Todo lo que sube, baja. Todo lo que empieza, termina. Han sido 16 días excepcionales de récords, risas, lágrimas, lesiones, magia y todo lo que se pueda imaginar. Una vez más, los Juegos no decepcionan, enamoran. Ya ha comenzado la cuenta atrás. Más de 1400 días nos separan de la próxima cita olímpica. Pero, rebobinando las imágenes de nuestra memoria, hay algunas más largas, más brillantes o con un color especial. Son los recuerdos que rememoraremos en el bar con los amigos dentro de cuatro años, cuando estemos frente al televisor y pendientes de la inauguración de Londres 2012.
Las lágrimas de Rafa Nadal. Todo aquel que vio la entrevista al manacorí después del partido ante Djokovic, tuvo la piel de gallina, esbozó una leve sonrisa y notó un pequeño pinchacito en el corazón. No podía hablar. Le temblaba la voz, le salían gallos y no paraba de tocarse el pelo con las manos. Había llegado a una final olímpica, en su debut en el cuadro individual de unos Juegos, y lloraba de alegría. La eterna sonrisa con el oro colgado al cuello está en nuestras retinas, pero los ojos brillantes de Nadal frente a la alcachofa de TVE estará siempre en nuestro corazón.
La piña de los chicos de Aíto. Pocas veces se habrá visto celebrar no ganar el oro. Pero pocas veces se habrá podido terminar el partido con la cabeza más alta. Lo dieron todo, todo y más. Emocionaron a un país entero que olvidó su horario de domingo y madrugó para ver uno de los mejores encuentros de la historia. Pitido final. Los estadounidenses saludan a sus contrincantes y se abrazan entre ellos. Son los campeones olímpicos. Los españoles forman un círculo en el centro del campo y comienzan a girar, a gritar y a sentirse orgullosos de sí mismos.
La sonrisa de Deferr en el cajón. Bordó su ejercicio. Salió a la colchoneta con la cabeza llena de números y el corazón en un puño. Tengo que sacar esto para el bronce; si consigo dos décimas más me hago con la plata y me tienen que puntuar tanto para colgarme el oro. Él cerraba la competición. Todos los ojos estaban puestos en él. La distribución de las medallas y los diplomas olímpicos estaban en sus manos. Reitero: bordó su ejercicio. El metal tenía que ser de oro, pero se convirtió en plata. Un chino subiría a lo más alto del cajón en su lugar. Pero no puso mala cara. Celebró su medalla con una alegría, un orgullo y una sonrisa que emocionó a España. La miró, la besó, la sonrió, la enseñó y hasta la apretó como diciendo Por fin estás aquí.
La entereza de Marta Domínguez. Los segundos posteriores a la caída de la palentina fueron agónicos. No recuerdo la voz del comentarista retransmitiendo, ni la velocidad con la que iban pasando las imágenes. Sólo tengo en mente un silencio eterno y unas imágenes a cámara lenta. Luchaba por la plata y se cayó. Pero intentó incorporarse y estaba totalmente ida. Se volvió a caer pero luchó por incorporarse. Se arrastraba por la pista hasta que se dio por vencida y sufrió un desvanecimiento. ¿quién va a poder olvidar la entrega de Marta?
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