Fellini y yo nos entendemos.

Cuenta Nietzsche en su crepúsculo de los dioses que paseando por una librería encontró una obra publicada por Dostoievski, creo que se trataba de El Idiota –aunque no descarto estar equivocado. Recuerdo que una vez me dijeron: “como siempre, te equivocas”. Desde entonces nunca lo descarto-, y al abrirlo por en medio exclamó algo así: “este tío y yo nos entendemos”. Esto me ocurrió hace años con Fellini, con su obseso y obeso mundo. Con su tendencia a la deformación, al sarcasmo más entusiasta y vivo. No ése de orfebrería, demasiado pensado, demasiado brillante como para llevarlo puesto.

Una de las viñetas de la exposición

Me ocurrió concretamente con Amarcord. Fellini era irónico, locuaz, jovial, directo. Un pensador, un guionista, un director. Sus cejas arqueadas y su papada ancha, su oronda figura, sus manos cruzadas, todo esto fue Amarcord. Fellini no dejaba de explicarse, de redecorar sus frenéticas habitaciones, de transmitir quién era y porqué en cada una de sus películas. Sus grandes preocupaciones fueron la juventud, el sexo, la poesía, la música. Y las llevó hasta el extremo.

Murió en Roma en el año 93, hace ya quince años.

El palacio Bargnani Dandolo, en la pequeña Adro –cerca de Milán- presenta una exposición sobre las viñetas con las que Fellini explicó su mundo y nos presentó a su musa, Liliana Betti. Una buena forma de acercarnos al artista y a su personalísima mirada a través de la cerradura. Si tiene la suerte de pasar por Milán no deje de acercarse a la exposición (aproximadamente a una hora de la ciudad italiana).

"Siempre he dibujado sobre cualquier trozo de papel que me encontraba. Es una especie de reflejo condicionado, un gesto automático, una manía que llevo conmigo desde siempre". Los que amamos el cine de Fellini compartimos y agradecemos sus manías.