Los tiempos convulsos de crisis que ahora padecemos han dejado en un segundo plano inclinado uno de los Ministerios de los que más se esperaba socialmente hablando, el de Vivienda, cuyo papel en la actual situacuón apenas puede calificarse discreto. Eso sí, su presupuesto sigue adosado.
Cuando por vez primera se habló de la posibilidad de crear un Ministerio de la Vivienda parecía que el Gobierno iba a tirar la casa por la ventana. Al frente de tan acogedor proyecto se colocó a la ministra Trujillo, que pasó por el gabinete con más pana que gloria de puntillas sobre aquellas zapatillas de deporte. A esta le siguió la no siempre bien entendida, por decirlo con diplomacia, Carme Chacón y a esta, a su vez, Beatriz Corredor, pues visto está que en materia de lares pareciera que es la mujer la que lleva las riendas.
Se pretendía de esta forma dar contenido y cumplimiento al mandato constitucional de la vivienda digna para todos aunque lo de digna, para la mayoría de nosotros, sea cuestión de acabados más o menos prescindibles. La idea, pues, parecía que iba en serio y no se iba a limitar a mover unos tabiques por más que desde el llamado sector se augurara el fracaso de cualquier política gubernamental en este orden, especialmente en lo referido al alquiler de viviendas. Y ciertamente que no hay cosa que más fastidie que tener que acabar dándole la razón a los agoreros.
Hoy, cuando tanto ha llovido en un tema con demasiadas goteras, la mera visita a la página web del Ministerio de Vivienda apenas es apta para optimistas profesionales. En su decoración minimalista son numerosas las referencias a ayudas de toda índole a excepción de tal vez la más necesaria, la ayuda psicológica. Medidas parlamentarias, discursos y más planes que una película de comandos, como si sus autores acabaran de llegar de Júpiter o no hubieran pisado la calle, la de verdad, en lustros contando los años bisiestos.
Hasta ahora el acceso a la vivienda era realmente complicado en años en que los pisos se vendían sin entrada, una inversión para muchos y perversión para unos pocos que alimentaron la que, tras la de Freixenet, iba a ser la burbuja más famosa de los últimos años, la inmobiliaria. Y en contra de lo esperado la burbuja no ha estallado sino que simplemente parece haberse desinflado hasta quedar en una masa informe de hormigón desarmado, ladrillos y tuberías vanas con una deuda socialmente pendiente acaso más gravosa que la situación vivida hasta este momento.
Y en todo este movimiento el Ministerio apenas ha incidido a pesar de las buenas, buenísimas intenciones que no siempre han sido entendidas por la realidad, ese ser tozudo. Ahí sigue el Ministerio, la ministra y el gasto ministerial de una cartera sin emancipar de la que apenas se habla y menos se oye en una época en que cada día es final de mes para tantos, menos para este Ministerio. No es de extrañar que en la página web citada la denominada Bienvenida de la Ministra suene a despedida. Al menos por el tipo de letra empleada, la bastardilla.
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