Bolt se ha convertido en la indiscutible estrella del atletismo de estos Juegos. Dos oros ya en su poder y un tercero más que probable con el relevo jamaicano de 4x100 (¿caerá también el récord de Lewis, Burrel, Mitchell y Marsh en Barcelona 92?). Incluso le puede discutir a Phelps el título de rey de los Juegos. No por número de medallas (las frías matemáticas son inapelables), pero si por repercusión, impacto y dificultad de lo logrado por ambos.
Usain Bolt tras batir el récord de Michael Johnson (EFE)
Cuando hace doce años, en los Juegos de Atlanta, Michael Johnson corrió los 200 metros lisos en 19.32, pulverizando el anterior récord mundial de Pietro Menea (19.72), se habló de récord estratósférico, de marca que había de permanecer vigente durante varias décadas. Algo así como el mítico récord de Beamon. No parecía que nadie a corto plazo se pudiera siquiera acercar. Pues bien, la marca de Johnson sólo ha durado 12 años. El jamaicano Usain Bolt ha conseguido rebajar en dos segundos el aparentemente inaccesible récord de Johnson, colocándolo en 19.30.
Esta vez no se dejó llevar los últimos metros. No se reservó, como se comentaba maliciosamente que haría, para asaltar el récord en un mitin con una cuantiosa bolsa de por medio. No podía permitirse ese lujo. En los 100 lo hizo porque el récord ya estaba en su poder. Además, sabía que era una marca que podía mejorar a poco que se esforzase. Pero el récord de los 200 eran palabras mayores. Bolt no podía desaprovechar la oportunidad que le brindaba su excepcional estado de forma. Era consciente de tener el récord de Johnson al alcance de sus piernas. Por eso salió a por todas y no se relajó hasta sobrepasar la línea de meta. Por primera vez en estos Juegos se le vio terminar una carrera con el rictus de crispación que delata el esfuerzo.
Bolt ha entrado en la historia. Es el momento de las hipérboles, de los adjetivos grandilocuentes. Las metáforas se agotan al hablar del jamaicano. El propio Michael Johnson ya lo compara con Supermán. Lo cierto es que hoy por hoy, Usain Bolt no tiene rival. Ni en los 100 -¿alguien se acuerda de un tal Asafa Powell?-, ni en los 200. Su lucha, como la de Phelps, es otra. Él pelea contra el reloj y contra leyendas de otras épocas: es el primer atleta desde el también jamaicano Donald Quarrie en simultanear los récords de 100 y 200, y el primero desde Carl Lewis en hacer el doblete olímpico en ambas disciplinas.
Pero ante la figura de Bolt las comparaciones palidecen. Siendo increíble lo logrado hasta ahora, lo más asombroso es lo que puede llegar a conseguir si no se interrumpe su progresión. Su insultante juventud (hoy ha cumplido 22 años) y talento no permiten atisbar dónde se encuentra su límite. La futura mejora de su récord de los 100 metros parece evidente. La pregunta es cuándo y cuánto. Se habla -él mismo lo afirma- de que lo podría rebajar hasta 9.60. El 19.30 que ha colocado en los 200 no parece tan fácilmente superable. Pero probablemente también lo irá rebajando, centésima a centésima. Es cuestión de tiempo. Tiene el futuro ante sí.
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