LUTO POR PAUL

Abre noticiarios audiovisuales y encabeza titulares en los periódicos, se comenta con voz sentida como si se tratara de la desgracia de un familiar: ha muerto Paul Newman. Ni Marlon Brando congregó tanto sentimiento en su desaparición, porque tampoco poseía sus virtudes. Ni siquiera el divino Gregory Peck que unía a su belleza aquella dignidad personal que nos mostró en “Matar a un ruiseñor”. El adiós de Paul Newman sacude de dolor al mundo.   

Bello para siempre

Los humanos solemos admirar excluyendo. Paul Newman surgió de la mano de Robert Redford y era necesario escoger. Yo –no sin dificultad- elegí a Redford, algo más blando, pero más empeñado en erigirse como príncipe azul soñado, al protagonizar más películas románticas. Porque Paul peleaba, se caía y se levantaba, jugaba y hacía trampas, coqueteaba burlón pero –todos los sabíamos- tenía una mujer en casa a la que adoraba. Menos agraciada que sus compañeras de reparto, con un medio flequillo imposible, era su soporte y, sobre todo, Paul la amaba.

La perfección de su belleza, los ojos azules de mar idílico en mediodía de verano, la sonrisa sarcástica y sana, el gesto, el cuerpo impecablemente modelado, llegaban a turbar pero sin ocultar que era demasiado bueno. Todas sus tretas resultaban perdonables. Podría hasta rehuir la cama de la entonces maravillosa Elizabeth Taylor, pero estábamos seguros de que no lo hacía desde el fondo sádico del alma. Era limpio, alguien en quien confiar. Por eso, terminamos por quererle.

Fue coherente, envejeció con enorme dignidad, usó su fama y el poder que otorga para ayudar a otros, no se contaminó y ha muerto en paz. Seguramente, rodeado de los suyos, tras haber disfrutado y cumplido su misión, como cualquiera desearía.

Lo peor es que estuvo allí más de cincuenta años y con él se va un trozo de nuestra vida; de algunos, bastante extensa. Un territorio, además, de los que merecía la pena conservar. Que tampoco está Gregory Peck, ni un Jack Lemon que, desde la absoluta normalidad de tipo corriente, nos daba inteligencia y calor, como ellos. Nos quedan Cloony –sí, es de la misma casta- y Brad Pitt. Todavía tenemos a Redford. Pero no es lo mismo. Su vacío se nota.

Estamos de luto. Y llueve. Y viene a la memoria el poema de José Ángel Valente que recordamos siempre que alguien muy querido se va, dejándonos el hueco de su ausencia. Y mil preguntas.

Proyecto de epitafio:

De ti no quedan más
que estos fragmentos rotos.
Que alguien los recoja con amor, te deseo,
los tenga junto a sí y no los deje
totalmente morir en esta noche
de voraces sombras, donde tú ya indefenso
todavía palpitas.