De los compro...metidos

Las causas más justas y nobles, por livianas que puedan parecernos, precisan todo tipo de ayudas y empujes para hacerse valer en una sociedad cansada de mensajes publicitarios, y para ello nada mejor que contar con la ayuda de cualquier celebridad. Esta especie de simbiosis puede servirnos, además, para apreciar el grado real de fama que el famoso en cuestión tiene en la cotización social.

Hubo un tiempo en que llamábamos héroe, en batín, al inventor local, al benefactor, a un comerciante de éxito local. Hoy el héroe no pasa de aparecer por Pasapalabra, por no descender a otros infiernos catódicos, y pare usted de contar. La línea que separa al famoso del conocido, o del popular al célebre es tan extraña como la que resulta de unir, como en aquellos pasatiempos, los puntos dispersos al azar, por más que acaben por repetir un patrón de intenciones de sobras conocido.

Más allá de esto, una vez llegado a famoso, y valga la reducción conceptual, vemos que este cargo trae consigo una suerte de servidumbre cuyo calado real se nos escapa con frecuencia por más que pueda decirse que viene asociada al título como un manual de instrucciones o unas condiciones particulares de la contratación. Se trata sencillamente de lo que pudieran denominarse los compromisos sociales que el ser célebre impone y que de manera tan escueta como desenfadada podrían resumirse del siguiente modo.

En los primeros estadios de la celebridad, el famoso acude a pregones feriales o se le encarga el dar la salida a carreras populares, se hace visible en fiestas de barrios y ocupa un rincón nada despreciable en la crónica social de la prensa local para pasar, subiendo apenas un peldaño, a hacer justa causa de algún problema de su pueblo abanderando cualquier iniciativa que la asociación caritativasocial de su ciudad o el área correspondiente de su ayuntamiento desean que adquiera relevancia pública, vaya usted a saber por qué.

Algo más famoso ya, sin embargo, estará llamado a dar saques de honor en un derby o acudir al palco de un coso taurino para, con un poco más de celebridad, acabar entregando el trofeo de turno o asistiendo a un concurso, como jurado, de promesas de la canción.

Cuando la popularidad alcanza niveles superiores su actividad social se verá condicionada por los méritos que le llevaran hasta ahí y es en ese momento crítico cuando su valor como elemento de conmiseración social ha de pasar por el crisol de la publicidad y especialmente por los anuncios televisivos.

De esta forma pude integrar cuasi anónimamente una plataforma de contenido político, entiéndase bien, o ser portavoz de determinada rama del espectáculo o las artes que reivindique lo que sea, pero todavía en calidad de miembro del gallinero. Pues de seguir creciendo su fama sus compromisos se tornan, digámoslo así, algo más serios, llegando al apadrinamiento de niños o jirafas, ya se vería, arropar a una etnia perseguida, un pueblo hostigado por la naturaleza para, por poco más, viajar hasta el lugar de los deshechos como portador de la bandera de la causa.

Finalmente, aunque esto quede ya al alcance de muy pocos, la fama se internacionaliza y con ella sus extensiones, las adopciones, los hospitales, los pueblos por redimir...
En fin, todo esto, dicho con le mínimo rigor científico, puede servir de plantilla para atemperar en su injusta medida, el nivel de popularidad que tal o cual famoso, y valga de nuevo el reduccionismo, tiene a día de hoy más allá de cualquier otra interpretación subjetiva, pudiendo si se desea establecer distintas subcategorías, tantas como como la calenturienta mente de cualquiera esté dispuesto a soportar.

Lampreas y Boquerones