Signos inequívocos de igualdad

Subo en el metro de Madrid. Hacía meses que no practicaba semejante hábito. Gran sorpresa. La igualdad entre hombres y mujeres [y mujeras, querida Bibiana] no ha llegado de la mano de los políticos, sino que aflora espontáneamente en la calle. O debajo de ella, que es lo mismo.

Un caballero correctamente trajeado, de cierta edad sin llegar a ser un anciano, muestra signos de fatiga. No parece grave, no hay ningún signo de enfermedad. Solamente cansancio. Es un señor completamente normal, ni aspavientos ni rarezas. Sencillamente cansado.

Una señora o señorita de aspecto completamente normal observa lo mismo que yo. Viajo de pie, siempre lo hago aunque quede algún asiento sin ocupar. Ella está sentada. Al ver el agotamiento del buen señor, no duda en ofrecerle su asiento.

Él, condicionado por veinte siglos de estereotipos, se resiste. No parece sentirse condicionado por los demás espectadores que, por otra parte, ni siquiera se han apercibido de lo que ocurre. Finalmente le vence el cansancio y opta por agradecer el detalle y ocupar el asiento.

Los políticos, a fuerza de discriminar positivamente a las mujeres, pueden conseguir que la solución al problema del machismo sea otro problema peor, el del hembrismo. La calle acude en su auxilio y eleva a la categoría de normal lo que ha de ser normal. [Gracias, don Adolfo]

Cuotas para ser candidato, para ser ministro, para ser directivo... estas formas de actuar, muy de político, solo conducen a la llegada de inútiles a puestos de responsabilidad. A estos efectos, da igual de qué género sean. Mientras tanto, en la calle, una mujer normal actúa con normalidad.

Ojalá que esta mujer alcance, junto con tantas otras, los más altos niveles en el ámbito que corresponda. Y que se gane con su bondad, su esfuerzo, su determinación y su buen hacer las recompensas que merezca.

Hoy ha logrado mi admiración sin necesidad de que se aplique cuota alguna. Mañana todas las mujeres vivirán en una sociedad de ciudadanos libres e iguales. Una sociedad que no mirará a la entrepierna sino al intelecto a la hora de dar atribuciones a las personas.