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¿Por qué?

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sociedad, deportes
Actualizado 30-06-2008 10:51 CET

Nadie puede minimizar la alegría colectiva de todo un país porque su selección de fútbol se proclame campeona de Europa. Suenan gritos de España, España, en la calle; la explosión de júbilo arranca del corazón. La gente parece precisar salir a la ventana para comunicar y compartir su alborozo, tirarse a la calle –previa escalera y puerta- para que ninguna pared obstruya su exaltación expansiva. Un fenómeno nuevo ha prendido. Unión e ilusión han formado un cóctel mágico.

España apenas ha dormido, y se levanta renqueante pero con una sonrisa que nace de dentro, como enamorada de la vida. Cuatro de cada cinco televidentes vieron el partido, aún más en algunos momentos clave. Ha hecho vibrar hasta a no seguidores habituales del fútbol –como es mi caso-. ¿Qué ha ocurrido?

Todo lo provoca un deporte que apenas lo es por su profunda carga económica. Oscuros intereses, sueldos millonarios, hasta las camisetas se venden en copias. Pero se produce una emoción singular ante las jugadas de matemática precisión, ante la posibilidad de un gol escaso –nunca llegará a los tantos del baloncesto-. Aún así no parece explicación suficiente.

Enormemente apoyado con publicidad y difusión, desde el comienzo de los tiempos televisivos: el fútbol mueve más negocio que cualquier otro deporte. Punto decisivo pero no total para saber porqué un país diverso, que apenas tolera al diferente aunque sea su vecino, al que le duele la crisis económica, llore, ría, se lanza a las fuentes en piscina, abraza a quien tiene al lado sin preguntarle a quién vota, beba hasta precisar atención médica, o se envuelve en la bandera española que aún sigue siendo rojigualda.

La bandera se libra de lastres, quizás también de contenidos. Como, quizás, debería ser. Se ha disparado un proyecto colectivo por un tema sobre el que todo el mundo tiene opinión, porque no exige mayor esfuerzo intelectual. El rey o el presidente del gobierno se avienen a contestar preguntas en los vestuarios como cualquier centrocampista. No compromete a nada. Y anota tantos de popularidad.

La selección española ha evidenciado unión como grupo compacto, pases medidos, prodigiosa recuperación de balones. Les alentaba un objetivo, conocían la técnica para llevar a cabo su propósito, querían materializarlo de forma conjunta y sin protagonismos. Y, a la vez, les desbordaba la ilusión, la misma que han contagiado a los seguidores españoles. Para no rendirse, para seguir luchando aún con el triunfo en la mano, para gozar de su trabajo.

Unión e ilusión tiñen las calles, aún, a pleno sol del día, suenan cláxones y trompetas. Unión e ilusión en la selección española y en la ciudadanía. ¿Y si sustituimos la palabra fútbol en todo el fenómeno? ¿Si, mejor, con ella añadida, impregnamos de su espíritu todas las empresas que queramos acometer? Proyectos que unan en lugar de dividir, que conozcamos hasta poder formular opiniones sobre ellos, aceptar la diferencia, acometer las dificultades con sentido positivo, no rendirse, luchar, disfrutar del empeño. Si fuéramos capaces de eso, España alcanzaría otros trofeos que, aún, nos son precisos. La vida cotidiana no es mejor porque anoche un equipo de fútbol marcara el gol suficiente para ganar. Sólo es más agradable. Recuperemos ese aliento para mejores metas, para todas las metas. También podemos.

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