Chismes y vanidades

No hace falta publicidad cuando los periodistas se convierten en tus mejores vendedores, por un módico precio y una sonrisa de agradecimiento. El trato especial, recibir el gadget más preciado con antelación, la vanidad de poseerlo antes, la tontería de mostrarlo sin hacer colas. Actitudes que producen cierto sonrojo y que llenan de orgullo a los presuntos afortunados porque otros, que también desean "informar", esperan en la puerta con el cuchillo en los dientes mientras sueñan con entrar en el club de los elegidos. ¿Qué periodismo es éste?.

Maxwell Smart y el IPhone de los sesenta.

La electrónica de consumo, rama del negocio hasta hace no mucho ocupada del centrifugado, la aspiración o el filtrado de café (entre otras innovaciones), ha dado lugar a un subgénero periodístico pomposo. Al que han denominado periodista tecnológico (con los apéndices del blogger amante de cacharritos y toda la fauna ad-hoc; gentuza, que diría Don Gregorio). Este tipo de profesionales, compuesto por gente valiosa y por cebollinos como cualquier otro colectivo, utiliza la red como medio más común de expresión; incluyendo a aquellos que han hallado en el arte de pegar notas de prensa una salida laboral. El negocio, desde que se ha sofisticado, ha encontrado en la vanidad de cualquier juntaletras un buen aliado para colocar teléfonos sensibles al tacto. Pero no es la utilización de esta gente joven, confundida por el efímero éxito de las visitas a un blog y la parafernalia de una rueda de prensa en Gran Vía, algo que deba preocuparnos. Siempre hubo voluntarios para la causa del César, aunque ésta fuera estúpida.

La actitud de los medios de comunicación (pongamos como ejemplo el caso del dichoso IPhone) es digna de análisis. Y no por las disputas de corral, sino por el papanatismo. Yendo más lejos se podría cuestionar, incluso, la ética de este modelo que convierte al medio en simple correa de transmisión de unos intereses comerciales. (Aquí es donde los blogs tendrían que luchar por la transparencia y no por el canapé). En este caso, Telefónica invierte en publicidad en unos medios y se asegura el buen trato; selcciona a un grupo de periodistas a los que proveer del cacharrito con antelación y se garantiza las buenas palabras. Y no es que haya que se críticos con este artilugio en concreto, no se trata de eso. Es una cuestión de principios que va más allá. Se trata de la independencia, batalla perdida en este confuso panorama donde los editores (en especial los de papel) ya no saben cómo extraer leche de la vaca medio muerta; por un puñado de euros se vende todo y ya no es necesario que en el encabezamiento figure la advertencia de que el contenido es un anuncio patrocinado.

Y si, claro, se puede hablar de unos chismes o de otros. Desde que el consumo es necesidad, la necesidad es incuestionable y quien no compra un antisocial. Pero hubo un tiempo en que algunos intentaron mostrar la verdad, aunque parezca mentira.