Del votante en blanco

Como ocurre cada cita electoral, hay quien ve las papeletas como un mazo de cartas listas para jugar al póker. Pero también hay quien tiene las ideas claras, muy claras, blancas, como su voto. Una decisión que no siempre es bien comprendida.

Nuestra democracia todavía niña, vulnerable, que se asusta con el ogro de la indiferencia que duerme bajo su cama, aún no ha tributado el merecido homenaje que se merece una de sus criaturas más singulares, el señor que vota en blanco. Es esa persona, da igual su género, que no se deja llevar por los cuentos de sirena, el mismo que piensa que votar con el alma no es una conciencia exacta y el llamado voto útil es un concepto de plastilina. Vota en blanco a pesar de que las opciones políticas que se presentan en cada convocatoria cubren holgadamente la totalidad del espacio político y psicopatológico que cualquiera pueda imaginar. Y estas opciones, sin embargo, no son capaces de doblegar la voluntad forjada en fuego de este señor.
De esta forma, es capaz de dejar sus labores por unas horas, enfundarse en sus galas de domingo y fiestas de guardar y, henchido de orgullo, dirigir solemne sus pasos a cumplir con la cita a ciegas electoral, algo más que un derecho, todo más que un deber.
Esta persona está hecha de la misma madera que aquel soldado que, a pesar de los avances forenses y genéticos actuales, sigue siendo desconocido, madera de civismo que es de caoba para unos, de alcornoque para otros. Pero su alma es pura, blanca como su papeleta, y su espíritu superior, indiferente a las risitas, a comentarios malevos, es inmaculado e impenetrable.
Su número, en términos absolutos, es relativamente escaso de tal suerte que más que un estudio general prácticamente podría elaborarse un tratado individualizado de las razones de cada uno de estos votantes para su alba decisión. Y tanto es su compromiso que cuidadosamente actúa de manera que su voto, sagrado como un sacramento, no pueda ser considerado nulo, todo un despropósito no obstante las similitudes que un observador mal avisado pudiera encontrar entre unos y otros.
Este señor debiera tener su reconocimiento público pues representa como pocos con su actitud y sus hechos el espíritu prístino de la democracia. No en vano en ocasiones lo que podría llamarse su “partido” obtiene más votos en urna que bastantes de los que alcanzan representación parlamentaria, y sin embargo eso no le llena de orgullo, pues su sentimiento del deber es otro, difícilmente comprensible para quienes estamos inmersos en las luchas de partidos que tanto daño causan a nuestro sistema. De pocas personas puede predicarse como de este señor que no haya votado con la cabeza y las tripas, su elección es grande por más impotencia que cause en los demás, aquellos que le consideran un voto inútil o perdido. Allá ellos. Y allí él. Un gusto.

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