Eugenia Silva y su contra portada.

La última portada de la revista Vanity Fair ha provocado las iras de una de sus protagonistas, Eugenia Silva, que afirma a la editorial de incumplir los acuerdos pactados sobre las fotografías publicadas, un argumento en el que se entremezclan contratos, intimidad y publicidad.

Eugenia Silva ha sacado pecho y anuncia que demandará a la revista Vanity Fair por lo que considera una intromisión en su derecho al honor, la intimidad y la propia imagen. Ya lo veremos pues lo cierto hasta el momento es que no ha trascendido en qué medidas se han producido tales supuestas intromisiones y lo único sabido, y siempre por boca de la propia interesada, es que la fotografía que ilustra la cuestionada portada de la publicación había sido expresamente vetada por la modelo.

Polémicas como esta hacen que la publicidad, ese animal insaciable que se alimenta de sí misma, esté engordando mientras mastica a dos carrillos y dirigiere a partes iguales tanto con la venta de la revista como con el supuesto interés púbico que se despierta con Silva, un buen negocio que adquiere tintes del Versalles dieciochesco por el tufillo a hipocresía que pareciera impregnar el asunto. A la vista de la fotografía en cuestión y de ser cierto cuanto afirma Eugenia Silva, la revista parece que le está dando por donde más duele, por asegurarse una buena y rentable portada vulnerando lo previamente acordado con carácter de obligación, por más que intuitivamente no nos pueda parecer que las imágenes pactadas consistieran en una elección entre la ahora conocida y la de Eugenia ataviada con un guardainfantes de última moda.

Sea como fuere en casos como este no suele resultar fácil contemplar la verdad al desnudo y posiblemente el desacuerdo no sea cosa más que de unas sombras, de un retoque, poca cosa en realidad, un quítame allá esas pajas pero que en cambio, y una vez traducido a euros, pudieran servir de sostén a la carrera profesional de la Silva en esa nueva pasarela en que se lucen los trajes nuevos de las emperatrices.

Las cuestiones de los desnudos se ponen tirantes cuando se pretende vestir con honor o intimidad, conceptos que como gasa vaporosa sobrevuelan el mundo de la publicidad y las celebridades con flecos y ribetes que se nos escapan a quienes no estamos inmersos en ese mundillo. Porque suele ocurrir que, en realidad, únicamente se trate de cuestiones contractuales, dinero, cláusulas no siempre bien interpretadas intencionadamente a las que se les quiere dar un sobrepeso específico añadiendo esas etéreas ideas de intimidad con las que de algún modo se quiera justificar e incluso dar una idea de dignidad cuando el oscuro objeto del deseo de los contratantes es tan peliagudo como un desnudo puro y duro.

Ya iremos viendo en qué queda la cosa y si finalmente prevalecerá la palabra de honor o tendrán que arreglar el roto a escote.

Lampreas y Boquerones