La canícula, antaño época dorada y absolutamente exprimida por las energías de nuestra niñez y adolescencia, se presenta en la edad adulta como un deseado periodo de descanso tras un año normalmente infumable, convirtiendo las vacaciones en una especie de neumático de caducidad mensual al que hay que parchear constantemente con todo tipo de actividades para evitar que se desinfle de aburrimiento antes de su fecha prevista. El cine puede ser uno de esos parches, aunque después de ver Imago Mortis, creo que es mejor tirar de libros, que esos nunca fallan.
Preparando los ojitos
Pues sí. Con cuarenta y dos grados a la sombra y más aburrido que un quinceañero en la convención nacional de la Thermomix, me dio por ir al cine. La elegida fue Imago Mortis, una coproducción en la que participan España, Italia e Irlanda. El trailer tenía buena pinta, como suele ocurrir, y me dejé llevar por uno más de aquellos increíbles cortos que tienen la capacidad de captar nuestra atención y colarnos un producto que en el noventa por ciento de los casos no le llega a la suela del zapato a la muestra que nos alegró la vista inicialmente. En este caso, bajo una atmósfera tétrica, ambientada en una escuela de cine italiana en la actualidad -a pesar de que la mitad de los personajes visten como en los años cincuenta y la otra con estética moderna- nos cuentan la historia del tanatoscopio, una máquina del siglo XVII a través de la cual se podía reproducir la última imagen que la retina guarda en el momento de la muerte. Bruno, un atormentado estudiante que parece no haber superado la muerte de sus padres en un accidente de tráfico, se hace con el extraño aparato por casualidad (bueno, ya veremos que no tanta) y a partir de ahí se empiezan a cometer una serie de asesinatos hasta que el mozo descubre todo el pastel y lo resuelve, tras jugarse el pellejo, of course.
Ese sería un resumen rápido de la historia, como crítica de los actores diría que el protagonista, Alberto Amarilla, no termina de convencer con su rol de protagonista angustiado, al que todos creen loco y con un doblaje por cierto, terrible. Del resto poco que decir. Leticia Dolera hace un papel que sale mucho pero no aporta nada, logrando que captemos fácilmente una evidencia de libro que el que vaya a ver la peli descubrirá por sí mismo. También sale Geraldine Chaplin, que lo hace bien, como siempre, e incluso su propia hija, Oona Chaplin, que convence y gracias a Dios físicamente no se parece mucho a la mamma, y Álex Angulo, correcto, con su kit de barbas y gafas redondas de pasta con el que parece que vino al mundo. Por cierto que en la sala estábamos dos parejas más y yo, todo un éxito.
Trailer Imago Mortis
Como verán, no soy un erudito en la crítica cinematográfica, por lo que prefiero centrarme en la idea del film, el tanatoscopio, que si bien no existió como nos indican en la peli, con esos hierros que se fijan en la cabeza cabeza, y los sujeta pestañas metálicos que nos recuerdan a los que le colocaban al salao de Álex en la Naranja Mecánica, la idea de que la retina se convierte en una especie de congelador eterno capaz de mantener imperturbable la última imagen visionada no es nueva. Dicen incluso que en tiempos de Jack el Destripador, Scotland Yard intentó descubrir el careto del asesino observando las retinas de una de sus desgraciadas víctimas, sin ningún éxito por su parte.
Sin embargo, fue Julio Verne, cómo no, el que estuvo también en el ajo de esta teoría y tras realizar algunos estudios lo incluyó en una de sus novelas, Los Hermanos Kip, devorada en mis años mozos mientras marcaba sus páginas con migas de uno de aquellos potentes bocatas de chorizo con los que por esa época merendaban los infantes. Los Kip, tras ser rescatados de un naufragio y ayudar contra un posterior motín de la tripulación, son acusados del asesinato del capitán, hasta que el armador, que cree en su inocencia desde el principio, demuestra, gracias a una foto que le hizo a su amigo fallecido pocos instantes después de morir, que los asesinos son dos miembros de la tripulación cuyo rostro aparece congelado en las pupilas del capitán.
Pero para terminar con una temática tan curiosa, una que mola mucho es la del Cronovisor. En los años setenta apareció una noticia en los periódicos que indicaba que unos científicos, dirigidos por el padre benedictino Alfredo María Pellegrino Ernetti, habían construido una máquina capaz de fotografiar el pasado. Basaban su teoría en que tanto el sonido como la imagen son energía y esta ni se crea ni se destruye, tan sólo se transforma eso nos enseñaron en el cole -, pues sólo había que encontrar los restos de cualquier acontecimiento pasado y reconstruirlo. Toma ya. Después ocurrió lo de siempre: que si no se puede utilizar al tum tum porque se podía liar la gorda; que si se podían descubrir cosas que cambiarían la historia; que si lo pillan los rusos la tenemos La leyenda cuenta que se pudieron ver episodios de la vida de Mussolini, de Hitler al suicidarse, Colón llegando a América, e incluso, como fin de fiesta, una fotografía de Jesucristo en la cruz. Esta última fue quizá la que dejó en entredicho el curioso aparato, ya que la foto mostrada terminó por descubrirse que pertenecía a un crucificado existente en la iglesia del Amor Misericordioso de Collevalenza (Perugia). La gente se lo tomó a cachondeo, y el pobre Ernetti se convirtió en la risión de turno. Antes de entregar la cuchara en abril de 1994, Ernetti por lo visto envió una carta, que nadie sabe donde está, indicando que lo del cronovisor era verdad y el aparato existía, siendo la iglesia la culpable del silencio y ocultación del mismo. Sea verdad o no, la historia mola mucho.
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