Según el Diccionario de la Real Academia Española, el papanatismo es una "actitud que consiste en admirar algo o a alguien de manera excesiva, simple y poco crítica". En el tratamiento periodístico de la figura de Ferrán Adriá parece que no existen límites en lo que se refiere a la admiración bobalicona y a la sonrojante lisonja.
La "pareja moderna" en pleno arrebato amoroso
Leí el articulito hace unos días en la edición digital de "El Periódico". Mis sensaciones durante la lectura de los cuatro párrafos oscilaban entre la incredulidad, la indignación y el puro y simple (con perdón) descojone. He dejado madurar el artículo en los marcadores de mi navegador, porque tengo que reconocer que este sofocante calor (incluso en el pequeño pueblecito donde vivo, situado a unos 325 metros sobre el nivel del mar) me pone de mala leche, ofusca mis sentidos y nubla mi entendimiento. Pensé: "déjalo estar, Andrés, que igual el artículo está escrito con una ironía sutil, con una leve sorna que a ti se te está escapando entre ventiladores, abanicos y cervecitas frescas. Vuelve a leerlo de aquí a un par de días, cuando estés un poco más espabilado, y la cosa cambiará. Seguro que entonces la mordacidad y el sarcasmo se harán patentes y te reirás con ganas". Y como casi siempre me hago caso a mí mismo (y así me va), dejé el tema, fui a buscar otra cervecita y me dejé llevar por la abulia veraniega.
Pues bien, esta mañana, fresco como una rosa, he vuelto a leer el artículo de marras. Y sigo sin ver ni ironías, ni sarcasmos, ni sornas... ni nada. Solamente me viene a la cabeza una palabra: "papanatismo". Bueno, también la expresión "vergüenza ajena" sería adecuada. Y aquí quiero hacer un inciso. Que conste que no tengo nada en contra del señor Adriá ni de la incontenida admiración que suscita en el mundo entero. No tengo ni repajolera idea de gastronomía, y menos de alta cocina, y ya no digamos de la cocina "sensorial", "artística" o como queramos llamarla. Pero tampoco voy a caer en la tentación de usar los manidos y catetos argumentos del tipo: "pues donde se pongan las migas de mi madre, que se quite el Adriá y sus chuminadas de tortillas deconstruídas, nitrógeno y espumas varias". En este mundo cada uno disfruta como puede, quiere y le dejan. Lo que a usted le divierte, a un servidor le aburre, y viceversa. Nunca me he levantado a las cuatro de la mañana para ver correr a Fernando Alonso, ni ver jugar a Rafa Nadal, y nunca me dejaría un céntimo para ir a ver una carrera de motos, pero entiendo que haya (muchas) personas a las que estos eventos le entusiasmen. De la misma manera, entiendo perfectamente que quien quiera y pueda permitírselo se deje "caer" por "El Bulli" para entrar en ese túnel de sensaciones del que todo el mundo habla. Que lo disfruten y que les aproveche.
Pero es que una parte significativa de los medios periodísticos están perdiendo el oremus a la par que todo atisbo de objetividad a la hora de hablar del señor Adriá y de su negocio. Parece que hay un afán generalizado por subirse al carro de la pleitesía generalizada que se le rinde al señor Adriá, al que no se le escatima la coba, el halago desmedido ni el agasajo sonrojante. No bastan los extensísimos artículos sobre su vida, obra y milagros en la prensa, ni los dominicales de los diarios que loan a intervalos cada vez más cortos sus maravillosas innovaciones en el arte de la gastronomía, ni los programas de televisión, que a veces más parecen un publireportaje pagado con fondos públicos que un documental sobre el nunca suficientemente agasajado cocinero. No, nada de eso basta. Nada es suficiente cuando se trata de dar coba a nuestro más ilustre cocinero. ¿Y qué sucede cuándo el también cocinero Santi Santamaría osa cuestionar en un libro los métodos del señor Adrià y otros adalides de la "cocina tecnoemocional? Pues que un diario salta, como diría un buen amigo, "más rápido que una alarma en unas maracas", y dedica una portada a desacreditar al amotinado cocinero, amén del inmenso clamor de los cocineros "de élite" españoles contra el "revoltoso", que se llevó más collejas que el abuelete aquél que salía en los "gags" de Benny Hill.
Ha sido precisamente el periódico de la portada de marras el que ha publicado el breve artículo que ha provocado estas líneas. Se titula "Amor eterno en el Bulli", y nos informa, en un tono que encajaría perfectamente en cualquiera de las revistas del corazón que infectan los quioscos de nuestra geografía, de la declaración de amor y posterior petición de matrimonio de un financiero neoyorquino a su acompañante, una guapa diseñadora de moda. "Cualquier noche en El Bulli salta la sorpresa". Así comienza el notición. A partir de aquí, la historia de amor de estos dos americanos, con rodillazo en tierra y anillo de diamantes incluidos, todo bien embadurnado con cursilería, emotividad de opereta y sensiblería del todo a cien, y aderezado con la sempiterna lisonja y "dorada de píldora" a todo lo que lleve el "sello Adriá". Frases o fragmentos como "La tarde del jueves, Juli Soler, el mejor jefe de sala del mundo, contaba a unos amigos llegados de Pamplona lo mal que lo pasó con la desaparición de aquel falso gurmet ..." o "La intuición de Lluís García, maestro en el control de un restaurante tan milimetrado como El Bulli, fue decisiva" me dejaron clavado, preso de un estupor sin límites ante tal despliegue de empalagosa obsequiosidad.
Prosigue el artículo con la extraordinaria y apasionante historia de la reserva de mesa en el Bulli por parte del financiero yanqui, que en ese momento no sabía con quién iría a disfrutar del "mar de sensaciones que producen 30 platos" en el Bulli. Especialmente emotiva es la narración de cómo conoce, en una fiesta, a una bella diseñadora de moda de origen coreano y "queda cautivado" por ella. Ella será la elegida para compartir con él la egregia pitanza en el santuario del yantar del señor Adriá. Se acerca el momento, y ambos vuelan a Barcelona. Conducen dos horas hasta más allá de Roses, que por fin "ha reconocido el gancho de Adriá dedicándole un gran cartel en la primera rotonda donde desemboca el tráfico que circula hasta el pueblo hoy inmortalizado por el mejor cocinero del mundo. Hay poblaciones que venden cascos antiguos y otras, genios del fuego". Sí, señor, muy bien dicho. ¿Quién quiere un roñoso casco antiguo, habiendo "genios del fuego" que inmortalizarán mucho mejor el pueblo?
Y llega el momento. Tras el "mar de sensaciones de los 30 platos" llega el arcón de los postres. "Junto a los dulces de Albert Adrià emergió el anillo". Rodillazo del guiri en tierra, aplausos del personal y ya tenemos una escenita que podría parecer sacada de una de esas tontorronas comedias románticas protagonizadas por Sandra Bullock o Julia Roberts en sus buenos tiempos. Declaraciones impresionantes de los tortolitos: "El Bulli es el mejor restaurante y Hey Won la mejor mujer que he conocido". "Quiero ser madre de un niño". No tengo palabras ante estas declaraciones de la novia, "que no dejaba de contemplar el anillo que le había regalado. Algunos expertos calculan su precio en unos 110.000 euros". Es de suponer que algunos de los asistentes al emocionante festín, joyeros de profesión, valoraron el "pedrusco" in situ y filtraron al periodista el valor del mismo, a no ser que, a posteriori, la feliz novia hiciera una no muy discreta tasación del mismo para saber cuánto se había gastado el enamorado "broker" en el anillete de marras.
Y, para acabar con esta dulce y tierna historia de amor, el periodista cree conveniente ilustrarnos con algunos de los platos que se metieron entre pecho y espalda los felices tortolitos, divinos platillos que, "entre otros, condujeron al éxtasis nupcial de una pareja moderna llegada de Nueva York". Total, que es posible que sean felices, pero desde luego, siendo tan modernos y de Nueva York, han sustituído las perdices por el "aire de helado parmesano con muesli". Que les aproveche. Por lo que a mi respecta, no me interesa saber qué comieron de postre. Ya estoy suficientemente empalagado.
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