Donde el autor, con motivo del comienzo de la liga de traineras, ilustra a los neófitos en las artes de este deporte que combina, de forma irresistible, la épica marinera con las mezquindades y miserias típicas de cualquier deporte profesional. El objetivo es conseguir que la afición a este deporte avance imparable por toda España, goteando desde el Cantábrico a través de la meseta, hasta inundar los veranos madrileños de 800 grados a la sombra, donde la brisa marina no se puede ni siquiera imaginar.
Carlos Zabala, "Arrastalu"
Este sábado comienza en Bilbao la liga ACT de traineras y, seguramente, ningún diario deportivo de ámbito nacional le dedicará una línea. Es normal y no pasa nada. Al fin y al cabo se trata de un deporte reducido a algunas localidades costeras de Galicia, Asturias, Cantabria y País Vasco. Sin embargo, dentro de este microcosmos las regatas se viven con intensidad de final de Champions. La liga de traineras combina la épica marinera de caza de ballena y galerna con rencillas políticas, disputas territoriales, mezquindades, dopajes (o falsos dopajes), apuestas millonarias y fichajes estrellas. El resultado es formidable.
(Antes de proseguir el autor se confiesa seguidor de Pedreña, la trainera negra con remeros de camiseta blanca. Es, a mi subjetivo juicio, la más elegante del Cantábrico, tal vez por remar en aguas de la bahía de Santander, bajo la influencia de Peña Cabarga, una montaña que debería ser un volcán).
La trainera actual es una embarcación de 12 metros de eslora y 200 kilos de peso, impulsada por trece remeros y un patrón que, de pie en la popa, dirige el rumbo con una espaldilla a la vez que gime, motiva e insulta a sus muchachos como si fueran galeotes romanos huyendo de piratas cilicios. Con este tipo de barcos faenaban los pescadores en el Cantábrico en busca de sardinas y anchoas. Ahora ya no están hechos de madera, sino de fibras de carbono y su estilizado 'fuselaje' diseñado con técnicas de aeronáutica luce publicidad de empresas energéticas, marcas de cerveza y entidades bancarias...
Llegar rápido a puerto era imprescindible para asegurar una buena venta en la lonja; el ritmo y pericia de la palada decidía también qué trainera se ganaba el derecho a remolcar los buques a puerto. A paladas también dirimían las chalupas balleneras la pugna por convertirse en el 'primer heridor' del cetáceo. Con el paso del tiempo fueron surgiendo los desafíos 'ociosos' por puro orgullo y vanidad entre pescadores del mismo pueblo, entre pueblos vecinos y, finalmente, a medida que crecía la leyenda de algunas embarcaciones imbatibles, entre traineras de diferentes comarcas, provincias y regiones.
Esta época de desafíos puntuales (cuando todavía no existían las actuales regatas reglamentadas, puntuables y retransmitidas por televisión) es rica en leyendas: Bermeo y Mundaka se disputaron la isla de Ízaro a una regata de traineras. Ganó Bermeo, aunque los de Mundaka les acusaron de haberles emborrachado la noche anterior.
Las regatas de traineras se popularizaron a finales del siglo XIX y principios del XX como un espectáculo folclórico para amenizar los lánguidos e interminables veraneos regios en San Sebastián y Santander. Los carteles turísticos de la época muestran a modernos urbanitas contemplando arrobados las proezas de los bárbaros remeros, tan fuertes, tan 'étnicos', tan diferentes a su público burgués. Según José María Unsain Azpiroz: "el gran arraigo y popularidad de las regatas de traineras se explica por la belleza intrínseca (...) pero su éxito se debe también a lo que tiene de sublimación de cierta idea, más mítica que histórica, de la relación de las comunidades del Cantábrico con el mar". Esta sublimación es aun más acusada entre los habitantes de las capitales de provincia que mantienen una relación ficticia con el mar, al que conocen a través de la literatura, los museos oceanográficos y los largos paseos de sábado por la tarde y chocolate con churros. La misma idea latía en las palabras que un amigo de Santander, pragmático economista de sucursal bancaria, me dirigió cuando se enteró de mi súbito interés por las traineras: "arrebato folclórico típico de santanderino urbanita que vive en Madrid". Nada que objetar.
El formato clásico de regata consiste en 12 traineras divididas en tres tandas cronometradas de 4 equipos. El giro alrededor de la boya, la ciaboga, es una de las maniobras más complejas (que pueden arruinar una buena regata o marcar el inicio de una remontada) y una de las más hermosas: el escorzo del proel insertando el estoque en el mar, con el rostro a punto de explotar y los brazos tensos de quien se dispone a remover con un remo el océano como una taza de café. Es el tipo de maniobra que realizaban las antiguas traineras para extender las redes alrededor de los bancos de peces.
Cada campo de ragatas tiene sus particularidades (mar abierto, bahía, ría) y cada jornada sus imprevistos factores climatológicos. Así, puede ocurrir que los equipos de la primera tanda remen en una plácida bañera, mientras que los últimos se enfrenten a un intenso oleaje y a vientos en contra. En pocos deportes juegan la naturaleza y el azar un papel tan relevante. Es como si en un partido de fútbol uno de los dos equipos jugara cuesta arriba, con el campo cubierto de nieve, y una portería de un metro de largo.
La naturaleza y los árbitros, claro, que aquí se llaman jueces de mar. No corren la banda, sino que la navegan en zodiac siguiendo a las traineras, pero por lo demás comparten las mismas contradicciones, inseguridades y arrebatos de sus hermanos del fútbol.
Una regata transcurre más o menos así: mujeres de Pedreña (en cuyas casas cuelgan pancartas con la leyenda 'nunca remareis solos') y ancianas de Hondarribia con el pañuelo verde de la Ama Guadalupekoa al cuello, se intercambian insultos y muecas de indignación. Hombres silenciosos escuchan el transistor mientras miran al horizonte intentando adivinar la posición de las traineras desaparecidas mar adentro hasta que, anunciadas por un murmullo, vuelven a cobrar plasticidad y color a medida que se acercan de nuevo a las boyas junto al puerto. Ahí viene Orio, grita alguien. Hondarribia le saca 5 segundos a Pedreña en la ciaboga, informa otro. Se fuman puros, se comen pipas, se consultan tablas llenas de minutos y segundos, se otea el horizonte con prismático, se analiza el viento, un abuelo lamenta que a su equipo le haya tocado remar por la 'calle mala', se elogia la capacidad de palada de Castro en el último largo. Se espera. Finalmente, la trainera vencedora alza los remos en posición vertical y ondea la 'bandera' de la regata. Si es regata de la liga ACT (la división de honor), el patrón se calza una boina vasca con el oso de CajaMadrid. Si es en el campeonato de España, y vence una trainera vasca, algunos remeros permanecen sentados en el barco en vez de subir a recoger el trofeo, para no tener que ondear la bandera rojigualda. Si es en la bandera Sotileza de Santander, los remeros de Astillero, al conocer la noticia de su descalificación, deciden arrojar la bandera y el trofeo al agua.
Igual que la Vuelta a España comienza este año en Holanda, espero que algún día la liga ACT comience en el estanque de El Retiro en Madrid. Bastaría que, como se ve en el cartel que ilustra este artículo, viniesen volando a paladas desde el norte. Rumbo sur. Sin pérdida.
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