El lucrativo negocio del conflicto

Hoy me ha dado por pensar desapasionada e indocumentadamente en los conflictos que se sucedieron para formar la historia de las civillizaciones.

Alejandro

A grandes rasgos, un grupo de gente es espoleado por algún tipo de motivación. Tal vez necesitan agua. O se les queda pequeño el territorio que cultivan. O no les gusta que otros les roben las cosechas. O no hay cosechas. Etcétera. El caso es que tienen que dar por saco por algún motivo. O sin motivo. Hay de todo.

Liderados por uno de los integrantes del grupo -más listo que los demás, o más bruto, o más de ambas cosas- construyen algo de material de agresión y atacan a sus vecinos. Si consiguen sojuzgarles, vacían sus despensas, se quedan con -o hace uso por un rato de- los especímenes más sugerentes de la tribu agredida, y reiteran el proceso aplicándolo a otros vecinos, e incluso a vecinos de vecinos.

Unas cuantas iteraciones después se ha formado un imperio. Si este se hace demasiado grande, empieza a resultar complicada su manipulación. Paralelamente, el núcleo del poder -el listo, el bruto y sus secuaces- se ha hecho rico, famoso y comodón.

Después viene la traición, de la mano de la decadencia. Frases como “Tú también, Bruto, hijo mío” o “Para hacer bien el amor hay que venir al sur” lo corroboran, con veinte siglos de intervalo entre ellas. El emperador es acuchillado por la guardia pretoriana en su lujosa villa del extrarradio, mientras que la chusma, hacinada en la hedionda capital imperial, es anestesiada con “panem et circenses”. Rafaella, bella como hace cien años, evita comentar su pacto con el maligno. “Rumore, rumore”, canta despreocupada.

Desde que tenemos memoria, el mundo gira sobre su eje gracias al conflicto. Es el mar en el que pescan los listos, los brutos y sus secuaces. Sin conflicto no hay ganancia. Esto ha sido así desde la prehistoria. Lo único que cambia, lamentablemente, es la velocidad. La capacidad para recorrer el planeta en menos de un segundo está convirtiendo esta dinámica en insostenible.

Alejandro Magno se hartó, probablemente, de conquistar a caballo. Cesó su motivación para generar conflicto y puso a su entorno en fase de decadencia. De haber tenido un Hummer, unos cuantos Tomahawk y el USS Alexandria anclado en el puerto de Palma de Mallorca, tal vez su imperio seguiría vivo y coleando en este momento.

Lo que nos trae, de golpe, al presente. Demasiados listos con pretensiones imperiales y acceso a la tecnología. Demasiados brutos con la convicción absoluta de que hay un paraíso con setenta vírgenes esperando para ser poseídas justo después de su inmolación. Demasiados secuaces ganando pasta gansa cada vez que un loco dispara en la nuca de un inocente, o le hace saltar por los aires con una bomba lapa.

No caben tantos imperios en este planeta tan pequeño. Haríamos bien en financiar al Pocero Interestelar para que vaya alicatando hasta el techo unos cuantos satélites de Júpiter. Dicen que puede habitarse en ellos sin demasiada incomodidad, y el precio del suelo está tirado.

Gran oportunidad. Agencias abstenerse.