Confía en la Fuerza, Luke

Conjugar rigor científico y rigor periodístico, una de las cuestiones clave en la investigación de lo que nos queda de siglo, fue el objeto de la mesa redonda celebrada en la Facultad de Medicina. Tres informadores y un científico, para más señas concejal, dirigieron un debate que haría sonrojarse a Humanidades.

Y el happy metal fue la clave. Quién se lo iba a decir a Helloween, la banda de rock que vivió en los años 80 y primeros 90 su apogeo, y a quien se atribuye el padrinazgo de este subgénero del heavy. Pero cuando compuso su contundente pieza Dr. Stein dio en el clavo de una de las cuestiones que más debate generan hoy en la comunidad científica: Frankenstein contra Einstein. Esto es: los riesgos de la divulgación en masa de una imagen de la ciencia frente a su evidente vocación, y a veces necesidad, de filtrarse en la opinión pública. Un debate que no está, ni mucho menos, cerrado.

Que Humanidades nos perdone, pero el derroche de intelecto empleado ayer en la mesa redonda La divulgación científica en los medios de comunicación ya la quisieran para sí numerosos debates de actualidad, ya sea con micrófonos que se apagan, ya con tertulianos que se encienden. En la mesa de intervinientes, dos hombres y una mujer de esa ciencia rara llamada Periodismo, y un representante de la aún más rara disciplina artística llamada investigación, para más señas concejal de Ciencia, Tecnología y Consumo del Ayuntamiento. Es decir, científico y político todo en uno. Para salir loco.

Pero no. "El científico y el periodista tienen ambos el mismo objetivo: buscar la verdad y darla a conocer", proclamó Jorge Laborda, que es además profesor titular de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM). Convencido como es de que "la divulgación debería ser consustancial al científico", la fusión de su conocimiento y su posicionamiento ideologico desemboca en el gusto por "devolver al común de los mortales una pequeña muestra de lo que estamos haciendo".

Materia y gris, pero por separado
Le acompañan en esta mesa redonda el director del programa online Ciencia para escuchar, Ángel Rodríguez Lozano, el profesor titular de Periodismo especializado en la Universidad Carlos III de Madrid, Carlos Elías Pérez, y la jefa de prensa –"eso dice el cargo, pero sólo soy periodista"– del Servicio de Salud de Castilla La Mancha (SESCAM) en Albacete, Emma Pérez. Los estudiantes, todos de ciencias, muchos de ellos de Medicina, atienden. Pero no se someten. A diferencia de lo que ocurre en tantas universidades de letras, donde la materia gris tiene mucho de materia y mucho de gris, pero por separado, aquí la audiencia sale respondona. Educada, pero crítica. Paciente, pero inconformista.

"Brevedad, por favor", se afanan los responsables de esta mesa redonda, encuadrada en las VI Jornadas de Jóvenes Investigadores de la Universidad. No ha lugar. Aquí todo el mundo tiene algo que decir al respecto, y casi siempre con el rigor que debe acompañar a la ciencia. También debe acompañar a la información, pero esa es harina de otro costal. "Y yo, ¿por qué tengo que saber contar lo que investigo? Yo investigo, y por eso tengo un valor" apunta con inconfundible acento porteño uno de los tantos jóvenes alopécicos que ha originado el último cuarto del siglo XX. Y ahí está el quid.

La ecuación –"un redactor jefe me prohibía escribir ecuaciones", Elías Pérez–, es clara: el interés por la ciencia crece, su divulgación es buena para el científico y para el público, y se necesitan intermediarios capacitados para ello, que vendrán de científicos más humanistas aliados con reporteros más rigurosos. Pero en algún lado la delgada línea se rompe. "Hay un divorcio entre los jóvenes investigadores y los jóvenes periodistas", anota Laborda con cierto pesimismo –u optimismo con experiencia–. ¿Por qué?

Aparece el materialismo dialéctico
Algunos nombres sobrevuelan la sala. Mary Shelley, por Frankenstein. Michel Crichton, por Parque Jurásico. George Lucas, por Star Wars: Luke Skywalker se prepara para el asalto final a la Estrella de la Muerte, y la voz de la Fuerza le aconseja que se fíe de su intuición. Tanta tecnología, tanto progreso, para que triunfe la superchería. Otro nombre, J.K. Rowling, abre la caja de los truenos. La audiencia se divide entre pro-Harry Potter y anti-Harry Potter, marca que acuña el concejal para su novela Adeno Fidelio. Y en estas aparece el materialismo dialéctico: "Yo no creo que el problema sea Harry Potter sí, o Harry Potter no; el problema es que los investigadores y los periodistas están sometidos". ¿Quién da más?

Pues hay más. "Ser riguroso no está reñido con informar", expone Lozano, instantes antes de erigirse en defensor a ultranza de la metáfora como herramienta de divulgación. A él le funcionó, por ejemplo, cuando tuvo que preparar una charla para niños de ocho años acerca de los eclipses de sol. Así que sorprendió a los chavales con una pregunta: "¿Puede un ratón ocultar a un elefante?". Exacto, depende de la perspectiva. Y en esto consiste el juego de divulgar: la perspectiva del científico, la perspectiva del periodista, y la perspectiva del público, que cada vez consume menos prensa, pero es cada vez más selectivo con la que consume.

De hecho, muchos informadores llevan la penitencia en el pecado. Tras acumular horas sin luz natural ni sinceridad institucional en el Congreso de los Diputados, Elías Pérez fue llamado por Pedro J. Ramírez para hacerse cargo de la información científica en El Mundo. Allí se especializó y amó a la ciencia por encima de todas las cosas. Pero lamentablemente "no te permite crecer como periodista". De hecho, hizo el petate cuando su director le negó el paso a Economía, sección en la que quería seguir desarrollándose como informador. Y acabó en la Universidad.

Atocha y Toledo, 1923
Se citaba a Einstein al principio de estaas líneas. Y tiene su por qué. Año 1923. Entre otras cosas no existía ese maravilloso invento llamado televisión. No digamos ya Internet. Pues con eso y todo, la estación de Atocha primero, y la Escuela de Traductores de Toledo después, se quedaron pequeñas para la llegada del autor de "e igual a eme ce cuadrado". De hecho, Elías Pérez desveló que la ciencia suscita mayor interés cuando el mundo sufre una sacudida, como después de la Segunda Guerra Mundial, época que coincidió con una Ley de Secretos Científicos.

Así, el mundo de la información científica vive en constante dicotomía: a un lado, la tendencia a la frivolización, la espectacularización, la crónica rosa y el sensacionalismo en la sociedad de masas, que afecta también al modo y tiempo de los relatos, ya se llamen periodismo ya novela; al otro, que no es menos, la parcelación y especialización de capas cada vez más reducidas de esa misma sociedad, que reclaman conocimientos avanzados sobre ciertos asuntos, ya se llamen economía, política o, como es el caso, ciencia. No hay soluciones "mágicas", pero sí recetas. Laborda apunta alguna: no permitir que se acepte la tecnología como si fueran trucos irrevelables, y exigir a las instituciones que incluyan en la financiación de proyectos la obligatoriedad de divulgar los avances registrados.

"El Doctor Stein hace crecer criaturas simpáticas, y las deja correr en la noche; llegan a ser grandes músicos de rock y su tiempo es el adecuado". ¿Casan la ciencia y el happy metal? Visto lo visto, lo importante no es la respuesta, sino la pregunta. Gracias a ella se podrá avanzar. Y gracias también a mesas redondas como la de ayer, que buscan, precisamente, ser herramientas de divulgación.