'Little Honey', nuevo disco de Lucinda Williams

Sentía curiosidad por saber hacia dónde daría el siguiente paso Lucinda Williams. Parir una obra de la importancia y la calidad de WEST (2007) habría podido condicionar a cualquiera. Pero Lucinda es Lucinda: ya son cincuenta y cinco los palos que se ha pateado, despellejándose por el camino la voz, el culo y las botas, empeñada en cantar la experiencia de sobrevivir con inimitable estilo y más que probada honestidad. A día de hoy, Williams no tiene nada que demostrar; ella hace y deshace, y, cuando siente la necesidad, antes o después, publica un disco. Esto es lo que hay.

La Williams se nos ha vuelto s enamorar...

Williams ha editado ya diez elepés, diez discos en los que combina el blues, el rock, el country y el folk de un modo personal y difícil de etiquetar, lo que inevitablemente ha tenido para ella el correspondiente coste comercial. La suya ha sido, no obstante, una carrera sólida que ha conquistado los halagos de la crítica lo mismo que la admiración de sus colegas y de varios cientos de miles de incondicionales. Además de este eclecticismo singular, lo que dota a sus canciones de un sello inconfundible son su personalísima voz y unos textos excelentes, en los que reelabora algunos de los tópicos del rock –particularmente el amor, con sus pliegues y reversos– desde una perspectiva sincera, poco común y reconociblemente femenina. La publicación en 1998 del esplendoroso CAR WHEELS ON A GRAVEL ROAD le permitió acceder a un público más amplio y disponer, a partir de entonces, de los medios propios de alguien que ha colocado varios Grammy en la estantería, al tiempo que la situó oficialmente como una de las artistas vivas más importantes en esto del Rock & Roll. Un status que a partir de entonces no ha hecho sino confirmar, disco tras disco, exhibiendo en todo momento una independencia artística y una libertad creativa indiscutibles.

En su nueva entrega, LITTLE HONEY, la Williams vuelve a apostar, como en sus últimos trabajos, por un sonido rock contemporáneo, en algunos cortes muy elaborado, sin que ello reste, afortunadamente, naturalidad a los temas. Que las canciones transpiren debe mucho, sin duda, a los músicos que la han acompañado en el estudio, los Buick 6, banda que actualmente la respalda asimismo en directo: un grupo sólido y brillante, con una pegada precisa y poderosa, entre quienes es obligado destacar a Doug Pettibone, un guitarra inmenso que vuelve a dar una lección de versatilidad y consistencia, de elegancia y puntería, de sabiduría y exquisito gusto. En cuanto a los temas, la colección es variopinta; Williams pone garganta a un collar que ensarta cuentas de materiales bien diferentes: rockea cerca del boogie en la potente “Real Love”, proclamando la realidad –y el realismo– de una nueva relación sentimental; se marca una hermosa country ballad para echarle un último vistazo a la página antes de pasarla –“Circles and X’s”–, y celebra sin peros la llegada del amor con un blues, estratagema muy de su gusto –“Tears of Joy”–; en “Little Rock Star”, ayudada de las armonías vocales de Mathew Sweet, se acerca al pop-rock alternativo con pasmosa suficiencia y absoluta credibilidad, y en "Honey Bee” se pone garrula y llega casi a punkrockear, cantando como una perra de pedigrí mientras se mete la mano en las bragas, gesto, este último, también muy suyo, por cierto. Pasan las canciones y a mitad del disco nos encontramos con “If wishes where horses”, desde ya un clásico del cancionero de la artista nacida en Lousiana: un balada de americana contemporánea que demuestra que, cuando le da por ahí, la señorita Williams es sin duda una de las grandes del género. Los últimos versos de la canción, preciosa, dan una clave que sirve de tinte para hacer visible el tono anímico que alienta el álbum entero: “Wish I Could turn a sad and blue, blue day / Into something good / Wish I Could somehow make it go away / I wish you understood / Come on and give me / Come on and give me another chance”. Antes de acabar, la vieja pelleja tiene tiempo de hacer manitas artísticas con Elvis Costello en la divertida y lograda “Jailhouse tears”, de realizar una sentida declaración de amor en nueve minutos de tristeza casi meteorológica –“Rarity–”, de pillar a los AC/DC y embadurnarlos de negro betún, ella, a quien algunos consideran una rubia dama del Alt Country –“It’s a long way to the top (if you wanna rock and roll)”.

Lucinda Williams, "Honey Bee," St. Louis 10/19/08

Si WEST –un disco que inequívocamente culminaba, echándole el cerrojo, una etapa, la iniciada con el magnífico ESSENCE (2001)– era un álbum de angustiada y amarga toma de conciencia, de sequedad existencial clamada en el desierto, LITTLE HONEY es un borrón y cuenta nueva que pone sobre el tapete la necesidad de olvidar para coger fuerzas y seguir intentándolo. Una obra ligera y libre, tal vez de transición, que se disfruta más canción a canción que tomada en conjunto, cierto, pero que es sin duda un paso adelante en la carrera de Williams, pues le permite dejar unas cosas atrás, comprometerse definitivamente con otras y hacer, por el camino, algún pequeño descubrimiento. Musical y emocionalmente, LITTLE HONEY transpira, más que optimismo, deseos firmes de tirar para adelante y de ponerle a la vida, una vez más y por fin, otro puto jeto; el dulce despertar de los deseos que trae consigo el amor parece haber inyectado en las venas de Williams un suero que portaba en solución unos miligramos de ingenuidad, lo que le ha permitido llenar LITTLE HONEY de un vitalismo templado. “You give my life meaning”, canta significativamente en “Tears of joy”. Pues eso, que el amor es el mejor antídoto del sinsentido, y cuando llega –lo mismo que cuando llega a las tiendas un nuevo disco de Lucinda Williams– lo que toca es disfrutarlo.