste, la India y Pakistan se independizaban del Imperio Británico y en España, con gran emoción, se estrena La Lola se va a los Puertos. Ahí es nada. Era 1947 y en Edimburgo unas subversivas compañías de teatro se desligaban del Edimburgh International Festival y sacaban el teatro a pie de calle. Así fue el origen del Fringe, el festival de artes escénicas más largo (y por defecto más completo) del mundo.

Ni siquiera los escoceses tienen muy claro cuando empieza y termina el Fringe, puesto que agosto es el mes de los festivales en Edimburgo y es difícil no terminar bebiendo de todas las propuestas a la vez. No obstante, para los extremadamente puristas el Fringe dura exclusivamente tres semanas... El próximo 7 de agosto se abrirá nuevamente el telón en la capital. Aunque el festival ha perdido buena parte de su carácter independiente -las butacas se pagan y no a precio de saldo- sigue habiendo incontables espectáculos en cualquier esquina. El que camina por los callejones de la ciudad puede encontrarse a un grupo amateur interpretando cualquier obra de Samuel Beckett (¿Qué estamos haciendo aquí? Estamos esperando a Godot), un clown que imita a Gordon Brown o ser víctima de un poeta que obligará (literalmente) al público a formar parte de una improvisada performance. Todo ese aparente caos forma parte del encanto que tiene por seña este festival a la escocesa.

Renovarse o vivir (de las rentas)

Clásicos griegos, obras inmortales de Shakespeare en teatros medievales, comedias de situación con la élite de los actores británicos, sí, pero también mucho actor nuevo que se busca las lentejas donde puede y que se atreve (¡qué remedio!) a innovar. Por eso, esté planeado o no, es conveniente visitar el Fringe con la mente abierta y con ganas de ver cosas nuevas. Puede que te metas en una sala cutre y veas una actuación miserable, pero siempre puedes decir: Fui al Fringe y vi la peor obra que se haya escrito jamás.

Aunque sus orígenes lo unen al teatro y éste sigue copando buena parte de la programación del festival, la comedia está ganando cada vez más terreno en las salas de Edimburgo. La música es también otro de los platos fuertes que se encuentra uno al llegar a la ciudad. En esta edición destacan, entre los cientos de conciertos programados, Juliette Lewis and the Licks o Nick Harper, por citar alguno. Aun así no hay exclusión de género: Indie, ópera, guitarra española, música japonesa, folk irlandés... Se guste del palo que se guste, lo difícil es no encontrarlo. Para los aficionados al mundo más bizarro, es famosa su tradicional Military Tattoo, una actuación que durante la celebración del Fringe tiene lugar todas las tardes en el Castillo de Edimburgo. Impresiona la coordinación y la puesta en escena (a veces más propia de las animadoras de la NBA) de grandes tipos con kilt, y con peludas piernas, que se emocionan con su gaita al afinar Flower of Scotland.

El Fringe es una locura, pero también una magnífica terapia para quien quiera pasarse tres semanas fagotizado por la cultura más variopinta e internacional. Si las fuerzas fallan y uno termina acodado en la barra de cualquier pub con un single malt entre sus dedos, es menester comprarse una de esas bolsas de tela que rezan: Yo estuve en el Fringe y sobreviví.