Ministerio de Igualdad

Vaya por delante mi firme convicción. La sociedad, y el Estado en su nombre, debe propiciar la discriminación positiva de la mujer. A nadie se escapa que existen fortísimas razones biológicas y sociales para ello. Ni los hombres podemos tener hijos para evitar el final de la especie, ni las sociedades pueden ser libres si la libertad no se reparte entre todos.

Pero un Ministerio es un ingenio mecánico tan sumamente caro que es obligado sacarle bien el jugo. Y su cabeza de serie parece tan brillante que seria un pecado no aprovechar la oportunidad.

Por otra parte, es bien sabido que los titulares venden, pero resulta inmoral no hacer coincidir el cartel con el contenido. Si se llama Ministerio de Igualdad, tiene que dedicarse a eso, a la igualdad. Y si no, que se llame Ministerio de Discriminación Positiva de la Mujer, tarea que me parece noble y justificada, pero no concuerda con el nombre asignado al Ministerio de nueva creación.

Voy a repetirlo: Me parece justa y necesaria la discriminación positiva de la mujer. Por las razones que indico arriba y por otras muchas. Alguna ilustre dama estará ya pensando echarme en cara la omisión de razones históricas, geopolíticas, humanitarias y otras muchas. Quedan glosadas. Y mi razón estrella, que no falte. Me gustan tanto las mujeres que todo lo bueno que les pase, como colectivo y a título individual, me llena de satisfacción.

Divagado esto, me vuelvo al tema. En un ministerio de igualdad tiene que trabajarse en todas las facetas de la misma si se quiere presumir de haber gastado bien nuestro dinero. Y no es descubrimiento mío. Urge a la sociedad que se garantice la igualdad en:

• La educación de nuestros hijos -e hijas, señora Ministra- en la lengua de nuestra elección. Sin importar el lugar de España en el que residan. Ya sé que a su Gobierno le apetece más tragarse un sapo que ponerse a rueda de la iniciativa del Manifiesto por la Lengua.
• La justicia, que tomará el mismo camino de claudicación ante la minoría excluyente si no se remedia a tiempo el desaguisado. Por otra parte, ha de garantizarse que trata igual a potentados con gabardina haciendo sofisticadas operaciones de ingeniería financiera y aquel que robó una gallina y años después ingresó en prisión.  
• La sanidad, en la que se trata a los profesionales siguiendo criterios completamente distintos dependiendo de la autonomía que les emplea, y que empieza a crear situaciones de opereta como la del paciente al que hay que cambiar de ambulancia cuando se traslada de una comunidad a otra.
• La hacienda, que cuando sea puesta en manos de las autonomías se convertirá en el más eficaz de los venenos. Acabará en segundos con la solidaridad entre ciudadanos, y cultivará con esmero la diferencia entre territorios ricos y pobres. Será como el tira y afloja de la actualidad, pero habrá cambiado el dueño de la soga.
• En general, las relaciones con las administraciones públicas son el campo preferido para la marginación del español allá donde gobierna un partido nacionalista. Sobre todo por motivos políticos, y porque es el vehículo perfecto para el amiguismo y el nepotismo. Trabajando por la igualdad en este campo se hará un enorme servicio a la libertad.

No subir el sueldo a los altos cargos públicos es un gesto necesario, pero inútil en términos económicos. Gastar bien el dinero de los contribuyentes es igual de necesario, pero además es útil. Y si esta Ministra y su equipo consiguen avanzar por la vía de la IGUALDAD con mayúsculas tendrán mi sincero agradecimiento y el de otros muchos.

Si, por el contrario, se quedan en lo fácil -en lo de las miembras- se habrá dilapidado el dinero de nuestros impuestos.