De Juana como excusa

Vergüenza e infamia para la democracia, el asesino ha salido de la cárcel. La hipocresía y la falsedad de esta España pueden llegar a aterrar casi tanto como las más abyectas acciones, porque es la sociedad quien peligra con su aturdimiento. Hoy han vuelto a rasgarse las vestiduras: De Juana Chaos está libre.

Medios informativos serios parecen obviar que el terrible etarra ha saldado sus cuentas con la justicia en cumplimiento de nuestro ordenamiento jurídico, que no busca la venganza como el norteamericano, por ejemplo, sino la reinserción. Piden cadena perpetúa, algunos pena de muerte. El Estado no puede matar a sus ciudadanos, el castigo capital no disuade la delincuencia, según estudios muy serios. Y se corre el riesgo de ejecutar a un inocente como tantas veces ha sucedido en EEUU.

José Ignacio De Juana Chaos (Legazpi, Guipúzcoa - 1955) es nieto de militar e hijo de un médico condecorado por el franquismo. De pequeño jugó con hijos de Guardias Civiles, al residir al lado de la casa cuartel. Estudió Enfermería e hizo el servicio militar en Alcalá de Henares, recibiendo una mención del ayuntamiento de Madrid en 1977 por su participación en la extinción de un incendio que se declaró en la ciudad. Luego formó parte de la segunda promoción de la Ertzaintza (creada en 1982) llegando a ser agente. Sin embargo, en 1983 huyó a Francia, tras descubrirse su pertenencia a ETA.

Autor convicto de 25 asesinatos y de atentados tan crueles como el de la Plaza de la República Dominicana en Madrid, que segó la vida de 12 jóvenes Guardias civiles. Cumplió 18 años de condena, de los más de 3.000 años a los que fue condenado, y saldó su responsabilidad con la Justicia. Era poca pena, pero se ajustaba a la Ley y así fue para el resto de los terroristas condenados. Cuando le corresponde salir en cumplimiento de la ley, el entonces Ministro de Justicia, Luís Fernando López Aguilar, dice que existe una gran alarma social y busca cómo mantener a De Juana en prisión. Buscan algo para inculparle.

Y lo encuentran. Dos artículos publicados en el diario Gara le llevan de nuevo a juicio al ser considerados amenazantes. 12 años es en esta ocasión la pena. El etarra recurre al Tribunal Supremo e inicia una huelga de hambre. Éste se pronuncia y reduce la pena a tres años. También se recurre. De Juana persiste en su huelga de hambre. Hasta ser trasladado al País Vasco, momento en el que vuelve a ingerir alimentos. De Juana es aficionado a practicar drásticas dietas cuando se le contraría o en su delirio quiere inmolarse como chantaje. Un etarra que ha compartido cárcel con él, escribe una larga carta pidiendo a de Juana que se muera. Relata su falta de compañerismo y su desorbitado afán de protagonismo. En resumen, un personaje abominable, capaz de pedir champán en prisión para celebrar el asesinato del concejal Jiménez Becerril y su esposa, en Sevilla, convertido en excusa para la confrontación política. Pero libre porque así lo dice la Ley española. ¿Hay que cambiarla?

Como De Juana, etarras y no etarras han salido de la cárcel cuando han cumplido su condena. La eurodiputada socialista Bárbara Dürkhop, se ha quejado hasta la extenuación, con escasa audiencia, de que el gobierno de Aznar excarceló al asesino de su marido, Enrique Casas, senador del PSOE, “cuando no había cumplido más que 17 años de los 57 de su condena”. Fue en aplicación de la Ley. Algunos han vuelto a matar, habrá que arbitrar medidas de vigilancia y protección para que esto no suceda, pero no regresar a las catacumbas de la involución donde muchos quieren meternos.

Complicado tema el terrorismo, que no erradicó ni Franco con su terrible aparato policial. Sería imprescindible mirarlo con frialdad. A finales de marzo de 2007 dos líderes irreconciliables, que habían deseado la muerte el uno del otro, se reúnen en Irlanda para formar gobierno: el reverendo Ian Paisley, líder del mayoritario Partido Democrático Unionista y el republicano Gerry Adams, presidente del Sinn Fein, brazo político de los terroristas del IRA. Es el fin de un largo proceso. Hacia ello debemos tender, pero, por favor, sin mentiras y con memoria