La Pataky hace aguas

El nuevo desnudo de Elsa Pataky arrasa entre las noticias más leídas y llena horas y horas de programaciones matinales. Resulta lamentable. Porque esta mujer no sólo no es hermosa (aunque está buena) sino que dista mucho de ser admirable.

Elsa nadando en la abundancia.

El caso de Elsa Pataky es ejemplar. No es culpa suya sino del difuso, y subjetivo, concepto de belleza, variable según las culturas, asentado para nosotros en el concepto clásico (griego) de equiibrio y simetría. La Pataky parece cumplir los requisitos demandados por la población de ambos géneros, la que la desea y la que desea verla muerta o gorda (en su caso son sinónimos), y se presenta como patrón que guarda como oro en paño sus secretos. Es, desde ese punto de vista, alguien que administra los centímetros de piel con conciencia del valor que poseen en el mercado de la carne. Su belleza no es algo que mostrar, sino algo que esconder. Tampoco es culpa suya, pobre.

En su caso, como en otros tantos, hay algo que resulta patético. Si, ya sé que ésta es una opinión minoritaria y cuestionada por los sondeos de opinión. Los retratos de Elsa desnuda, como el casual despliegue acuático de Elle (le llaman ejemplar eco blue), muestran una naturaleza muerta, un montón de piel que recubre un hueco vacío, un alma sin contenido. Resulta difícil enamorarse de algo así, de una superficie, de un recubrimiento. De nada. Las fotos le hacen a Elsa un flaco favor porque la desnudan por dentro aunque se recubra de mil capas de tela y la exponen, ante miles de ojos (si supieran ver), a la vergüenza de mostrar sin trampas que lo suyo es sólo un cuerpo tallado que alberga aire.

Si fuera inteligente escondería el rostro. Porque lo que muestra es terrible. Es la miseria de una chica de portada.