La imaginación vuelve al teatro. Dónde si no. Y lo hace a través de un nombre: Ernesto. El teatro Maravillas de Madrid acoge la obra La importancia de llamarse Ernesto de Oscar Wilde (Dublín, 16 de octubre de 1854), adaptada por Daniel Pérez y Eduardo Galán, y bajo la dirección de Gabriel Olivares.
Cartel de la obra.
La importancia de llamarse Ernesto fue escrita por Wilde en 1895 y, aunque hable de las clases sociales de la época, tiene plena vigencia actual gracias a una dirección escénica que ha sabido adaptar muy acertadamente su lenguaje a nuestros días.
Este sábado, a las 22.30 h, el aforo del Maravillas estaba completo (400 localidades con a penas algún asiento vacío) y el público permaneció expectante y participativo, respondiendo a carcajadas, durante la hora y cincuenta minutos que duró la comedia.
Me asustó al comenzar la obra que los actores jugaran con objetos imaginarios, pero gracias a este detalle y a la sencilla y simbólica escenografía, el espectador se zambulle en ese mundo imaginario del que habla Wilde, y que este montaje subraya en cada detalle.
“En asuntos de vital importancia el estilo, y no la sinceridad, es lo que cuenta”, dice Wilde a través del protagonista de su obra. Y así lo muestran los actores de este montaje.
Carmen Morales -injustamente poco reconocida como actriz por culpa de aquel engendro televisivo llamado Al salir de clase- y el resto del reparto bordan sus “personajes tipo”.
Algo que no es habitual: el espectador puede apreciar cómo los actores piensan las frases antes de decirlas. Así, degustan sus diálogos de una manera natural y espontánea. Lo dicen cuando lo tienen y si no, lo buscan. Esta forma de expresión tan viva se explota jugando con el movimiento en escena, ya que cada cuadro es una coreografía de dimes y diretes estudiada al detalle. A pesar del delicioso texto que lo sustenta, asistimos a un montaje muy gestual.
Los personajes de Wilde se pasan la obra jugando a ser quienes no son y este montaje lo enfatiza a través de un juego escénico constante, que incluye otros juegos que están en el imaginario de todos: el de las sillas, el pilla pilla, el escondite inglés o la gallinita ciega.
Una sencilla escenografía, adaptada a los ambientes pijos actuales, refuerza esta idea, ayudando al espectador a seguir imaginando la historia a través de lo que se ve, y de lo que no se ve (como ese imaginario campo de golf en el que transcurre parte de la historia).
En definitiva, tanto si conocen la historia de Ernesto como si no, se recomienda este montaje teatral que adapta el rimo de un texto de finales del XIX al tiempo actual.
La segunda función del sábado de este Ernesto frenético y desternillante gustó a un público que se fue a casa con una sonrisa que bien valía 22 euros.
El detalle:
Aunque la obra está cargada de frases de esas que uno se lleva apuntadas para soltarlas en las reuniones de “alta alcurnia” y quedarse con todos, destaco uno de los geniales diálogos que dice así:
-- Los periódicos nunca traen nada por lo que veo...
-- Más bien, creo, por lo general, que traen demasiadas cosas. Nos molestaban dándonos noticias sobre personas desconocidas, que nunca hemos visto, y que no nos importan nada.
-- Pues yo pienso, más bien, que aquellas personas a quienes nunca hemos conocido son las más interesantes.
-- Nunca hables irrespetuosamente de la sociedad... Eso lo hace sólo la gente que no tiene acceso a ella.
La ficha:
Obra: La importancia de llamarse Ernesto. Autor: Oscar Wilde. Versión: Daniel Pérez y Eduardo Galán. Dirección: Gabriel Olivares. Ayudante de dirección: Gracia Olayo. Diseño de escenografía: Anna Tusell. Reparto: Patxi Freytez (Jack), Fran Nortes (Algernoon), Yolanda Ulloa (Lady Bracknell), Carmen Morales (Gwendolen) y Rebeca Valls (Cecilia).
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