Por estas fechas se cumplen 60 años de la Batalla de Inglaterra, una serie de enfrentamientos aéreos entre la Luftwaffe alemana y la RAF inglesa en el marco de la Segunda Guerra Mundial. Con casi toda Europa en poder de los nazis, los ingleses miraron aterrorizados al cielo, pues sabían que del desenlace de aquella batalla aérea dependería su supervivencia como país libre. Cuando todo parecía perdido un simple error, apenas una anécdota, varió totalmente el rumbo del sangriento pulso aéreo.
Ellos salvaron a Inglaterra.
Europa, finales de Junio de 1940. Polonia, Bélgica, Dinamarca, Holanda, Noruega y Francia han caído ante el empuje arrollador de la Blitzkrieg alemana, la guerra relámpago que ha arrollado a los ejércitos enemigos sin apenas darles tiempo a oponer resistencia. Más de 330.000 combatientes ingleses, franceses y belgas han sido evacuados apresuradamente de Dunkerque usando cualquier cosa que flotase y bajo un intenso fuego de la artillería y aviación alemana. Inglaterra se queda sola ante las tropas de Hitler. El viejo león inglés parece un ratoncillo asustado y tembloroso, contemplando con los ojos abiertos el vuelo de la poderosa águila alemana que en cualquier momento se abatirá sobre él para despedazarlo de manera inmisericorde. Porque será la Luftwaffe, la poderosa maquinaria aérea de guerra alemana, que había derribado más de 300 aviones de la Royal Air Force inglesa durante los enfrentamientos en territorio francés, la encargada de abrir paso al ejército invasor. La posibilidad de ver a soldados extranjeros profanar suelo inglés tras más de mil años de independencia era espantosamente real.
Y tenían razón los ingleses para estar asustados. La Luftwaffe, recompuesta subrepticiamente tras la Primera Guerra Mundial, disponía de aviones de combate modernos, que triplicaban en número a los de la RAF, y cuyos pilotos y tácticas habían sido fogueados en la Guerra Civil Española. Los cazas Messerschmitt y los bombarderos Junkers (los míticos "Stuka") Heinkel y Dornier dominaban los cielos europeos. Enfrente, la RAF había hecho "los deberes" a última hora. La modernización de la RAF solamente se aceleró cuando se tuvo constancia del rearme aéreo nazi. Se le dió prioridad a la fabricación de cazas, anticipándose a la previsible ofensiva alemana. En 1937 y 1938 entraron en servicio los cazas Hurricane y Spitfire, respectivamente. También contaba con un, por aquel entonces, novedoso invento que habría de ayudarle enormemente en la detección de las oleadas aéreas enemigas: el radar, que consiguieron mantener operativo durante la duración del conflicto a pesar de los constantes ataques de los aparatos alemanes.
Adolf Hitller dio luz verde a la invasión de Inglaterra durante Julio de 1940 (directiva nº 16). Quería borrar la resistencia inglesa antes de poner sus miras en la URSS, con la cual había firmado el 24 de Agosto de 1939 un acuerdo de no agresión, el célebre Pacto Ribbentrop-Molotov. A la operación se le dio el nombre de Sealöwe (León Marino). Desde un principio se le dio la iniciativa del ataque a la Luftwaffe, cuya misión comenzaría atacando a los buques de la Royal Navy que navegaban por el Canal de la Mancha, obligar a los aviones ingleses a una lucha defensiva sobre el Canal y aniquilar el poderío aéreo inglés en una lucha desigual. Los ingleses no entraron al trapo, en una decisión que les ahorró muchos aparatos y muchas vidas. Enviaron pequeños grupos de cazas para defender a los barcos de la Royal Navy. Esto hizo que los alemanes controlaran el espacio aéreo sobre el Canal y reafirmara a Hermann Göring, jefe de la Luftwaffe, en su idea de que la RAF estaba al borde del colapso. Llegó a prometerle a Hitler que en unos pocos días, si el buen tiempo acompañaba, sus cazas aniquilarían los últimos restos de los aviones de la RAF y dejarían el camino expedito para invadir Inglaterra sin sobresaltos.
Pero se equivocaba. Fue uno de los primeros errores de los alemanes. Inglaterra estaba reservando muchos de sus aparatos. Resistiría a toda costa. Al mismo tiempo, Lord Beaverbrook, Ministro de Producción Aeronáutica, intensificaba la producción de aparatos. Las fábricas trabajaban las 24 horas del día, se usaban piezas de aparatos derribados para la construcción de nuevos y se iniciaba una campaña de recogida de aluminio para seguir fabricando aviones de combate. Los altos mandos ingleses "leían" perfectamente el desarrollo de los acontecimientos, adaptando sus tácticas al curso de los acontecimientos y a sus propias capacidades operativas.
Por fin los alemanes, confiados en su fácil dominio sobre el Canal de la Mancha y pensando que el rival no tenía capacidad de respuesta, comenzaron los bombardeos sobre Inglaterra el 15 de Agosto de 1940. Los cazas y bombarderos de la Luftwaffe lanzaron oleadas de ataques sobre los aeródromos y fábricas aeronáuticas del Sur y del Sudeste del país. A pesar de sus esfuerzos, la RAF se tambaleaba. Más de 1500 aparatos dejaban caer su destructiva carga sobre fábricas e instalaciones. Los ingleses siguieron aguantando, y la RAF enviaba pequeños pero heroicos grupos de aviones para atacar los bombarderos alemanes, sin buscar el enfrentamiento directo con los cazas, más rápidos y difíciles de abatir. Pero no eran suficientes. La RAF agonizaba. Las tropas alemanas estacionadas al otro lado del canal aguardaban la orden para la invasión. La bota alemana proyectaba su sombra sobre la orgullosa Inglaterra. Pero un error, un despiste, un hecho casi irrelevante, cambiaría el curso de la batalla, de la guerra y de la historia.
En efecto, la noche del 24 al 25 de Agosto de 1940, unos bombarderos alemanes extraviados de su rumbo bombardearon Londres. Hasta entonces, tanto alemanes como británicos habían evitado bombardear ciudades o centros civiles. Los londineses quedaron aterrorizados. Churchill, el Primer Ministro inglés, autorizó un bombardeo de represalia sobre fábricas en territorio alemán. Por primera vez los alemanes sufrían en sus carnes el impacto de las bombas enemigas. Hitler montó en cólera. Sin apenas analizar la situación, ordenó dejar de bombardear fábricas aeronáuticas y aeródromos para lanzar bombardeos sobre Londres y otros ciudades inglesas. Las bombas comenzaron a caer sobre la población civil británica el 7 de Septiembre. Fueron fechas terribles. Miles de civiles muertos, la población corriendo despavorida hacia los refugios azuzados por el terrible ulular de las sirenas de alarma, Churchill arengando a la población constantemente, médicos y enfermeras trabajando hasta la extenuación, bomberos intentando sofocar el fuego de las ciudades que ardían por los cuatro costados... días de muerte, fuego y terror. Los preparativos al otro lado del Canal se aceleraban, y todo estaba previsto para la invasión alemana a finales de Septiembre.
Pero la decisión de Hitler, aún provocando miles de muertos entre la población civil inglesa, había resultado errónea. Su cambió de táctica dio un respiro a los mandos de la RAF. Se reconstruyeron aeródromos y se restablecieron comunicaciones interrumpidas por los bombardeos. La producción de aviones continuó sin descanso, dando como resultado más de 140 cazas nuevos por semana. El radar continuaba alertando de los ataques enemigos, que cada vez tenían más respuesta por parte de los Spitfire y Hurricanes ingleses. Los ingleses estaban en posición de dar una respuesta contundente a los alemanes.
Y esa respuesta, tan dura como inesperada, llegó el 15 de Septiembre de 1940, el Día de la Victoria. Más de 300 aparatos ingleses atacaron súbitamente a los emjambres de bombarderos y cazas de la Luftwaffe que se dirigían desprevenidos hacia Londres. Derribaron más de 60 aparatos. El mando alemán se quedó anonadado. El paseo militar no sería posible. Dos días después del descalabro de la Luftwaffe la operación León Marino se aplazaba. Los bombardeos continuaban, pero ahora la RAF luchaba en igualdad de condiciones sobre suelo propio. La Luftwaffe volvió a cambiar de táctica, intentando, ahora sí, evitar que los radares ingleses localizaran sus aviones. Pero todo fue inútil. La moral inglesa estaba por las nubes (nunca mejor dicho) y los pilotos de la RAF derribaban el doble de aviones enemigos que los alemanes. Las bombas siguieron cayendo hasta finales de año, y seguirían cayendo incluso hasta el final de la guerra (con los lanzamientos de las mortíferas V-1 y V-2) pero la Batalla de Inglaterra estaba, definitivamente, perdida para los alemanes. A partir de ese momento, quien iba a recibir los golpes sería el propio régimen nazi, hasta su definitiva liquidación en 1945.
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