Después de 24 años España está en la final de una gran competición. La selección venció en la semifinal a Rusia maravillando a toda Europa con un fútbol brillante, basado en el toque rápido de un puñado de menudos centrocampistas colmados de talento. Tras años de debate sobre qué le faltaba a la selección en las grandes citas, ya tenemos la respuesta.
Llevamos lustros discutiendo en nuestro país sobre dos debates paralelos pero relacionados. Por un lado, cuál era o debía ser el estilo de nuestra selección, la forma de juego. Por otro, qué le faltaba a España para redondear una gran actuación en una competición importante.
La respuesta al primer debate es fácil. España nunca ha tenido estilo definido a lo largo de la historia. Durante años se habló de la furia, una estupidez que intentaba ocultar el déficit de talento. Aún ando buscando que alguien me explique en qué consiste eso de la furia. Cuando se habla de selecciones clásicas como Brasil, Argentina, Holanda, Alemania, Italia e incluso Portugal, todo el mundo conoce, para bien o para mal, su forma de jugar. Independientemente del entrenador del momento, existe un sello que las hace reconocibles. Lo cierto es que España nunca ha tenido un estilo propio. Siempre ha dependido de la idea del entrenador de turno. Clemente reforzaba el centro del campo con centrales, fiando el ataque a tres o cuatro jugadores ofensivos. Su estilo era, por tanto, más cercano al catenaccio italiano que a otra cosa. Muñoz era dúctil, intentaba adaptarse a los jugadores de que disponía. Camacho fue el primero que intentó instaurar el mimo de la pelota en la selección nacional. Aunque tuvo partidos muy buenos al principio, la idea se fue difuminando.
Pero en esta Eurocopa España ha conseguido dar respuesta al debate del estilo. El juego desplegado durante todo el torneo, y sobre todo contra Rusia en semifinales (especialmente en el segundo tiempo) es el tipo de juego que la España futbolística quiere y merece. Porque tenemos jugadores apropiados para hacer ese fútbol. Siempre ha habido futbolistas de calidad en España, pero la generación de centrocampistas actual roza la perfección. Es el estilo además que demanda la afición española. Esto no es Italia, ni Alemania. Aquí no vale ganar a cualquier precio. Si nuestra selección hubiera llegado a la final por el camino de Alemania (ya no hablemos de Italia en el anterior Mundial) muchos mirarían (miraríamos) al equipo con distancia, incluso con desafecto.
España, por tanto, ha encontrado su estilo. Un estilo de juego que busca la victoria mediante el buen trato al balón, emparentando así con la tradición futbolística de los últimos 25 años en España (la Quinta del Buitre, el Dream team de Cruyff, el primer Madrid galáctico, el primer Barça de Rijkaard, el actual Villarreal de Pellegrini). Me atrevería a decir que es incluso el estilo que casa con la sociedad española. Una sociedad alegre e imaginativa, que busca fundamentalmente en el fútbol como en cualquier otro arte o espectáculo- diversión y no aburrimiento. Una sociedad que piensa mayoritariamente que el fin no justifica los medios y que el cómo es tanto o más relevante que el qué, que la importancia del camino no es menor que la del punto de llegada.
Lo más importante es que, casualmente, al encontrar el anhelado estilo, la selección ha roto tópicos, maldiciones y demás zarandajas, y se ha plantado en la gran final del Europeo. Punto final, por tanto, a ambos debates. No era el carácter lo que necesitaba España para cuajar una gran actuación. Tampoco el físico, ni la experiencia. Era el estilo, estúpido.
* Mis agradecimientos a Bill Clinton y a su asesor en la campaña de 1992 James Carville, cuyo famoso eslogan me ha servido de inspiración para titular este artículo.
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