Ahora que se acercan las navidades y estarán ustedes pensando en qué regalos comprar o incluso dónde comprarlos les contaré una historia que a lo mejor les interesa. Parece un cuento fantástico o, mejor dicho, fantasmagórico pero... lo narro tal cual aconteció.
Érase una vez... un centro comercial con capacidades humanas, lo que le daba la posibilidad de juzgar a sus clientes y a sus proveedores, y con mucho poder, lo que le daba la posibilidad de elegir a sus clientes y a sus proveedores. Era de corte clásico, podríamos decir que inglés si no fuera porque no es nuestra intención ofender a los anglosajones, y quería crear un mundo a su imagen y semejanza. Clientes, proveedores y empleados tenían que ser clásicos, retrógrados y de clase, cuanto menos, media alta.
De todos era sabido que este centro comercial tenía una lista negra de proveedores. Si una marca quería vender en sus tiendas tenía que someterse a sus exigencias y si no lo hacía el contrato se rompería para siempre, y la marca pasaría a la lista negra y nunca jamás podría volver a colocarse sus productos en las estanterías. Pero como tenía tanto poder casi todas las marcas pasaban por su aro y los repartidores de mercancía fusilaban su jornada laboral yendo a entregar a la hora exacta que al centro en cuestión le daba la gana recibirlas.
También se rumoreaba que tenía una lista negra de empleados. Si alguien en algún momento fatídico de su vida se veía obligado a pedirles trabajo y cuando se lo ofrecían, por circunstancias, lo rechazaba, la posibilidad de trabajar para ellos se desvanecería para siempre. El trabajador pasaría a la lista negra y nunca jamás podría volver a solicitar un puesto en la empresa.
Hace unos meses descubrí que también tenía una lista negra de clientes. Si vas a solicitar la tarjeta de socio en chándal y tienes la tez morena y los ojos negros los planetas se alinean y un cataclismo ocurre. Empiezan a darte largas asegurándote que el papeleo de la tarjeta es muy lioso y pasa por tener que justificar tu sueldo con una nómina. Cuando, como salido de debajo de una piedra, aparece un comercial enjuto arrugado y más gris que su traje dispuesto a llevarse una comisión a cambio de tus datos bancarios, se disculpan indicando que es política de la empresa pedir la nómina a los ciudadanos extracomunitarios (algo bastante hilarante cuando llevas hablando con esa persona más de diez minutos y haces gala de un acento madrileño que ni en La verbena de la Paloma).
Una vez demostrada tu nacionalidad española (tengo amigos cubanos que hicieron la misma operación sin demostrar ingresos, pero probablemente se vistieron de traje de luces y el reflejo de las lentejuelas ocultaba su acento y sus mi amol) intentan caerte bien con técnicas de marketing decadentes que no hubieran vendido la moto ni a mi bisabuelo:
Después de ser consciente de la existencia de las tres listas negras y de poner al poderoso centro comercial en la mía propia con velas y lazos del mismo color para que los hados mantuvieran separados nuestros destinos por siempre jamás, seguía preguntándome como una empresa que simboliza la parte más malvada y cruel del capitalismo hasta límites surrealistas podía seguir teniendo clientes, proveedores, empleados y tanto poder en esta pequeña porción del mundo.
La empresa para la que trabajo, una más grande pero menos orgullosa demostración del capitalismo, decidió hace poco, para hacer frente a la crisis, premiar a los empleados cuando ofrezcamos posibilidad de dar servicio a nuevos clientes (mi empresa es americana pero su mira comercial es más importante que sus prejuicios y nos permite hacer clientes de fuera de los Estados Unidos) con un vale regalo de 25 euros. Pero el vale solo permite la compra en el malvado centro comercial que opera en contra de mis más básicos valores morales.
Grito mi experiencia, solicito un cambio de tienda, y obtengo como respuesta la que me desvela el porqué de que aun con las listas negras media España siga comprando en el mismo sitio. Si nos dan un vale de Ikea la empresa nos obliga a comprar muebles, si nos da un vale de Media Markt a comprar aparatos electrónicos. Si nos da un vale del Carrefour o del Alcampo solo podemos hacer la compra semanal o comprar algún artículo de ropa propia de estas marcas que a la gente le suenan como cutres y la empresa queda mal.
Lo cutre no es vender más barato o tener tiendas menos laberínticas, lo cutre es crear un feudo en el siglo XXI y obligar a los clientes a vestir con capa y espada, con calzas y enaguas. Lo cutre es que sigamos comprando a quien no es capaz ni de hacernos mínimamente la pelota para conseguirlo porque sabe que aunque nos lo pague con prejuicios, malas caras y mala atención al cliente volveremos a por más.
Ahora les dejo, he de ir a gastar mi bono regalo de 25 euros, con el que mantendré la fresquera y la alacena llenas para el resto del mes hasta que mi marido vuelva de las cruzadas.
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