Atraído irresistiblemente por la fantasía del relato de José Saramago, permito a mi calenturienta imaginación pasear por teorías paralelas, recorriendo cada una de las fortunas amasadas en los últimos años. El dinero que unos atesoraron antes -ni se crea ni se destruye- es el mismo que falta ahora en el bolsillo de otros. La prosperidad de los últimos tiempos -no Spain, no gain- equivale con exactitud a la recesión que viene. El apocalipsis de Saramago conduce aparentemente a la destrucción. Los que yo propongo, por el contrario, nos salvan de la miseria colectiva.
Pérdidas de facultades, tal y como el genial autor imaginó. Él los deja ciegos, por ejemplo, en pleno viaje en automóvil. Graves consecuencias para su integridad física en algunos casos. Fantaseo con otras pérdidas.
De pronto, un virus impide a los nacionalistas percibir la exclusividad. Repentinamente se ven obligados a creer que existen personas que no comparten su visión unitaria de la sociedad. Las calles se llenan, ante sus ojos atónitos, de ciudadanos que no opinan lo mismo que ellos. ¿Es esto posible? Se preguntan incrédulos. El efecto del virus les lleva a pensar, entre calenturas, que hay gente que no quiere mantenerles en la poltrona.
Un poco más allá, un gerente de urbanismo de un conocido ayuntamiento entrega, presa de la enfermedad, licencias de obra aceptando a cambio lo legalmente estipulado y ni un euro más. Además procesa las licencias en el orden de llegada, sin importar el signo político o el parentesco del que las solicita. Para remate, ha vendido suelo municipal a precios del noventa y dos. Los ingresos obtenidos se dedican, sorprendentemente, a mejorar las condiciones de vida de los vecinos.
A unos metros, un promotor inmobiliario ha adquirido ese suelo a precio justo, y vende las viviendas obteniendo un beneficio razonable. En consecuencia, los ciudadanos compran las casas -nuevamente- a precios de los noventa. En un alarde de locura, el constructor entrega la obra sin defectos a los nuevos propietarios, que miran perplejos las paredes bien rematadas, los tabiques rectos y las instalaciones en perfecto estado.
Poco antes pasaron -los hoy afortunados dueños- por una sucursal bancaria en la que les dieron un préstamo hipotecario. No contentos con esta maravilla, cometieron la osadía de concedérselo a un tipo de interés irrisorio para lo que se ha visto por la comarca hasta el momento. Nadie chantajeó a los compradores con la obligación velada de contratar un plan de pensiones, tres tarjetas de crédito, un seguro de hogar y una cubertería.
Al llegar a su hogar, los felices usuarios solicitaron la conexión de banda ancha a uno de los muchos proveedores que ofrecían el servicio en la zona, cada uno con su propia red. Por ese motivo pagaron un precio razonable y obtuvieron a cambio un servicio de buena calidad. El ancho de banda utilizable era realmente el que se publicitaba en los medios de comunicación.
Los proveedores de Internet no perdieron dinero con esta operación. Recibían una subvención directa del Estado y otra de los empresarios para los que trabajaban los flamantes propietarios. Al generalizarse el teletrabajo disminuyó la necesidad de gastar en infraestructura de transportes, con el consiguiente alivio del erario público. El empresario también ahorró, ya que pudo reducir el tamaño de su oficina y evitó los costes derivados de la presencia física de sus trabajadores. El medio ambiente resultó beneficiado.
Todo lo que el empresario no gastó inútilmente lo dedicó a actividades de I+D+I, con la consiguiente mejora de sus productos y sus servicios. El estado también le ayudó en este caso, bajándole los impuestos en una cantidad equivalente a los desplazamientos inútiles que ya no se realizaron.
Todo esto produjo un aumento apreciable de la productividad. Menos cansados, mejor motivados y con más horas libres, los felices propietarios decidieron tener descendencia, lo que rejuveneció significativamente la población y garantizó el pago de las pensiones. El estado legisló de modo que uno de los padres pudiera pasar en casa al menos el primer año de la vida de su hijo, garantizando la vuelta al puesto de trabajo al final de ese periodo.
Como anécdota, se cuenta que bajaron al bar de la esquina y tomaron café. A ochenta céntimos por taza.
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Soitu.es se despide 22 meses después de iniciar su andadura en la Red. Con tristeza pero con mucha gratitud a todos vosotros.
Fuimos a EEUU a probar su tren. Aquí están las conclusiones. Mal, mal...
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“Os propongo que sea el Comité Federal, en la próxima reunión que tengamos, después de las elecciones autonómicas y municipales, el que fije el momento de activar el proceso de primarias previsto en los Estatutos del partido para elegir nuestra candidatura a las próximas elecciones generales.” De esta manera, Zapatero ha puesto las primarias en el punto de mira tras anunciar que no será candidato a la reelección. Tras este anuncio, observamos algunas reflexiones sobre el proceso
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