Ese contrato tan 'chic'

Las fuerzas sociales no dan para generar confianza frente a la crisis. Mientras los sindicatos permanecen estancados y sin capacidad de reacción, la patronal aprovecha para pedir su receta favorita: abaratar el despido.

El español medio –albaceteño incluido– tiene dos opciones: creerse el cuento de la lechera de los brotes verdes de la economía, esto ha sido un constipado, los bancos ya pueden soltar guita y a la vuelta del verano aquí no ha pasado nada; o prepararse para emigrar, dispuesto a todo, sueldo más raquítico, corvejones inesperados, idiomas raros –orientales, a más detalle– y muchas, pero muchas, horas con la espalda doblada. En todo caso, con los agentes sociales de aquí la cosa pinta muy mal para hablar de una salida verdadera de la crisis. La patronal se desmiente a sí misma y los sindicatos no tienen dónde hender el colmillo.

Le llaman el "contrato del siglo XXI", es decir, veintiuno: tú te deslomas y yo me acuno. Disculpe el lector la sorna pero no queda otra. Entre julio de 2008 y junio del presente, datos oficiales mediante, más de un millón de personas se han ido a la calle. Echar a la gente a comer las migajas del desempleo podrá ser más o menos costoso; pero difícil, precisamente difícil, no es. No se trata de opinión, sino de cuestión aritmética: más de un millón entre doce meses sale a 100.000 por mes, 3.333 diarios. Si eso se ha conseguido no es porque sea difícil. Pero la patronal se empeña en que sí.

Su propuesta de contrato tan chic y tan fashion no es otra cosa que ponerle nombre y apellidos a uno de los conceptos favoritos del empresariado: flexibilizar el mercado laboral. Es decir, abaratar el despido. En concreto, dejarlo en 20 días por año trabajado. Y gracias. Lo que sucede es que es chocante. Hasta la fecha no lo habían querido desvelar. Y el propio jefe de filas de la Conferación albaceteña (FEDA), Artemio Pérez, en la última Asamblea casi se burló de la insinuación: "no se trata de abaratar el despido –microsilencio, pensativo–, eso es lo que dicen los sindicatos". Ya. Ya se ve. Cristalino.

Porque sí, cohone

Además, el despido que se pretende abaratar es el improcedente, que es una de las tres fórmulas que hay para decirle a nuestro buen empleado que ya no contamos con sus servicios. Repasemos. Opción uno, porque la has endiñao; este es el despido procedente, y es gratis total. Opción dos, porque vamos apretados de pasta; en este caso es por causas objetivas, que "cuesta" 20 días por año trabajado y es, por cierto, el que se lleva un año usando a mansalva para legitimar la... Opción tres.

La opción tres es la del porque me da la gana, porque no me gustas, porque no me dejas tocarte el trasero, porque sí, cohone, qué quieres que te diga, porque me caes mal, me tienes frito, tienes más pelo que yo, o mejor coche, o eres más feliz o, directamente, me has salido respondón –que no remolón, eso es opción uno–, y no me da la gana de aguantarte. Así que a la pe punto calle. Bueno, pues esta fórmula es la que se llama improcedente, y es la que se quiere abaratar. Nuevamente no es opinión, sino aritmética: si se pide rebajar el despido a 20 dias, y las opciones uno y dos, son gratis la primera y de 20 días la segunda, está claro que lo que se pide es abaratar la opción tres. Blanco y en botella.

Son innumerables los manuales de urgencia que, con más o menos solvencia, han estimado que esta crisis económica lo es, sobre todo, de estallido de la codicia, o de la avaricia. Como dicen que dijo Juan March: "a los capitalistas no nos emociona tener dinero, sino ganarlo". Baste leer a Leopoldo Abadía, Carlos Taibo, Pascual Serrano o Juan Torres López para tomar nota de esta interpretación. Incluso se diría que el discurso de Artemio en aquella Asamblea fue un alegato contra la codicia, la ingeniería financiera y el beneficio rápido. Por no hablar de la última campaña de los socialistas españoles, la de las recientes europeas, y su cartel electoral, Especuladores vs. trabajadores. Ahí queda eso.

Un nuevo paradigma

Se podrá objetar que algunas de esas voces son interesadas unas y militantes otras. Se acepta. Vayamos entonces a nombres menos "contaminados". Por ejemplo, Robert J. Shapiro, subsecretario de Estado de Comercio de EEUU entre 1998 y 2001. En 2020, un nuevo paradigma –traducción de Urano, 2009–, traza con línea muy fina los cambios a los que se ve abocado el mundo en la próxima década. Y asume que la explosión económica de los países emergentes abaratará el mercado laboral sí o sí, y acarreará desigualdades e injusticias. No lo juzga, no lo denuncia, no increpa a nadie por ello. Pero su retrato es firme en el pulso y certero en el dardo.

De hecho, así lleva sucediendo desde finales de los años 70, y con más ahínco desde la caída de la Unión Soviética en 1989. La economía de mercado encontró un fastuoso panorama de trabajadores medianamente cualificados y dispuestos a todo por cuatro perras gordas, y el capital, que tonto no es, lleva casi tres decenios haciendo las maletas y yéndose a hacer el agosto. Quienes conocían el percal se lo callaron, por miedo, por vergüenza o porque les iba bien para vender su moto. Y quienes no lo conocían han empezado, todavía en número muy reducido, a caerse del caballo. ¿Así que era esto? Sí, así que era esto.

Entre los primeros cabe citar a economistas a sueldo, analistas engominados y algún empresario que dijo "tate, esta es la mía". No digan que no, porque no va para la primera ni para la segunda empresa albaceteña que echa el candado y abre en Rumanía, o en Polonia, o en cualquier lugar donde se alcance Eldorado del despido libre y el sueldo bajo cero. Lo grave no es eso, porque el comportamiento humano es así de libidinoso y, además, hay mucha empresa local que no le ha quedado otra que deshacerse de Paco, o de Luis, o de Arancha, que eran currantes ejemplares además de amigos, pero no hay cash. Y que aunque pudieron acogerse a la opción dos, la de las causas objetivas, hicieron un esfuerzo y largaron a su gente con 45, 50 ó 60 días por año, previa liquidación de existencias.

La repera en verso

Lo grave, como se dice, no es eso. Lo grave es que entre los primeros, los que lo sabían, también debieron figurar gobiernos, banca y patronal. Y callaron. Miraron para otro lado. Y a ver quién rechista ahora la feroz competencia de Asia, Europa del Este, Oriente Próximo y algún país latinoamericano. Podrían intentar algo. Refundar el capitalismo, que fue la excusa que pusieron para reunirse en el G-20. Pero eso debe ser poco menos que la repera en verso. Así que lo repensaron, y optaron por los planes de rescate, los fondos estatales, el cierre del grifo crediticio y la presión para abaratar el despido... mejor dicho, la opción tres del despido.

Pero más grave que todo lo anterior es que, además, los sindicatos miraron también para otro lado. Hablaron de crecimiento, de paz social, de inversión; hablaron con el lenguaje de la codicia, mostraron los dientes –blancos, impolutos– cuando hacía falta un titular, y se dejaron pasar la mano por el lomo de los caciques que en toda provincia –también Madrid– campan a sus anchas. Ahora, por más que se empeñen, el reventón no ya del mercado laboral, sino de los derechos asociados al mismo en los países industrializados es imparable. Ahora, por más que se empeñen, la lucha obrera sólo se da por conseguir el primer puesto en la cola del Ikea.

Desde dentro de los propios sindicatos se asiste a este espectáculo dantesco llamado crisis con estupor. Con cierta inacción. Se sabe lo que pasa, se intuye por dónde vino, y se desconoce cómo reinventarse después de años de más o menos complicidad. En su fibra más sensible siguen al lado de los trabajadores pero... ¿siguen los trabajadores al lado de ellos? La última convocatoria frente a las puertas de FEDA dio motivos a la patronal para desacreditar a los movilizados: medio millar, y más de la mitad afiliados, o trabajadores de los propios sindicatos.

Créditos: Abadía

El español medio –albaceteño incluido– parece no estar para muchas manifestaciones. Bastante tiene con la hipoteca, los hijos, la letra del coche y el fondo de inversión en el que le enmarronó un buen amigo de su oficina bancaria de toda la vida, sin saber, uno ni otro, que ese fondo de inversión estaba titulizado junto a miles de hipotecas subprime –la codicia, otra vez– que se habían inventado una mala mañana de resaca en alguna oficina de Illinois –créditos literarios, que no financieros: Abadía–. Y todo este embrollo no se paró a su debido tiempo.

No se escandalicen ahora de que sus adversarios pidan despido gratis total. Se lo han encontrado servido en bandeja. Y hay demasiadas amenazas globales como para no echar mano al pastel... aunque siga siendo más del mismo pecado que nos trajo hasta aquí: codicia, avaricia, ingeniería financiera, beneficio rápido. Tiene narices que Artemio lo haya entendido antes que el resto. Otra cosa es que esté en sus manos desliar este desmadre. O que le apetezca hacerlo.