Toda la prensa especializada se hace eco hoy de la decisión de la CMT (Comisión del Mercado de las Telecomunicaciones) que da luz verde a la comercialización de la nueva red FTTH (fibra hasta el hogar) de Telefónica. Algunos encienden el ventilador para que salpique la sospecha de la aniquilación de la competencia.
¿Qué competencia? Hemos asistido durante años a la argumentación sobre la historia pública de Telefónica. Ninguna otra empresa podía entrar en el mercado español de las telecomunicaciones porque su despliegue geográfico exigía un dineral. Ese que la Telefónica de España obtuvo de nuestros impuestos cuando era una compañía de propiedad pública.
Telefónica fue obligada a vender al por mayor su infraestructura para que otros pudieran utilizarla. Se suponía que esta medida ayudaría a que otros proveedores se animasen a entrar en el mercado de la banda ancha y, a la larga, a convertirse en competidores serios.
Y llevamos unos años así. Ninguno de los operadores emergentes ha desplegado su propia red de una manera real ni tiene intención de hacerlo. La única cosa que de verdad tenemos es una competencia de cartón, que queda bien de cara a la eurogalería, pero no produce el efecto deseado. Competencia real significa calidad elevada a precio contenido.
Ahora, Telefónica invierte en una red completamente nueva y los demás operadores se rasgan las vestiduras porque la CMT, con buen criterio, entiende que los demás han tiempo suficiente para hacer su propio montaje. Es una tecnología diferente, no hereda componentes de red anteriores -es fibra óptica en lugar del típico cable de cobre que llega hoy a nuestras casas- y nada impide a quien lo desee montar una red semejante. Salvo el pequeño detalle del dinero, claro.
Pero el dinero no tendría que ser un problema, dado que por las venas de ésta red no solo correrá la conexión a la Internet. Con los anchos de banda que se barajan es posible transmitir con comodidad una televisión a la carta en alta definición, totalmente interactiva y sin las limitaciones de la TDT, que hereda la parte aérea de la televisión convencional. Hoy puede verse como una inversión millonaria. Mañana será una enorme máquina de hacer billetes.
¿Era más cómoda la situación previa? Puede, pero entonces yo también quiero ser operador de cartón y que me subvencione el Estado por nada. O sea, por revender el servicio de Telefónica con mi marca sin aportar ningún valor añadido. Los años han demostrado que la gente no es tonta, y no va a colar mi intento. De hecho, la mayoría de los usuarios ha seguido comprando el servicio del exmonopolio aunque sólo sea por aquello de lo malo conocido.
Algunos han intentado pasarse a los competidores incipientes con suerte desigual. En mi caso personal, intenté contratar un ADSL de uno de estos operadores, y después de un mes ni siquiera me habían enviado el contrato para firmarlo. En el mismo lugar, un punto céntrico de una capital de provincia, Telefónica tardó una semana en dar el servicio. No quiero ni pensar en lo que sufrirá el habitante de un entorno rural suficientemente apartado de un casco urbano.
En resumidas cuentas, que alguien se anime seriamente a montar su propia red, su propio servicio de atención al cliente y sus propias fuezas comerciales. Seguro que algún Banco ve la jugada y pone el dinero. Porque beneficio hay, pero es para los que invierten. No para competidores de cartón.
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