¿Racista yo? No, hombre, no

Es probable que todos hayáis visto este vídeo. En él, Mariano Rajoy critica la "inacción" del Gobierno ante la crisis, pero va mucho más allá: el líder del PP criticó también muy duramente que en España haya 180.000 inmigrantes cobrando el paro, mientras 20.000 andaluces están pidiendo empleo en la vendimia francesa.

Rajoy y los inmigrantes: una historia de amor y odio

 A servidor estas palabras le suenan muy pero que muy mal, no porque Rajoy critique que los españoles tengan que buscar trabajo fuera de nuestro país, que podría ser totalmente criticable, sino porque mientras esos españoles andan buscando trabajo, nada menos que 180.000 inmigrantes están cobrando el paro en España. Ya no sólo es que los pobrecitos españoles de pro tengan que salir a buscar trabajo fuera, sino que, mientras ellos se esfuerzan por conseguir un empleo, hay 180.000 inmigrantes tranquilamente tocándose la huevada en el salón de casa.

 Las palabras de Rajoy son bastante preocupantes, más que nada porque parecen recordar a aquello de 'Los españoles primero'. ¿Les suena esa frase? ¿No? Pues es un lema que han usado partidos como Democracia Nacional o España 2000. Esto de quién va primero o quién va después no es nada nuevo en el discurso de Mariano Rajoy, que durante los últimos meses ha tachado de "tonterías" los debates sobre el aborto, la Guerra Civil, la laicidad o la eutanasia y ha criticado que en España se abran estos debates cuando "hay cosas mucho más importantes", unas cosas que parecen dejar entrever que si Rajoy es alguna vez presidente del Gobierno no podrá ocuparse de varios asuntos a la vez.

 En cualquier caso, y pese a que Rajoy ha matizado sus palabras, su discurso viene desprendiendo un tufo desde hace ya mucho tiempo. El contrato de integración para inmigrantes era totalmente repugnante y xenófobo, y las palabras de ayer vinieron a confirmar que este hombre es tan cerrado que, si por él fuera, cerraría las puertas de España y no las abriría ni aunque Mr. Marshall vienera a que le diésemos la bienvenida.

 Rajoy nunca se ha declarado xenófobo y nunca lo hará, pero no porque sea un mentiroso redomado, sino porque no se siente un xenófobo, y quizá en eso tenga un poco de razón. Y es que en este país (en este mundo, en general), parece que tenemos un concepto un tanto difuso de lo que se podría considerar xenofobia o racismo. Es curioso (gracioso, incluso) cuando oímos aquellos de "yo no soy xenófobo, pero lo que no puede ser es que tengan trabajo antes que los españoles". Es entonces cuando uno se plantea qué entiende esta gente por xenofobia: ¿Se creerán que xenofobia es ver a un negro por la calle y automáticamente imaginar qué tal le quedarían las cadenas en los pies? ¿O ver a un musulmán y decirle "te pegaba yo un fregoteao que te dejaba blanco"? ¿O ver a una dominicana y pensar "como mucho valdrás para chupar pollas"?

 No se confundan, amigos, las frases que leemos arriba no son propias de racistas ni xenófobos, sino directamente de retrasados mentales (entiéndase el insulto). En España hay mucha xenofobia, lo que pasa es que la disfrazamos de una simpatía vigilante. El otro día me tocó cubrir una cena en la que se dio cita lo más pijo, hortera, cateto y elitista de Ciudad Real y en esa cena actuó un grupo de folklore tradicional guatemalteco. Lo cierto es que casi nadie les hizo mucho caso y siguieron a lo suyo, pero tampoco se puede decir que les molestase que los bailarines anduviesen por allí. Y es que en España aceptamos a los inmigrantes bajo dos premisas: si los necesitamos o si se dedican a ser poco más que un florero ahí puesto. En España, a los inmigrantes queremos verlos haciendo bailes folklóricos que consideramos francamente ridículos u ofreciéndonos sus exquisitas delicias culinarias; lo que no queremos es verlos en la calle manifestándose ni luchando por sepa Dios qué derechos que deben pensar que tienen. Ya que venís, al menos haced el favor de aportar un punto alegre al país, que para miserias ya nos bastaba con las nuestras.

 Y, por vuestro bien, no se os ocurra perturbar nuestra simpatía vigilante.