Treinta años y queremos más

En estos días se andan celebrando treinta años de las primeras corporaciones municipales democráticas en España, treinta años en los que los ayuntamientos están asumiendo un nuevo protagonismo como elementos para hacer frente a la crisis que nos golpea...

Para cualquiera de nosotros como ciudadanos todo cambió desde que los ayuntamientos trocaron el lema “vuelva usted mañana” por aquel otro de “haber venido ayer”. Treinta años se cumplen desde las constituciones democráticas de las primeras corporaciones municipales, treinta años que, como treinta soles, proyectan luces y sombras como si de un coso taurino se tratara, espontáneos incluidos como se ha visto. Años de contradicciones en los que se nos vienen al recuerdo figuras tan señeras como opuestas de la talla de Tierno Galván, un decir, y otras de talla aún mayor pero en metraje del estilo inclasificable de Jesús Gil, tan entrañable ahora que no está entre nosotros. Dos ejemplos de estilos, de personalidades, dos formas de entender la ciudad que, posiblemente, solo pueda darse en esta España de aquel Berlanga del blanco y negro.

La efemérides, sin embargo, llega en un momento en que nos comienza a faltar el pan y su celebración hace que al menos buenas sean tortas, o tartas como las de este cumpleaños en las que soplar las velas, las dos a que nos estamos quedando. Pero nunca perder la memoria. Así lo proclamaba el presidente Zapatero hace unas horas con su personalísimo sello sin timbrar, un discurso ante sus fieles en los que, qué más da al fin y al cabo, atribuía la paternidad de este cumpleaños democrático al incansable afán redentor de su partido. Lo dicho, si nadie está ahora por contradecir.

Pudieran decirse que tienen los ayuntamientos un aura entrañable, tal vez por nuestro individualismo exacerbante, tal vez por ser herederos en cierto modo de aquellas civilizaciones clásicas de las polis, quién sabe, o que sea cosa sin más del fútbol y la magia de los equipos locales. Son lo más parecido a una democracia cercana, la proximidad de quien pide cita en la peluquería, la inmediatez de un socavón o una multa de tráfico, de un graffiti en casa ajena y que, sin embargo, nos molesta por ensuciar nuestra ciudad. Es cierto que durante este tiempo los ayuntamientos han venido siendo el motor de una democracia que en ocasiones pareciera ir a remos, el consuelo de sentir a estas instituciones como la casa de todos ahora que las nuestras serán de los bancos, unas ventanillas desde las que contemplar y sentir el alma timbrada de cualquier ciudad, de cualquier pueblo como el laberinto del Minotauro de la burocracia. Sea como fuere resulta de justicia celebrar este hito y brindar por él anque sin pasarse y llegar al botellón, no sea que acabemos con una pedanía.

Lampreas y Boquerones