John Dillinger, el Enemigo Público que no murió

El catorce de agosto se estrena en España Enemigos Públicos, un film sobre las venturas y desventuras del famoso atracador de bancos americano John Dillinger y los miembros de su pandi, como Pretty Boy Floyd o Baby Face Nelson, una especie de Michael J. Fox del lado oscuro, que en lugar de huir de sus fechorías a lomos de un DeLorean lo hacía en un Ford, tras disparar, eso sí, a todo lo que se moviese a menos de cien metros. Como muchos malos, y más en EE.UU, sus días terminaron con el viejo empacho de plomo, aunque con respecto a Dillinger, no todos están de acuerdo sobre su muerte y hay quien piensa que el cuerpo del bandido saltarín acompañó a su alma durante unos cuantos años más.

Sucede con todos aquellos personajes cuya actividad desarrollada en vida trasciende tanto a nivel popular que la esencia de su personalidad llega a escapárseles de las manos, siendo devorada entonces por un vulgo famélico de héroes y dioses cercanos, iconos de un mundo más tangible que el humo que les venden tanto políticos como religiosos. Es por ello que cuando llega el momento de su óbito, el pueblo no está preparado para perder aquello que representa la banda sonora de su vida, su rebeldía contra los poderes establecidos, o bien su odio contra el resto de la humanidad.

Conocido es el caso de Elvis, donde todavía hay gente que cree a pies juntillas que está vivo, alegando por ejemplo que hasta hoy no se ha cobrado su seguro de vida, o que en el momento de picar el billete, el de Tupelo pesaba ciento quince kilos, mientras que en el certificado de defunción aparece sólo con setenta y seis kilos, y según ellos el certificado original se perdió misteriosamente.

Otro tanto sucede con Adolf Hitler, del que muchos de sus seguidores (y detractores) piensan que vive, o vivió hasta hace pocos años, en algún lugar perdido de Sudamérica o de la Antártida, que ya es hilar fino. Quizá parte de la culpa de este mito se deba a sus múltiples dobles, algunos de los cuales aparecieron con un tiro en la frente en las cercanías del búnker donde la historia dice que murió calcinado junto a Eva Braun, y cerca también de los cadáveres quemados de Goebbels y su familia y del general Krebs. Para los amantes de las conspiranoias decir que en archivos del KGB descatalogados parcialmente en 1996, Linge, ayudante personal de Hitler, por lo visto desveló a los ruskis –tras ponerlo tierno, como mandan los cánones- que en el momento del suicidio, Eva Braun estaba embarazada. Y lo que es más fuerte, se comenta por ahí que se descubrieron unas fotos en la cartera de Braun donde aparecían un niño y una niña, teniendo el vástago el mismo careto que el Führer.

Supervivencias del estilo se cuentan también de James Dean o de Manolete, algunos de cuyos decrépitos contemporáneos todavía dicen haberlo visto comprando triskis en una gasolinera cordobesa. Como a Elvis, vamos… Obviando todos estos pintorescos casos, a los que dejaremos hibernando en una especie de Avalon Pop hasta que les de por regresar –si lo hacen que sean sólo Elvis y Dean… bueno y Manolete, que es paisano-, vayamos con el amigo Dillinger.

Partimos de que la historia nos cuenta que el bandido atlético, famoso por la facilidad con la que se subía a los mostradores de los bancos, saltaba la reja de casi dos metros que los protegía y luego repetía la misma operación a la inversa pero con la saca llena, murió en un enfrentamiento con los Hombres G, inspirando estos años después a David Summers para ponerle nombre a su grupo. Hasta aquí todo parece normal, pero claro, tenía que aparecer el viejo sentimiento popular que veía a Dillinger como un bandido muy salao, pues repartía leña a esos mismos bancos que en tiempos de la Depresión tenían al pueblo cogido por sálvese la parte. Incluso un campesino que ayudó a huir a Alvin Karpis –otro de la panda- tras un atraco le dijo No me importa. Los bancos no hacen más que ejecutar las hipotecas de los granjeros. El mismo sentimiento de simpatía que al principio se tenía por estos lares con el Solitario, hasta que llegó la primera víctima, claro.

En 1971, Ron Offen y Jay Robert Nash publican Dillinger, vivo o muerto. Según contaban, Dillinger había mandado en 1963 una carta al hijo de Emil Wanatka, antiguo dueño del albergue donde se produjo una dura batalla contra las fuerzas del orden y que posteriormente convirtió en pequeño museo de tal hecho. En dicha carta, con matasellos de Hollywood, se decía que el muerto era un tal Jimmie Lawrence, al que se la dieron con queso con aquello de que no lo pillaban ni de coña, que estaba muy bien pagado lo de doble, las dietas… Por lo visto Nash consiguió ver la autopsia de la época, treinta y cinco años después, y según decía allí el muerto no tenía ninguna de las cicatrices características del ladrón, los ojos eran castaños en lugar de azul-grisáceo, y el tipo que estaba frito tenía huellas de fiebres reumáticas infantiles que le habían afectado al corazón, cosa que de haberlas tenido Dillinger le habría sido imposible realizar aquellos legendarios saltos de reja, que ni en El Rocío. Entre sus pertenencias encontraron unas gafas, cuando el bueno de John tenía vista de francotirador de los S.W.A.T Después surgió la sospecha de que las huellas dactilares que se suponía que eran del bandido, aunque alteradas quirúrgicamente, habían sido tomadas del cadáver. Para terminar con la no muerte de nuestro protagonista, en 1959 el Indianápolis Star también recibió una carta escrita por un tipo que decía ser Dillinger, agregando una foto de un anciano que se parecía mucho al antiguo delincuente.

Así que ahí tenemos a otro habitante del Avalon Pop, quien tras retirarse del mundillo de la metralleta y la media en la cabeza, pasó un tiempo en Hollywood con nombre falso hasta terminar inscribiéndose en el padrón de esa mítica isla donde están censados un variopinto ramillete de mitos de nuestra cultura popular de los que no queremos desprendernos. En Estados Unidos todavía hay gente que lo tiene mitificado, sobre todo fueron los anarquistas y hippies de los sesenta los que lo conviertieron en ídolo. Incluso hay una asociación llamada John Dillinger Murió por Ti en California. Qué cosas.